Isabel Allende: ‘Al escuchar una historia nos conectamos a un nivel humano que no es posible de otra manera’
En tiempos en que se desvanece el deseo de pasar las páginas y la urgencia digital amenaza con reducirlo todo a una sinopsis, conviene escuchar a Isabel Allende para recordar porqué la literatura sigue siendo inherente a la humanidad moderna.
Con lucidez, el humor agudo y la necesidad de escribir intacta, la autora de 82 años conversó en exclusiva con Revista Dominical sobre el oficio de narrar, los fantasmas del pasado y el papel de las mujeres en la historia. Y fue más allá: comentó que está trabajando en un pequeño libro sobre el arte de la escritura, mientras retoma una memoria basada en las cartas que intercambió con su madre décadas atrás.
Desde California, donde el clima político tensa el aire y multiplica los temores entre las comunidades migrantes, dice que seguirá sentándose frente al teclado mientras “tenga cerebro”, dedicada a lo que más le gusta: darle voz a las mujeres silenciadas con sus novelas, tal como hizo en su más reciente, Mi nombre es Emilia del Valle.
— ¿Cómo está, cómo se siente?
— Bien, a pesar de que en este país son puras malas noticias. Por lo menos en la parte donde vivo y entre la gente que vivo, hay un clima de tensión y de miedo por lo que está pasando con los inmigrantes, la violación de todos los derechos que dábamos por sentado antes. Ese clima, por supuesto, permeabiliza todo. Pero en lo privado, estoy muy bien.
“Ayer (13 de julio) cumplimos con mi marido seis años de casados. Por supuesto, se nos había olvidado. Pero estoy bien y sigo escribiendo, tengo una vida muy callada, muy tranquila. Me gusta mucho”.
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— ¿Qué lecturas la acompañan actualmente? ¿Qué está leyendo?
— Leo algo de ficción, pero en general tengo que leer mucho que no es ficción porque siempre estoy investigando para algún libro. Hay material que tengo que leer de todas maneras.
“En este momento estoy terminando de editar un libro pequeño que escribí, que no es ficción, es sobre la escritura. Estoy en ese proceso de editar y estoy preparando también una memoria. Para la memoria estoy leyendo las cartas que intercambié con mi madre durante toda una vida. Nos escribíamos todos los días. Entonces, si tú me preguntas qué pasó el 14 de junio de 1987, yo saco la caja donde están las cartas de 1987 en orden cronológico y te puedo decir exactamente lo que sucedió ese día.
“Eso me ha servido mucho para la memoria, pero también me ha servido en lo personal para darme cuenta lo que ha pasado, porque la vida pasa muy rápido y los días como que se diluyen unos con otros y uno no sabe. No recuerdas al final qué es lo que has vivido a menos que esté escrito".
— ¿Hay obras o autores a los que vuelve con frecuencia, ya sea por inspiración, consuelo o costumbre?
— No, no repito los libros mucho. A veces algo de poesía en español, porque vivo en inglés, entonces la poesía me trae de vuelta al idioma, a la cadencia del idioma, que es importante cuando uno no vive en un país de habla hispana.
“Leo muchas novelas nuevas, lo que me mandan mis editores en español, desde España o desde Chile, y mucha novela en inglés”.
— Mi nombre es Emilia del Valle coincide con el universo de la trilogía de La casa de los espíritus. ¿De dónde viene la inspiración de revisitar las figuras femeninas y el ser mujer en otras épocas, que no son las actuales?
— La inspiración no fue un personaje, la inspiración fue un hecho: la guerra civil de 1891 en Chile, que tiene ecos o similitudes con lo que pasó 82 años más tarde con el golpe militar en 1973, que yo lo presencié.
“En 1891 un presidente progresista, José Manuel Balmaceda, quiso hacer cambios importantes en el país dentro de la constitución, por supuesto, y se encontró con una fuerte oposición. Las Fuerzas Armadas intervinieron, se dividieron. El ejército se fue con el gobierno y la Marina, que es muy poderosa en Chile, se fue con la oposición y hubo una guerra civil espantosa. En cuatro meses murieron más chilenos que en los cuatro años de la guerra del Pacífico, la guerra contra el Perú y Bolivia.
