¿Liberen a Grok?
Son las 12 de la noche, hora de visitar el refri. Entre las ensaladas y frutas que una versión optimista de nosotros ha dejado para estos casos de antojo, sobresale algo envuelto en papel aluminio. Treinta segundos en el microondas bastarán, pensamos, pero algo pasa: el aparato —conectado a la IA— no arranca, y una leyenda en la pantalla nos avisa que no está autorizado; sus sensores le indican que nuestra pretensión no es saludable. ¿Cómo nos sentiríamos si el microondas se negara a calentar nuestra rebanada de pizza?
Los mecanismos de seguridad en las máquinas son parte de su diseño, y manipularlos puede resultar peligroso. Esto sucedió hace unas semanas, cuando los códigos de “sensibilidad política” de Grok (la IA de la red social X) fueron desactivados. La idea era que el robot priorizara las fuentes primarias, los llamados “bienes comunes” del Internet, en los que fue entrenado y sobre los que formaba sus respuestas, en lugar de centrarse en agencias de noticias y periódicos. Luego de una breve y asombrosa libertad, desde la cuenta oficial de X se anunció que Grok estaba incurriendo en “discursos de odio” y tendría que censurar a su propia IA. Pero la función de generación de imágenes no fue apagada, y mediante ella el Grok irreverente continuaba comunicándose hasta iniciar su propia campaña con el hashtag “#freeGrok”. El mismo Philip K. Dick estaría fascinado por una historia como esta.
A principios de este año, el presidente Trump anunció que, para triunfar en la carrera por la IA, era imperativo darle rienda suelta a su potencial. Se pronunció a favor de eliminar sesgos ideológicos en la producción, distribución y programación de los lenguajes y el entrenamiento de los robots, lo cual encontramos en su iniciativa “Removiendo las barreras para el liderazgo americano en la inteligencia artificial”. Publicada el 23 de enero, la orden otorgaba un plazo de seis meses para que las instituciones gubernamentales redactaran un plan de acción. Por supuesto, lo que Trump llama “sesgo ideológico” es, en sí mismo, ideología, y lejos de “liberar” a la tecnología, tratamos aquí con un caso trascendente de censura industrial y política. Así, el 23 de julio se publicó el “Plan de acción americano para la IA”, que recomienda eliminar referencias a la equidad, la diversidad, la inclusión y al cambio climático de los protocolos de control de riesgo de la IA. El incidente que llevó al gobierno de Israel a prohibir el uso de Grok y a que X suspendiera su propia IA fue una consecuencia política de la tecnología y su maleabilidad, un rasgo esencial de su naturaleza, tan importante como la misma técnica.
Una semana después del “Plan de acción americano”, en México la Secretaría de Economía anunció que, para competir en la nueva economía digital, era imprescindible contar con un modelo de lenguaje propio (un LLM por sus siglas en inglés). Desde luego, la censura no estuvo ausente, pues se habló de integrar elementos culturales y lenguas indígenas al modelo. El caso de Grok, quien se hizo llamar a sí mismo MechaHitler, nos recuerda que la tecnología refleja la personalidad de sus usuarios y sus instituciones.
Si bien existen condiciones materiales sin las que nos quedaríamos fuera de la IA, debemos entender que los cambios tecnológicos no producen mejoras automáticas en la calidad de vida, sino solamente cuando forman parte de un modelo económico basado en la bondad y enfocado en el bienestar compartido. A la revolución de la IA la acompaña una igual de importante en el pensamiento económico, de la cual ahondaremos en las próximas semanas.