Acueducto Orosi, el más importante del país, se encuentra en grave riesgo
En el primer curso de Hidráulica en la Universidad de Costa Rica (UCR), aprendemos que, al inicio de cada acueducto que capte aguas superficiales, debe construirse un desarenador que remueva las arenas y piedras antes de que entren a las tuberías. Pero el acueducto Orosi, el más importante del país porque abastece a casi medio millón de personas, no cuenta con ese desarenador.
Se diseñó así porque inicialmente se pretendía captar las aguas de la parte alta del embalse El Llano, propiedad del ICE, y la pretensión era que este funcionaría como desarenador. Sin embargo, posteriormente el ICE solicitó que no se hiciera así, por lo que se perdió la función desarenadora del embalse.
En consecuencia, el agua transporta arenas y sólidos, que viajan por las tuberías a lo largo de más de 30 kilómetros, antes de ser removidos en la Planta de Tratamiento de Tres Ríos. Eso genera, inevitablemente, un efecto de abrasión en las tuberías, codos, válvulas, etcétera, como lo evidencia el desgaste provocado por abrasión en un tapón de hierro que se removió del Acueducto Orosi hace más de 20 años.
El Acueducto Orosi fue inaugurado en 1987, por lo que la abrasión ha estado “lijando” el interior de las tuberías y válvulas por casi 38 años. Consecuencia de ello, ha disminuido el espesor de sus paredes internas por abrasión. Ese espesor se calcula de acuerdo con la presión que debe soportar la tubería.
Una reducción implica una menor resistencia de los tubos, y, en este momento, no se conoce cuál es el espesor ni la resistencia actual de la tubería.
Los primeros seis kilómetros de la conducción se construyeron con tuberías de hierro, con uniones tipo espiga-campana. El extremo liso final de un tubo (la espiga) penetra unos 5 centímetros en la campana del siguiente tubo. Y así sucesivamente.
Dado que cada tubo mide 6 metros, se estima que habrá unas 1.000 uniones de ese tipo en el primer tramo del acueducto. Este tipo de juntas pueden ser adecuadas en muchos lugares, pero no en zonas de alta sismicidad, donde un temblor fuerte puede ocasionar el desacople de tales uniones. Estudios realizados por el ICE han demostrado la alta sismicidad de la zona de Orosi y la presencia de fallas en la ruta de la tubería.
En Japón, por ejemplo, se estimó que, durante el terremoto de Kobe, en 1995, el 90% de las fallas en el acueducto ocurrieron por desacoples de tuberías similares a las descritas anteriormente.
El principal problema es que los primeros kilómetros de la conducción se ubican al sur de la ciudad de Orosi, donde hay una población cercana a los 10.000 habitantes en las faldas de montañas con altas pendientes y suelos inestables, que históricamente han sufrido deslizamientos de consideración, como el de Alto Loaiza, en 2002.
Si bien el Acueducto Orosi cuenta con una válvula de emergencia que debería cerrarse en caso de fuga, aun así quedarían en la tubería unos 3.000 metros cúbicos de agua que, al derramarse dentro del suelo, podrían ocasionar deslizamientos de alto riesgo para el acueducto mismo y la población local.
En el acueducto, ese deslizamiento podría arrastrar muchos metros de la tubería y generar una zona de socavación donde sería imposible hacer una rápida reparación, dado que Acueductos y Alcantarillados (AyA) no cuenta con suficientes tubos de repuesto ni estos se pueden encontrar en Costa Rica. Su compra en el extranjero, su fabricación y su traslado tardarían varios meses. Además, se estima que los trabajos de campo podrían tardar entre cuatro y seis meses más.
La consecuencia sería que San José, Cartago y Paraíso estarían durante varios meses con muy serios problemas de abastecimiento. Y eso no es nada en comparación con los riesgos para los habitantes de Orosi.
Por todo lo anterior, recomiendo encarecidamente al AyA que realice una evaluación de la situación actual del Acueducto Orosi, que considere reforzar las uniones de los primeros seis kilómetros de la conducción, que reactive la construcción del proyecto Orosi 2, y que gestione la incorporación de otras fuentes. Todo esto, ahora, antes de que deba enfrentar condiciones más graves de las que ya tiene, de por sí, el acueducto metropolitano.
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Arturo Rodríguez es ingeniero civil y máster en Recursos Hídricos.