“En 1973 tuvimos un presidente progresista, Salvador Allende, que quiso también hacer grandes cambios dentro de la Constitución. Encontró gran oposición y intervinieron las Fuerzas Armadas, pero no se dividieron. Y el resultado fue un golpe militar y 17 años de dictadura. En ambos casos, el presidente no se rindió y no quiso salir al exilio, se suicidó. Y se convirtieron ambos en figuras heroicas.
“El hecho de mirar el pasado —porque he escrito muchas novelas históricas— me permite tener una perspectiva más amplia de lo que pasa en el presente. Empecé diciéndote lo mal que se ve este país, pero si uno lo ve solamente en la perspectiva de hoy, dentro de los límites de hoy y en las noticias de hoy, que están todo el tiempo bombardeándote de malas noticias en el teléfono, claro, uno está atrapado.
“Pero si lo ves con la perspectiva histórica, te das cuenta que esto ha pasado antes, ha pasado en otras partes y que la naturaleza de la vida y de la humanidad es el movimiento. Todo cambia, todo evoluciona, todo se mueve. No hay que quedarse atascado en el presente. Y también te permite visualizar el futuro”.
“Si lo ves con la perspectiva histórica, te das cuenta que esto ha pasado antes, ha pasado en otras partes y que la naturaleza de la vida y de la humanidad es el movimiento. Todo cambia, todo evoluciona, todo se mueve”.
— Y específicamente sobre las figuras femeninas, ¿por qué es importante traer al presente estas narrativas?
— En aquella época, a finales de 1800, las mujeres tenían muy pocas opciones. De partida tenían poca educación, porque su educación estaba limitada. Imagínate que Virginia Woolf no podía entrar a la biblioteca, porque a la biblioteca solamente podían entrar hombres. Había mujeres periodistas, muy pocas, pero tenían que firmar con un pseudónimo masculino, porque si no, nadie respetaba lo que ellas tuvieran que decir. Nadie les prestaba atención, para nada.
“Entonces, yo quería contar esta guerra sin tomar partido de un lado o del otro. Necesitaba traer a alguien de afuera y pensé ‘bueno, ya que los Estados Unidos intervinieron en esa guerra, va a ser una persona americana’. Y yo quiero siempre que sea una mujer, en lo posible que sea una mujer, porque yo quiero las voces silenciadas.
“La historia la escriben los vencedores, los hombres, generalmente blancos. Las voces de los derrotados, de los pobres, de las mujeres, de los niños, de los animales, por último, no existen. No existen en la historia. Es como si las mujeres, que somos el 51% de la humanidad, jamás hubiéramos existido. Alguien hizo el comentario que en los obituarios de The New York Times no hay mujeres, son todos hombres los que se mueren. Las mujeres pasan por la vida y se mueren sin existir. Entonces, a mí me interesaba una voz femenina.
“¿Por qué mandarían a una mujer si no había corresponsales de guerra que fueran mujeres? Tendría que ser porque ella (Emilia del Valle) tenía algunas condiciones que la hacen única: uno, sabe escribir; dos, habla español, que era muy importante; y tercero, tiene raíces familiares en Chile. Así fue creciendo el personaje.
“Y lo uní a Paulina del Valle y la familia del Valle que aparece en la Casa de los espíritus, en Hija de la fortuna, en Retrato en sepia, en Violeta. Esos personajes, muchos de ellos son inspirados en miembros de mi familia. Con una familia de lunáticos como la mía, no se necesita mucha imaginación. Esa gente como que vuelve. Se me meten en el libro, solos, a veces contra mi voluntad".
“Yo quiero siempre que sea una mujer, en lo posible que sea una mujer, porque yo quiero las voces silenciadas. La historia la escriben los vencedores, los hombres, generalmente blancos. Las voces de los derrotados, de los pobres, de las mujeres, de los niños, de los animales, por último, no existen (...). Las mujeres pasan por la vida y se mueren sin existir”.
