El coronavirus, una bomba en el corazón de Sevilla

Un año hecho añicos. Como en todas las latitudes, el 2020 ha sido también para Sevilla un espanto sin paliativos por culpa de la pandemia de coronavirus Covid-19, términos epidemiológicos que incluso en enero o febrero pasados simplemente sonaban a una gripe que afectaba a China y que ha reventado literalmente los modos de vida de todo el planeta. La capital andaluza no iba a ser menos, como es obvio, y el maldito virus ha asestado un golpe durísimo a la misma línea de flotación de la ciudad, que vive del turismo y de los servicios eminentemente y cuya cultura más enraizada se centra en la vida callejera, la concentración de gente, el contacto y la movilidad. Justo los elementos que más favorecen los contagios. No es de extrañar, por tanto, la zozobra con la que los sevillanos han vivido el año que termina, que va a pasar a la historia como el peor que se recuerda desde que en 1918 azotara la llamada gripe española. Los números son terribles: 1.150 muertos y 59.142 contagiados en Sevilla, con 5.350 hospitalizados, 534 de ellos en la UCI. Todo está dicho. El Covid ha supeditado dramáticamente cada detalle de la agenda de la ciudad y de la vida cotidiana desde marzo. En los dos primeros meses de 2020, Sevilla sólo miraba de reojo lo que pasaba en China y en el norte de Italia, confiada en que la tradicional «burbuja» local nunca estallaría a causa de ese virus del que se hablaba cada vez más. Con ciertas dosis de chovinismo, que nunca falta, se preparaba la Semana Santa, la Feria y, sobre todo, un calendario de eventos, congresos y llegada de turistas y apertura de hoteles que prometía romper con el récord histórico del año previo, que se cerró con 3,12 millones de visitantes, 6,7 millones de pernoctaciones y 7,5 millones de viajeros en el aeropuerto de San Pablo, más que en el inolvidable año 1992 con motivo de la Exposición Universal. La ciudad presumía, mostraba músculo y anunciaba tiempos dorados, crecimiento y felicidad. Nada hacía presagiar la catástrofe y la planificación del Ayuntamiento, por ejemplo, incluía un nivel de ingresos y de gastos con escasos precedentes en los últimos tiempos. La expansión del virus y el decreto por parte del Gobierno del estado de alarma en España a mediados de marzo varió por completo el panorama y, con ello, las previsiones de una ciudad en estado de shock que asistía a la suspensión de sus fiestas de primavera, su santo y seña, a pesar de la demora del alcalde, el socialista Juan Espadas, en dictar sentencia. Admitido su error de cálculo, Sevilla se vació y dio todo un ejemplo de civismo en sus meses más oscuros, que paradójicamente fueron los de su proverbial primavera, hasta que fue doblegando la curva de contagios para llegar a los albores del verano con unos niveles muy buenos de contención de la epidemia. Pero el daño colateral, el social y el económico, ya estaba hecho y comenzó el drama en esa vertiente, que se mantiene hasta ahora y que promete prolongarse durante varios años. El cierre total de prácticamente toda la actividad, y sobre todo de la que más negocio genera en Sevilla, la vinculada a los servicios, el comercio y el turismo, planteó a mediados de año una situación de crisis ya descarnada que obligó a reestructurar toda la gestión por parte de las administraciones públicas, en especial el Ayuntamiento. Ante esa tesitura se conformó el llamado Comité de Reactivación con representantes de los partidos, sindicatos, empresa, instituciones y administraciones para trabajar en medidas de choque con las que paliar los graves efectos de la crisis sanitaria. Reactivación y fricciones En una alianza sin precedentes en la ciudad, y con los cinco partidos políticos de la Corporación local de acuerdo, la mesa de expertos confeccionó casi un centenar de iniciativas orientadas a generar actividad económica y empleo, de un lado, y a ofrecer cobertura social al creciente segmento de población en riesgo de exclusión. En paralelo, se comenzó a articular ayudas directas a autónomos y pymes —que han llegado al millón y medio pero que han resultado hasta ahora demasiado escasas y han generado enormes quejas— y especialmente indirectas, con exenciones de impuestos y tasas a esos sectores más afectados por el gran golpe como los bares, restaurantes y comercios. Las tabernas, por ejemplo, no pagan tasa alguna por sus veladores ni van a hacerlo en el año 2021. Pese a ello, las fricciones con este gremio, por ejemplo, han sido constantes por el recorte de horarios impuesto por parte de las autoridades sanitarias o hasta por el exceso de celo de la Policía Local en la vigilancia de las medidas de seguridad