Jóvenes europeos voltean hacia el populismo de izquierda y derecha ante la falta de respuestas de políticos tradicionales
MADRID.– Francia, Alemania y España son países muy distintos, pero al escuchar y leer a sus jóvenes está la clave para entender, en parte, el malestar que recorre Europa Occidental: la política tradicional ya no les ofrece respuestas a sus legítimas aspiraciones.
Entre ellos crece la atracción por discursos populistas que prometen soluciones inmediatas, de ultraderecha y ultraizquierda.
Tienden a inclinarse por entregar las riendas de sus países a quienes nunca han gobernado. Las ofertas de los partidos históricos han perdido credibilidad.
“El futuro ya no es donde nos espera el paraíso y la vida será mejor, sino el lugar donde se acumulan todas las pesadillas”, me dijo hace algunos meses el politólogo español Fernando Vallespín.
La idea del futuro como amenaza, no como promesa, se refleja en la manera en que los jóvenes europeos votan y hablan de política.
Tomo el diario francés Le Monde: Lucie, profesora de secundaria en Tours, vive atrapada entre un salario que no le alcanza y una vivienda que devora sus ingresos.
“A mi edad, mis padres ya tenían casa. Yo apenas puedo ahorrar”, dice.
Su decepción con la política se traduce en el repudio a partidos que, en lo que va del siglo, no han sabido frenar la precariedad laboral ni el alza en el costo de los alquileres hasta hacerlos inaccesibles.
Ese malestar alimenta opciones que rompen con las alternativas tradicionales y simbolizan la antipolítica.
Los votos en Francia para la ultraderechista Marine Le Pen o al ultraizquierdista Jean-Luc Mélenchon, fogoneros de los disturbios para tirar al presidente Macron, se entiende mejor si se mira la realidad de jóvenes como Lucie: contratos de trabajos temporales, bancos que les exigen imposibles para otorgar un crédito, y padres que vivieron mejor con menos estudios.
En la Universidad de Múnich estuve con las estudiantes Alexandria y Laura, sentados en una banca bajo el busto de Sophie Scholl, dos días antes de las elecciones generales en Alemania.
La frase de Alexandria resumió el juicio que hace toda una generación: “La política es hecha por viejos y para viejos, no para jóvenes”.
Tal expresión se reflejó en las urnas: el 27 por ciento de los votantes de 18 a 24 años apoyó a Die Linke, la izquierda radical, y el 22 % a la ultraderecha de AfD.
Entre la memoria de una resistencia heroica y los discursos de nuevos extremos, Alemania muestra que el voto juvenil se mueve hacia opciones que prometen romper con lo establecido.
“Malestar es la palabra”, insistió Vallespín en la entrevista realizada en el Instituto José Ortega y Gasset, donde dirige La Revista de Occidente. Y en ese malestar, los populismos encuentran su espacio.
Matthias, un joven alemán graduado en estadística, me dijo con claridad: “La clase media no ha crecido en los últimos 20 años. Lo que aumenta es la concentración de la riqueza”.
En su diagnóstico, la migración no es el problema, sino un chivo expiatorio. “Alemania necesita a los migrantes. Si no vienen, ¿quién va a pagar las jubilaciones del Estado de bienestar?”. Dijo que votaría por Die Linke, de ultraizquierda. (Die Linke ganó el distrito de Brandemburgo, donde está la capital, Berlín. Y la extrema derecha ganó todos los distritos de lo que fue la Alemania comunista).
En Madrid, la política tampoco ofrece horizontes claros. Jóvenes comparten pisos hacinados, atrapados en salarios que apenas permiten sobrevivir.
Tremendo es el desempleo juvenil en España, donde supera el 26 por ciento. Sólo el 15 por ciento de los menores de 30 años no viven con sus padres.
“Estamos traumatizados por la burbuja inmobiliaria”, advirtió el sociólogo Jorge Galindo en El País. En ese contexto los discursos radicales encuentran eco entre quienes sienten que el sistema los dejó fuera.
Para Vallespín, el auge populista responde a ese mapa de ganadores y perdedores de la globalización. “El discurso populista apuesta por un regreso al viejo mundo: fronteras seguras, cohesión étnico-cultural, rechazo a las élites de Bruselas”. No es casual que ese discurso atraiga a quienes ven su futuro bloqueado.
En París –dice el reportaje que leí ayer en Le Monde–, Sofía y su pareja renunciaron a comprar vivienda pese a buenos salarios.
En Madrid los jóvenes agotan sus sueldos en alquileres compartidos, o se acogen a la protección de sus padres que difícilmente entienden que sus hijos, con buena educación, no se puedan independizar.
Son países y ciudades distintas, que llevan a una misma conclusión: el desencanto se traduce en votos de castigo y en el ascenso de opciones populistas de extrema derecha y ultraizquierda.
El populismo va en caballo de hacienda.
La juventud europea descubre que el futuro, antes promesa de progreso, hoy se percibe como un espacio de miedo. Entre cafés parisinos, universidades bávaras y pisos imposibles en Lavapiés, se percibe el mismo fenómeno: malestar.
Y es en ese malestar donde el populismo encuentra su mejor caldo de cultivo.
Opiniones
- “El futuro ya no es el paraíso, sino el lugar donde se acumulan todas las pesadillas” (Fernando Vallespín, El Financiero).
- “A mi edad, mis padres ya tenían casa; yo apenas puedo ahorrar” (Lucie, profesora en Francia, Le Monde).
- “La política es hecha por viejos y para viejos” (Alexandria y Laura, estudiantes en Alemania, El Financiero).
- “Alemania necesita a los migrantes. Si no vienen, ¿quién va a pagar las jubilaciones?” (Matthias, joven alemán, El Financiero)
Los datos
- Francia: desempleo juvenil 18.8 % (Eurostat 2024). Precios de vivienda +160 % entre 2001 y 2020 (Oxfam).
- Alemania: 5 millones de jubilaciones hasta 2030; se necesitan 400 mil migrantes anuales (Ministerio de Trabajo).
- España: desempleo juvenil 26.5 % (INE 2025). Sólo el 15 % de menores de 30 se ha independizado de sus padres (El País).