— ¿Qué diría que le exige la literatura hoy que no le exigía antes?
— “El primer libro (La casa de los espíritus) lo escribí sin tener idea de lo que estaba haciendo. No hubo exigencias de ninguna clase, porque ni siquiera sabía que estaba escribiendo una novela. Empezó como una carta y fue evolucionando y desarrollándose en un libro, pero sin un plan, sin decir yo misma ‘estoy escribiendo un libro’.
“Yo trabajaba dos turnos en una escuela, 12 horas al día. Volvía a la casa, a la cocina, después de que servíamos la comida y se iban los niños a ver televisión. Me sentaba en la cocina a escribir en una máquina portátil. ¿Qué es lo que estaba haciendo? No estaba segura, pero creo que fue un intento de recuperar todo lo que había perdido en el accidente, las memorias de la familia, la nostalgia por el país, por mis amigos, por mi abuelo maravilloso.
“Pero después, a medida que empecé a publicar más libros y cada libro tenía bastante éxito, la crítica cada vez más exigente también, empecé a darme cuenta de lo que es la industria del libro, que yo antes no sabía, nadie sabe. Y esa industria del libro se ha complicado mucho en los años que yo llevo escribiendo. 42, 43 años.
“Las exigencias, para mí, han sido más que nada de la vida pública. Que ya no es escribir solamente, sino que tienes que promocionar los libros, tienes que vender los libros. Antes de la pandemia, eran giras de libros que te mataban, 23 ciudades en 30 días, tomando aviones todos los días, seis países en Europa. Todo era así, exagerado. Y cuando vino la pandemia, todo eso se terminó súbitamente y me di cuenta de que no hacía ninguna diferencia, que los libros se vendían igual con o sin todo ese esfuerzo. Entonces dije: ‘No, pues ya no tengo edad para hacer eso’.
“Lo que cambió desde el principio fueron esas exigencias externas. Pero ahora he vuelto al principio, porque tengo 82 años, voy a cumplir pronto 83, y ya nadie me puede pedir nada. Cualquier cosa que me pidan yo digo ‘No, ya estoy muy viejita, no puedo’” (entre risas).
— Justo por eso, de estar más de cuatro décadas bajo la mirada pública, marcadas por una relación cercana con sus lectores y una constante apertura sobre aspectos personales, ¿le resulta difícil separar lo que le pertenece a Isabel Allende como persona de lo público?
— Es cierto, pero yo todo lo cuento en los libros. Los únicos secretos que guardo son los que no me pertenecen. Secretos que involucran a otras personas. Pero lo mío no me importa nada contarlo, porque no he hecho nada tan espantoso en mi vida que no haya hecho otra persona. Soy común y corriente en ese sentido. Pero en lo que es la vida verdadera, la vida privada, eso sí es privado.
“Por ejemplo, yo no recibo periodistas en mi casa, solamente en la oficina. Hay un círculo privado que es muy privado. Y ese es mi marido, mi hijo, mi nuera y dos perros”.
— En varias de sus obras se refleja una profunda preocupación por las experiencias migratorias. En El viento conoce mi nombre, por ejemplo, abordó la separación de las familias producto de las políticas migratorias en Estados Unidos. Hoy, esas medidas se han endurecido aún más. ¿De qué manera ha influido esta coyuntura en su escritura?
— Yo vengo escribiendo sobre refugiados e inmigrantes desde hace por lo menos cuatro o cinco libros. Es un tema que me toca de cerca por lo personal, pero también me toca muy de cerca por mi fundación, porque trabaja mucho en la frontera y trabaja con refugiados a nivel internacional. El tema lo tengo todo el tiempo, me resuena todo el tiempo.
— También, como residente de Estados Unidos, ¿qué impacto han tenido esas políticas migratorias a nivel personal, familiar?
— A nivel personal, no me han tocado todavía, pero sí a mucha gente alrededor mío. Yo vivo en California y como en muchos otros estados de los Estados Unidos, todo el trabajo de servicio lo hacen latinos inmigrantes. La mitad de ellos ilegales o con unas visas provisorias. Todos los mozos en los restaurantes, la gente que cuida a los niños, a los abuelos, todos los servicios.
