La rebelión de los 'pringaos'
Cuando pensábamos que España había caído en la irrelevancia, resulta que aparecemos en una lista selecta que, si bien no es todo lo decorosa que quisiéramos, nos recuerda nuestra capacidad para estar entre los primeros cuando nos lo proponemos. La lista se llama '25 escándalos de corrupción que sacuden al mundo', fue elaborada por Transparency Internacional y en ella brilla con luz propia nuestra Gürtel, junto a grandiosos escándalos de sobornos, fraudes y saqueos a las arcas públicas en Ucrania, Chechenia, Guinea, Nigeria o Venezuela.
Durante años, el Partido Popular y sus medios amigos han intentado ceder a los socialistas el honor de haber protagonizado el escándalo de corrupción "más grande de la democracia" e incluso "de la historia". Pero, por lo visto, los de Transparency tienen en más alta consideración la Gürtel que los ERE. Y eso que no se han enterado aún de Kitchen.
El caso Gürtel no salió a la luz por el prurito ético y la valentía de un 'whistleblower' –soplador de silbato, calificativo anglosajón para quien revela irregularidades en administraciones públicas o grandes corporaciones–, como sucedió con Karen Silkwood, que en los años 70 puso al descubierto la falta de seguridad en las plantas nucleares de su compañía. O con el agente Frank Serpico, que desveló una gigantesca trama de corrupción en la Policía de Nueva York. Hay que decir que excesos de virtud como los citados despertaban suspicacias en Montaigne: "La inmoderación, aun hacia el bien, si no me ofende, me asombra", señalaba el pensador francés en su ensayo sobre la Moderación.
En España, los escándalos estallan no porque algún empleado ejemplar descubra un embeleco, o porque salten las alarmas de los órganos de control interno de una organización, sino porque un pillo se ha sentido traicionado, engañado o abandonado y se resiste a ser el 'pringao' de la fiesta. Cuando olisquea que se va a comer en solitario el marrón, saca el último destello de sus fuerzas y lanza a los cuatro vientos el grito bíblico de "muera yo con todos los filisteos". Nuestro referente de 'whistleblower' es Tomasso Buscetta, un mafioso de segunda fila que, viéndose despreciado por los suyos y enfrentado a largos años de prisión, rompió la ley de la Omertà y condujo al mayor operativo que se había desarrollado hasta entonces contra la Cosa Nostra.
El caso Gürtel trascendió porque un gris y corrupto concejal del PP de Majadahonda, José Luis Peñas, peleó con el cabecilla de la trama, Francisco Correa, lo grabó durante meses y entregó las cintas a la Fiscalía. Peñas intentó pasar a la historia como un delator modélico, pero no convenció a los jueces, quienes, sin dejar de reconocer su colaboración en el esclarecimiento de los hechos, lo condenaron a casi cinco años de cárcel. En un audio que se conoció durante el juicio, Peñas decía a un interlocutor lo que pensaba hacer originalmente con las grabaciones a Correa: "Ahora tú sabes lo que nosotros sabemos, lo que no sabes es lo que te hemos grabado, ahora empieza a pensar, y hazme una oferta. Pues así se lo voy a decir, tío". Correa contó que, en un paseo con Peñas, le hizo el siguiente vaticinio: "El día que yo os deje de pagar los 3.500 euros y no pague el dinero de tu hija me harás daño, me denunciarás por cosas que sabes de mí".
En el lío de los 'papeles de Bárcenas', el acorralado extesorero del PP advirtió por chat al presidente Rajoy: "Tú sabrás a qué estás jugando, pero yo quedo liberado de todo compromiso contigo y con el partido". En el caso Kitchen, el exsecretario de Estado de Interior Francisco Martínez envió un rencoroso aviso a tres navegantes: "Mi grandísimo error en el ministerio fue ser leal a miserables como Jorge [Fernández Díaz], Rajoy o Cospedal". Si escucháramos todas estas frases en italiano, con música de fondo de Nino Rota, seguro que nos sentiríamos transportados al hermoso pueblo siciliano de Corleone.
Hablemos en serio: el principal problema al que se enfrentan las organizaciones corruptas no es el peso implacable de la ley, como nos hacían creer de niños, sino los 'pringaos'. Por donde menos se piensa, aparece uno a quien no se mimó lo suficiente y decide cantar a voz en cuello la Traviata. Los 'pringaos' disponen hoy de muchos más recursos para rebelarse que los que tuvieron en el pasado: acceden con facilidad a los medios de comunicación, portan bajo la camisa sofisticados equipos de grabación y, pese a las imperfecciones de nuestra democracia, ya no es tan fácil quitárselos de encima.
Ningún 'pringao' estaría hoy dispuesto a emular a Rodrigo Calderón de Aranda, hombre de confianza de Francisco de Sandoval y Rojas, primer duque de Lerma, que en el siglo XVII se comió con dignidad todo el marrón de una guerra feroz de poder que tenía como objetivo último al duque por la enorme influencia que este ejercía sobre Felipe III. Acusado de corrupción y de asesinato, Calderón fue ejecutado en la plaza Mayor de Madrid, sin que se tenga noticia de que amenazara con encender el ventilador o de que alguien le dijera "sé fuerte, Rodrigo". Cuentan las crónicas que subió con tal pundonor al cadalso que dio pie al refrán: "Tener más orgullo que Don Rodrigo en la horca". Mientras, el duque de Lerma, acusado entre muchas cosas del mayor pelotazo inmobiliario de la historia de España –el traslado de la corte de Madrid a Valladolid, ida y vuelta–, eludió la acción de la justicia consiguiendo que el Papa lo nombrara cardenal, ya que la curia gozaba entonces de inmunidad.
Hoy en España solo existe un cargo con inmunidad, y está ocupado. De modo que los jerifaltes del PP están explorando otra fórmula para salvar el pellejo: mantener a cualquier precio el control de los tribunales. En un escándalo de resonancias capilares que tiene por protagonistas a 'el Bigotes', 'el Patillas' y 'el Barbas', era inevitable que el pretexto para no renovar del poder judicial fuese 'el Coletas'. Dice Pablo Casado que, mientras ese izquierdista antimonárquico sea vicepresidente, no va a negociar con el Gobierno un asunto tan sensible como la justicia. Pero a nadie engañan: lo que preocupa al PP en estos momentos no es una revolución de los comunistas, sino las consecuencias penales de la rebelión de los 'pringaos'.