El penúltimo brindis

Subir la Cuesta de Balborraz después del colegio sabía a premio. Allí, al fondo, en la Plaza Mayor, estaba el populoso bar de mi abuela, La Golondrina. Y aquellas visitas sabían a bocadillo de salchicha roja a la plancha y a Mirinda de naranja. A la música de la vieja máquina de discos, al bullicio de todos los castas de Zamora y, sobre todo, a los besos impagables de mi abuela Carmen, siempre a pie de fogón, con sus mandilones, costumbre que he heredado pues nada hay que me guste más que ponerme un mandil a la hora de entrar en la cocina. Los bares eran entonces los pequeños espacios de libertad del pueblo, las madrugadas eternas a pesar de los... Ver Más