“Yo estoy rodeada de esa gente. Voy a un restaurante y todos los meseros me conocen porque somos una comunidad (en Marin County). Adonde vaya, conozco a la gente por el nombre. Entonces, le digo ‘oiga, Alberto, ¿cómo está la cosa?’ y me dice ’yo estoy bien, pero mi hermano está escondido o a mi hermano lo deportaron’.
“Hay una señora maravillosa, que ha estado conmigo 25 años, que viene una vez por semana a limpiar mi casa. Esa señora no habla inglés, no maneja, es ilegal y lleva en este país 37 años. Sus hijos se criaron aquí y a esa mujer la pueden deportar mañana porque no tiene papeles. Ella tiene miedo de subirse al bus para venir a trabajar porque la pueden agarrar en el bus, hay que irla a buscar.
“Es muy cruel, lo que está pasando es cruel e innecesario, porque hay otras maneras de regular la inmigración, de dar visas temporales a la gente para que venga a trabajar, como había antes, por ejemplo.
“Ustedes no tienen ese problema en Costa Rica, pero este es un problema global. Existe en Europa, en Chile, estamos llenos de inmigrantes y uno de los problemas políticos de hoy en Chile es la inmigración, sobre todo la inmigración venezolana”.
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— Claro, y sumado a que el mundo está virando cada vez más hacia gobiernos autoritarios, ¿cuál cree que es, entonces, el rol de la literatura frente a estos cambios?
— Recordarnos. Recordarnos primero que somos una sola humanidad. Recordarnos cuáles son los valores que vale la pena defender. Y ver el pasado, lo que sucedió antes. Si alguien se da el trabajo de echarle una mirada a lo que sucedió en la Segunda Guerra Mundial con Alemania y empieza a hacer los paralelos, ahí prestas atención porque te das cuenta de que hay un antecedente. Que esto no salió de la nada y que no va a llevar a la nada tampoco. Hay antecedente de cuáles son las consecuencias de una cosa como esta.
“Creo que el rol de la ficción no es pasar mensajes. Si tú tratas de dar un mensaje en una novela, generalmente arruina la historia. Basta con contar la historia. No hay que subestimar al lector. Lo ve entre líneas, no necesitas machacarle un mensaje; si lo haces pierdes a tu lector.
“Ahora, hay otra literatura que es de no ficción. En este momento hay un un libro de Timothy Snyder que se vende como pan caliente. Se escribió en 2017, se llama Sobre la tiranía, y es sobre cómo se resiste a un gobierno autoritario, cómo se resiste a una tiranía con ejemplos históricos, pero muy de hoy, o sea, está pensando en Donald Trump.
“La literatura cumple una función muy importante. Pero hay que separar lo que es ficción de lo que no es ficción”.
— Estamos en una sociedad que es muy inmediata. Las personas quieren todo ya y se aburren muy rápido. ¿Considera que la literatura todavía tiene un espacio bajo esta articulación?
— Es cierto que cada vez hay menos gente dispuesta a leer con atención, a leer un libro largo o un libro pesado. La gente quiere entretenimiento y lo quiere rápido y quiere un sumario de las cosas. Mira lo que está pasando con IA (Inteligencia Artificial). Me están llegando cartas largas de lectores que me dicen ‘déjeme contarle mi vida’ y son cuatro páginas, pero antes de las cuatro páginas dice ‘este es el sumario, esta es la sinopsis’. Yo no necesito leer todo lo demás, porque ya tienen todos los puntos ahí. Se va a llegar a eso con la literatura, que al principio del libro te van a dar el sumario, ¿y para qué vas a leer el libro, no?
“Creo que la forma puede cambiar. Puede ser que el libro, como nosotros lo conocemos con las páginas que uno da vuelta calmadamente, tal vez va a desaparecer, va a ser un artículo de coleccionista. Y vamos a recibir la literatura, la cultura, no sé, en imágenes, en digital, tal vez te metan un chip en el cerebro y dormida leas el libro, lo que sea. Pero la necesidad de la humanidad de que le cuenten historias va a perdurar.
