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Heráclito: fuego y razón

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¡Qué importante es aún pensar en y con Heráclito! Los fragmentos de su tratado sobre la naturaleza parecen indicarnos que tenía tres pilares, uno sobre el universo, otro de ética y sociopolítica y otro sobre la teología. La clave de bóveda era su concepto de logos común, que muchas veces hemos malentendido y que seguramente aún se nos escapa. Y es que luego los estoicos usaron a Heráclito para fundamentar su idea de una razón-logos. Ese logos divino y común sería para ellos la mente ordenadora del universo, pero no parece que fuera eso de lo que hablaba Heráclito. Sobre el logos heracliteo se puede discutir todavía si es o no su idea de principio fundante de la realidad, lo que los teóricos desde antiguo llamaron “arché”. La palabra logos en Heráclito posee tres connotaciones importantes, una lingüística, otra aritmética y otra lógica, porque quiere decir igualmente “razón” y “discurso”, que “cálculo” o, en tercer lugar, “razonamiento”. Su aplicación es también a la gnoseología, pues Heráclito constata que la dificultad del conocimiento es enorme y supone un verdadero camino de sabiduría que comienza por el conocimiento de uno mismo en pos de ese logos, tal vez una razón cósmica inmanente. Heráclito profundiza también en la lógica y no sólo en la física, o quizá mejor aún, sobre la relación entre el logos y la ciencia del ser u ontología.

Es importante la idea paradójica que expresa el filósofo en su fragmento acerca de Apolo, el dios de la sabiduría y de Delfos, para ver cómo se puede entender el logos: ese dios no nos explica o nos indica nada, sino que nos “da señales”: ahí cabe ver el método o actitud de Heráclito para entender la realidad. En primer lugar esto supone una descomposición de aquella para luego analizarla como lo que es. Y el logos articula un discurso que permite entender la naturaleza o physis como una ensambladura invisible. Este método empieza desde el autoconocimiento délfico y sigue por la indagación del lenguaje secreto o código oculto de la naturaleza. Por eso, el logos de Heráclito se nos antoja más bien una clave que hay que descifrar: no por casualidad es la palabra que también se usa para definir lo que hacen los logógrafos que agrupan los planos de la prosa científico-técnica que va apareciendo en su época en Jonia: desde la geografía o la historia a la medicina o la retórica.

Hay que pensar también en su teoría de los opuestos, porque la ensambladura que supone el logos, como armazón de la realidad, se basa sobre una tensión que tiene mucho que ver con el equilibrio. De ahí la metáfora fundamental de la guerra (pólemos) como padre de todas las cosas (fr. DK 53B). La physis es más bien una “paz armada” que supone que todo está en tensión, usando otras de sus dos metáforas favoritas: el arco y la lira. El arco está tenso antes de dispararse e igualmente pasa con la lira, cuyas cuerdas son pulsadas para dar la nota musical que también da razón de cómo se rige el universo. Hay, por tanto, una suerte de concordancia y unidad entre los opuestos (“coincidentia oppositorum”, dirán con otro alcance místicos y alquimistas, y luego también Jung). Esto recuerda también al pensamiento oriental: lo expresa la Bhagavad Gita, que muestra la necesidad del combate cuando Krishna dirige a Arjuna hacia el campo de batalla.

Nos interesa también la idea de fuego cósmico en los fragmentos (57-65), acerca del cual se ha discutido si también puede suponer uno de los principios fundantes de la naturaleza o si es una metáfora más de Heráclito. Hay otros elementos también aludidos como dioses, a veces metafórica o alegóricamente, en su teología: el agua, el aire y la tierra. Pero el fuego está en un aparte y supone una manera interesante de aproximarse a la manera en que el filósofo entiende el funcionamiento del cosmos. Se puede relacionar con la tensión permanente o guerra entre opuestos, la destrucción que conlleva la creación de vida en un eterno fluir (“panta rhei”, como reza una expresión apócrifa que resume bien su noción seguramente más popular). Tampoco tiene sentido la preocupación por la vida y la muerte en un mundo en cambio y conflicto permanente (fr. 60). El fuego simboliza bien el conflicto como chispa vital y ayuda a entender que la realidad del ser se configura como despliegue de opuestos. ¿Sería, pues, siguiendo la tradición jonia, el elemento material que diera sentido a la unidad universal? Se discute si es arché, metáfora en el sentido de lucha de opuestos o mismo reflejo del crepitar incesante del cosmos. No parece que el fuego fuera para los antiguos algo eminentemente material, desde luego.

¿Y en lo moderno? Heráclito sigue siendo relevante, pues impactó sobremanera, especialmente desde Nietzsche y Heidegger: el primero lo veía como celebración del devenir y la lucha de opuestos como motor cósmico, frente al Ser único de Parménides, que habría sido favorecido por la filosofía posterior (platónica), la cual que habría “traicionado” a su admirado Heráclito. Heidegger, por su parte, no ve a Heráclito y Parménides como pensadores irreconciliables. Parménides enfatiza “lo que es” y Heráclito “lo que deviene”, pero ambos mirando a lo que él llama el “desocultamiento del Ser” (su manera de traducir “aletheia”, o la verdad). El olvido de esta dimensión es lo que va a lastrar la metafísica occidental, sobre todo desde Platón. Así que Heidegger busca recuperar con la fuerza del pensamiento de ambos titanes presocráticos: Parménides y Heráclito. No olvidemos nunca a este par de gigantes.















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