El olvidado legado de Pablo Iglesias: el líder que fundó un PSOE ya dividido y en crisis
0
Iglesias Posse se encontraba en los últimos momentos de su vida. Y esta no era más que una de las infinitas disputas que había vivido y protagonizado en el seno de su partido desde que lo fundó el 2 de mayo de 1879 en la taberna Casa Labra de Madrid. El actual presidente Pedro Sánchez y sus ministros no parecen acordarse de que la crisis y la división de la que hace gala su Gobierno de coalición, desde hace meses, en temas tan dispares como la Monarquía, los presupuestos del Estado y la gestión de la crisis del coronavirus, está dentro del ADN del PSOE desde hace más de 140 años.
En Casa Labra estaban, además de Pablo Iglesias, Jaime Vera, Antonio García Quejido, Emilio Cortes y un pequeño grupo de intelectuales y obreros entre los que, durante los primeros meses de vida, hubo más diferencias que acuerdos a la hora de definir qué estrategia debían seguir o cómo debía ser su programa. Y a pesar de la fuerte oposición de Vera, al final se impusieron la idea defendida por Iglesias y difundida desde Francia por Jules Guesde, que rechazaba cualquier tipo de alianza con las organizaciones republicanas. Junto al contrario de lo que ha ocurrido en la actualidad con Sánchez y Podemos, a pesar de que durante treinta años el PSOE se negó a pactar o formar alianzas electorales con los partidos republicanos de Pi y Margall o Nicolás Salmerón.
Legalidad o revolución
Estamos ante la primera brecha de la historia del PSOE, que queda reflejada en los escritos del propio Iglesias Posse, donde defiende que las nociones del socialismo internacional no eran aplicables a la realidad de España, porque el concepto de «capitalismo» contra el que luchaba el marxismo aún no estaba implantado en nuestro país. Pero lo cierto es que esta lucha ideológica dentro de la formación duró mucho años y enfrentó a los que querían que el partido utilizara las instituciones oficiales para crecer y los que pensaban que las mejoras de la clase obrera sólo podían llegar a través de la revolución.
Al imponerse los segundos, los socialistas se mantuvieron como una pequeña formación sin representación en el Parlamento hasta que, en 1910, decidieron aliarse con los republicanos progresistas para entrar en el Congreso. Fue así como Pablo Iglesias salió elegido diputado, aunque ni siquiera eso trajo la estabilidad deseada de los socialistas. No conseguía la unión de sus compañeros ni usando desde hacía más décadas todos los medios de comunicación a su alcance para difundir sus ideas. De hecho, el fundador del PSOE nacido en Ferrol en 1850 mostró siempre una gran facilidad para mandar mensajes a la clase trabajadora. Por eso comprendió muy pronto que los periódicos eran una herramienta indispensable para extender sus proclamas.
Había aprendido el oficio de tipógrafo en el hospicio madrileño en el que tuvo que ingresar por la precaria situación económica de su familia. En 1961, tras cumplir los 11 años, comenzó a colaborar en la elaboración de «La Iberia», un diario liberal progresista, prototipo del nuevo e influyente periodismo político que se dio en la época. Luego peregrinó por varias imprentas y participó en la elaboración de otros periódicos y boletines oficiales, hasta que, en 1870, es elegido delegado al consejo local de la Asociación Internacional de Trabajadores -«La Internacional»- y, un año después, publica su primer artículo en la prensa. Uno de los primeros que analizó las consecuencias que tenía la guerra para el Estado y sus trabajadores.
Difundiendo el marxismo en los medios
En ese mismo momento se unió al Comité de Redacción de «La Emancipación», un semanario en el que se difundieron algunos de los escritos de Marx que él tanto admiraba. Iglesias iniciaba así una larga labor periodística que desarrolló hasta el final de su vida y que empleó para difundir las «bondades» del socialismo en aquella época de persecución y violencia. Su carrera política se empezaba a consolidar. Y, en 1873, después de la ruptura de los anarquistas con Marx, solicitó su ingreso en la primera organización socialista de importancia, la Asociación General del Arte de Imprimir. Un año más tarde se erigió en su presidente, constituyendo una nueva plataforma para su ascenso político.
Iglesias Posse usó innumerables periódicos para difundir su mensaje y preparar en la clandestinidad la creación del PSOE, el segundo partido obrero más antiguo de Europa, solo superado por el Partido Socialdemócrata de Alemania. Desde sus inicios, su fundador aspiró a agrupar a todo el proletariado industrial español bajo la ideología marxista. Una posición que, además, el partido no abandonó hasta la llegada de Felipe González en el Congreso Extraordinario de 1979. Un nueva división de la historia del partido que no consiguió mantenerse cohesionado ni en periodos tan convulsos como la mencionada dictadura de Primo de Rivera, la Segunda República o la Guerra Civil
La revolución rusa de 1917 también lo alteró todo en el seno del PSOE. Hizo creer a muchos de sus dirigentes, como Daniel Anguiano, Antonio García Quejido, Virginia González, Manuel Núñez Arenas y hasta un Óscar Pérez Solís que después se afilió a Falange y se puso a las órdenes de Franco, que debían adherirse a la Tercera Internacional y abandonar el oportunismo de Iglesias. Al final acabaron escindiéndose en 1921 y fundando el Partido Comunista de España (PCE), otras de las grandes quiebras en la historia del partido, pero ni mucho menos la peor ni la más agresiva.
Largo Caballero contra Prieto
En esa misma década se produjo otra de las divisiones más traumáticas de la historia del Partido Socialista, cuando los partidarios de Francisco Largo Caballero y los de Indalecio Prieto iniciaron una disputa sobre si debían colaborar o no con Primo de Rivera. Llegaron incluso al enfrentamiento físico, pues el primero estaba convencido de que era necesario para que la acción sindical no fuera prohibida. La ruptura se consumó cuando este aceptó entrar en el Consejo de Estado como vocal e, incluso, se comprometió a estudiar la derogación de la Constitución de 1876. Prieto consideró aquello como una traición y dimitió de la Comisión Ejecutiva.
Largo Caballero, en cambio, tuvo siempre como prioridad la construcción de un Estado socialista al estilo de la URSS, aunque este tuviera que erigirse en contextos no democráticos como el de Primo de Rivera. De hecho, para él la democracia no era más que la «estación de tránsito hacia el socialismo», según las palabras del historiador Santos Juliá. Por eso llegó a jurar que fundaría en España la versión española de la URSS, a la que bautizaría como la Unión de Repúblicas Ibéricas Soviéticas (o Unión de Repúblicas Socialistas Ibéricas, según la fuente consultada), con la que ahondó todavía más la división del PSOE.
Esa fue la cuestión que produjo la división más profunda dentro del PSOE, su fundador ya no viviera para contarlo. Como tampoco vivió la división socialista en la Guerra Civil, sobre el modo en que debían afrontar el conflicto, ni durante los años del exilio y la democracia. La unidad del partido fundado por Iglesias Posse parece una utopía, como quedó patente en 1978, cuando se produjo otra brecha entre los que pensaban que había que continuar con el socialismo autogestionado y de inspiración marxista y los que querían pasar al programa socialdemócrata. O cuando en 1994 se abordó lo que llamaron «un nuevo impulso del socialismo», con el objetivo de redefinir sus señas de identidad y producir «un cambio histórico», que enfrentó al sector renovador de Felipe González y el que se creía garante de las esencias del partido, liderado por Alfonso Guerra.