“Yo creo que esa necesidad es básica para la humanidad, ¿por qué? Porque al escuchar una historia nos conectamos a un nivel humano que no es posible de otra manera. Por ejemplo, si a mí me dicen que existen 120 millones de refugiados en el mundo y 75% de ellos son mujeres y niños, esos son números, no me dicen nada. Pero si a mí me cuentan la historia de una niña ciega que la separaron en la frontera, esa niñita puede ser mi hija, puede ser mi nieta, esa madre puedo ser yo. Hay una conexión a través de la historia personal que es un nivel muy profundamente humano".
“La necesidad de la humanidad de que le cuenten historias va a perdurar. Esa necesidad es básica para la humanidad, ¿por qué? Porque al escuchar una historia nos conectamos a un nivel humano que no es posible de otra manera"
— Sobre el uso de esas tecnologías, ¿no puede llegar a ser un escenario abrumador para los nuevos escritores?
— Creo que no, creo que todo lo contrario. Para mí es abrumador, que yo no lo puedo manejar, pero la generación joven nace con eso. Para ellos es una herramienta natural que la usan sin pensar.
“Aquí viene a verme una niñita de cuatro años y medio para que yo le lea historias dos veces por semana. Esa niñita maneja el teléfono y puede meterse en Google. Yo le cuento algo y me dice ‘un momento, lo chequeé en el teléfono’. Y tiene cuatro años y medio. Lo que yo no soy capaz de hacer. Esa niñita, si llega a ser escritora, va a utilizar todo lo que le brinda la tecnología para escribir mejor. Para investigar sobre todo, mira que la investigación es pesada”.
— ¿Qué se puede hacer para que surjan y se consoliden nuevas voces literarias?
— Yo no sé lo que pueden hacer, pero cada vez hay más gente que escribe. Hay más gente que quiere escribir. Ahora, lo que es difícil es publicar. Pero escribir cada vez más gente y hay toda clase de facilidades, hay cursos en línea, hay talleres en línea. Yo acabo de hacer, para la BBC, un curso que se llama Maestro, sobre cómo narrar. Fueron 21 lecciones que hice. Cualquier persona que quiera utilizar lo que yo sé, porque es nada más que lo mío, lo personal, ahí está todo, no hay nada guardado, nada de secretos, ahí está todo, lo pueden ver.
“Le escuché decir a Elizabeth Gilbert, una gran escritora americana que escribió Eat, Pray, Love (Comer, rezar, amar), que fue una novela que tuvo muchísimo éxito e hicieron una película con Julia Roberts, cuando estábamos en un escenario las dos y le preguntaron del público qué consejo le puede dar a un aspirante a escritor. Y ella dijo ‘no esperes que la escritura te dé fama ni dinero. Escribe porque amas el proceso’. Y yo agregaría no esperes tampoco ser publicado, porque a veces se puede y muchas veces no“.
— En esa línea, ¿qué sigue para Isabel Allende? ¿Le interesa explorar nuevos géneros, ha pensado en retirarse?
— Retirarme, no todavía, porque mientras tenga cerebro y me quede atención y capacidad de memoria para investigar y enfocarme en algo, espero seguir escribiendo. Es lo único que sé hacer y lo único que quiero hacer.
“Yo no hago deporte, no juego ningún juego, no tengo hobbies, no me gusta la gente. ¿Sabes lo que haría? Sentarme en una mecedora y mirar el paisaje, así que no creo. Voy a seguir escribiendo mientras pueda.
“Ahora, ¿qué voy a escribir? No sé, porque no hago planes. A mi edad no se hacen planes, a mi edad tú vives al día. Y estoy tratando de terminar esta cosa que escribí sobre la escritura. Ese es mi proyecto para este mes. Luego voy a tratar de retomar la memoria que dejé a medio hacer. Y ya no sé qué más, porque no sé hasta cuándo me va a alcanzar el cerebro".
— Día a día, se irá viendo.
— Día a día, exactamente.