y los aforos. Los sevillanos se convirtieron de la noche a la mañana en expertos en porcentajes de público en barras, mesas, tiendas, autobuses... Durante el verano se comenzó a recuperar lentamente tanto el turismo —las grandes cadenas hoteleras mantienen sus planes de construcción de nuevos establecimientos a pesar de todo— como el sector del ocio nocturno, pero el crecimiento paulatino de la movilidad también lo fue del propio virus, que fue generando su segunda ola en el tramo final del verano y volvió a llegar a la cúspide de contagios en octubre y noviembre. A bares de copas y discotecas se les concedió licencia de cafeterías para poder mantener la actividad una vez se volvieron a decretar límites horarios nocturnos, que les llevaba directamente a la ruina. Se comenzó a articular más ayuda, subvenciones y nuevas modalidades para intentar animar la decaída economía local, asuntos que han centrado prácticamente toda la política municipal, que ha sido de circunstancias aunque ha ganado en estabilidad desde que el PSOE cerrara en otoño un acuerdo de presupuestos y de gobernabilidad con Ciudadanos en un momento más que delicado. Una especie de ensayo de lo que el alcalde pretende hacer cuando dé el ansiado salto a la política regional como sucesor de Susana Díaz al frente del PSOE-A. En ese camino está, por mucho que no haya querido señalarse en ese sentido públicamente. Dinero estatal o dinero europeo Apenas ha dado pie la pandemia a alguna cuestión más. Una de las pocas que se ha mantenido en la programación de la ciudad es el impulso al llamado Plan Sevilla Respira, un émulo de aquel Plan Centro de Monteseirín para restringir el tráfico al casco viejo hispalense. Los pasos dados son muy iniciales aún y también han generado la protesta del comercio del Casco Histórico, que ven en la limitación de acceso con vehículos privados un hándicap enorme que se suma a la crisis. Se ha rematado este año la peatonalización de Mateos Gago, a la que apenas le faltan unos detalles, como uno de los complementos a ese plan de movilidad global, que tiene otra importante vertiente en la ampliación del tranvía hasta la estación de Santa Justa, proyecto que también en 2020 ha recibido el impulso definitivo y que esperan el apoyo de fondos europeos. Porque el nuevo maná es ese: la financiación con dinero de Bruselas. De ella empieza a depender casi todo proyecto de cierta envergadura, muy especialmente los que Sevilla ha puesto en marcha relacionados con el patrimonio, y para ello hay que presentar credenciales «verdes»; esto es, ligar cada asunto a la sostenibilidad, el medio ambiente y la lucha contra el cambio climático. En eso ha volcado enormes esfuerzos el gabinete de Espadas estos meses. En buena medida, también lo ha hecho por la falta de apoyo estatal a pesar de que el Gobierno esté comandado por el jefe de los socialistas españoles, Pedro Sánchez. La condescendencia del alcalde con el desdén del Ejecutivo central hacia la capital andaluza está directamente relacionada con la búsqueda de fondos alternativos. Mejor eso y mirar a otro lado que criticar abiertamente la desidia estatal, ahora que Espadas está asimilando el sanchismo como única opción de crecimiento orgánico. Ahí reside el motivo de lo poco que se ha referido a la afrenta con respecto al paso sur del río de la SE-40, una obra que estaba proyectada con túneles y que el Gobierno va a replantear con un puente posponiéndola varios años más pese a tratarse de un proyecto crucial para Sevilla. De momento, hay que conformarse con la reforma del anticuado puente del Centenario, ya licitada hace varios meses. Para la Gavidia se ha presentado una oferta para hacer un hotel, el mercado de la Puerta de la Carne se ha quedado sin novias para reformarlo y la Fábrica de Artillería empieza a ver la luz. Y desde la Junta de Andalucía, un par de hitos en lo que a infraestructuras se refiere han destacado en el año que se ha ido. De un lado, la licitación de la línea 3 del metro, que recorrerá de norte a sur la ciudad. De otro, la reforma de una parte del Hospital Militar para poder reabrirlo más de quince años después, precisamente en el momento que más falta hace. Dos verdaderos tantos a favor del Ejecutivo andaluz en Sevilla. Poco más ha podido centrar la atención algún rato por encima de la pandemia en un año que, en Sevilla, se ha llevado a dos exalcaldes: José Ramón Pérez de la Lama, el último regidor antes de la transición democrática de los años 70, y el recordado Manuel del Valle, que murió el 26 de marzo sin poder recibir entonces, en pleno estado de alarma y con el confinamientoen su apogeo, los merecidos homenajes que luego se le rindieron.