Don Roberto Servitje: éxito con conciencia
“No hay que olvidar que el éxito empieza en los pequeños detalles, en las cosas que nadie ve pero todos sienten.
“El verdadero liderazgo no está en mandar más, sino en servir mejor.”
“En Bimbo siempre hemos procurado hacer las cosas bien, cuidar la calidad, tratar bien a la gente y ser honestos en todos los sentidos.”
Don Roberto Servitje (1928´2025)
Conocí a Don Roberto Servitje, uno de los fundadores de Bimbo —la empresa panificadora más grande del mundo, con más de 130,000 colaboradores y operaciones en 45 países— en 1979. Yo tenía apenas 24 años, cursaba la Maestría en el IPADE, y él vino como profesor invitado a darnos una conferencia. Han pasado 46 años desde aquel encuentro y, sin embargo, dos anécdotas que nos compartió ese día siguen grabadas en mi memoria con una claridad asombrosa.
Ambas me marcaron profundamente, porque ilustran con sencillez y fuerza lo que significa dirigir bien y vivir bien.
La primera tenía que ver con la cobertura, con la ambición bien canalizada y con un compromiso a toda prueba con el cliente. Contó que un amigo suyo había ido a cazar a un rincón remoto en la sierra de Sonora, un sitio tan aislado que apenas si alcanzaba la categoría de ranchería. En medio de esa soledad, encontró una pequeña tienda polvorienta que apenas se sostenía. Y, para su sorpresa, en el estante más visible estaban los productos de Bimbo.
Ese amigo se lo contó a Don Roberto como una muestra de reconocimiento y admiración. Él, con humildad, sonrió y dijo algo que no he podido olvidar: “Para eso trabajamos todos los días”. En ese momento entendí algo que no me habían enseñado en ningún libro de negocios: no basta con tener el mejor producto; es igual de importante, en nuestro caso, asegurarse de que llegue hasta el último rincón. El éxito verdadero no se mide solo en premios, ingresos o prestigio, sino en ejecución impecable, constante, silenciosa.
La segunda anécdota tenía otro matiz, igual de potente. Tenía que ver con la ética, con la integridad en un entorno que muchas veces espera lo contrario. Un día, mientras cargaba gasolina, Don Roberto escuchó a un policía decirle a otro: “Oye, ahí va un camión de Bimbo, ¿por qué no lo paraste para revisión?”. Y el otro respondió con una media sonrisa: “Esos desgraciados de Bimbo (usó otra palabra más fuerte) nunca dan nada”.
En aquel entonces me sorprendió esa historia; no acababa de entender su importancia. Hoy, con muchas canas y algo más de vida a cuestas, la comprendo bien: la sociedad exige a los empresarios ser exitosos, pero también espera —o debería esperar— que lo sean haciendo el bien. Que ganen, sí, pero sin ceder a la corrupción ni a las trampas. Que logren resultados y, al mismo tiempo, conserven la dignidad.
Don Roberto personificaba eso: una ambición limpia, que no solo busca crecer, sino hacerlo dejando bienestar a su paso.
Durante los años posteriores volví a coincidir con él varias veces. Era un hombre que escuchaba más de lo que hablaba, que preguntaba con genuino interés, que enseñaba sin hacer sentir menos a nadie. Esa actitud de servicio se notaba tanto en los auditorios del IPADE como en los pasillos de sus plantas.
Hoy que se ha ido, conviene recordar que detrás de cada pan que millones de familias mexicanas ponen en su mesa, hay miles de empleos, de proveedores, de pequeños tenderos a los que les cambió la vida. Eso es lo que yo llamo el efecto multiplicador del empresario. Un buen empresario no solo genera riqueza para él y su familia; multiplica bienestar para otros: sus colaboradores, sus comunidades, sus clientes. Y ese efecto, cuando se combina con integridad, se vuelve incalculable.
En un mundo que a veces celebra a quienes acumulan sin mirar atrás, convendría recuperar el ejemplo de Don Roberto. Él nos mostró que es posible crecer sin perder el alma. Que el éxito se construye en los detalles, en llegar hasta la última tienda de la última ranchería, y en no dar nada indebido a cambio de favores.
Su vida me recuerda una frase que alguna vez le escuché: “Uno no es empresario para vivir bien, sino para que otros vivan mejor”.
Hoy despedimos a Don Roberto Servitje, pero su efecto multiplicador seguirá, por muchos años, alimentando no solo cuerpos, sino también conciencias.
Ojalá más líderes —en México y en el mundo— se inspiren en su ejemplo para construir empresas que lleguen lejos, sí, pero que también lleguen hondo.
Don Roberto no solo nos enseñó a hacer pan; nos enseñó a hacerlo con las manos limpias, con el corazón lleno y con los ojos puestos en los demás.
Gracias por tanto, Don Roberto. Usted si practicó lo que decía: “Un buen empresario no solo genera riqueza, multiplica bienestar.”
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* Profesor Decano del Área de Política de Empresa (Estrategia y Dirección) en el IPADE
Presidente del Consejo Editorial de la revista ISTMO
Conferencista y asesor en estrategia, dirección y gobierno con 40 años de experiencia.