Panamá después del voto: de la incertidumbre a la expectativa
Mulino asumirá la presidencia en un ambiente de complejidad política, económica y social, probablemente la más desafiante de las últimas décadas.
Panamá acaba de vivir el proceso electoral más complejo y trascendente de las últimas tres décadas. El expresidente Ricardo Martinelli, quien lideraba las encuestas, fue inhabilitado por el Tribunal Electoral después de recibir una condena de 128 meses de prisión por lavado de dinero.
Esto llevó a que su vicepresidente, José Raúl Mulino, se convirtiera inesperadamente en el candidato presidencial de la coalición Realizando Metas-Alianza. Martinelli, buscando evadir la cárcel, se asiló en la Embajada de Nicaragua en Panamá, desde donde, contraviniendo las normas de asilo, apoyó activamente la campaña electoral de su delfín. Además, un recurso de inconstitucionalidad que ponía en peligro la candidatura de Mulino fue resuelto a su favor por la Corte Suprema de Justicia tan solo 48 horas antes de las elecciones.
Claro triunfo con un mandato débil
Tal como viene ocurriendo desde 1994, hubo voto de castigo para el oficialismo. El partido de gobierno (PRD) sufrió una fuerte derrota electoral no solo presidencial (quedó en el sexto lugar de ocho candidatos), sino también legislativa: pasó de 35 curules a 13. Pero el revolcón político que trajeron estas elecciones afectó además a otros partidos, entre ellos, el Panameñista, Cambio Democrático y Molirena.
Los resultados de las elecciones presidenciales confirmaron lo que anticiparon las encuestas: el triunfo de Mulino, de centroderecha, con el 34 %.
La victoria de Mulino fue clara, pero no contundente. Si bien su 34 % lo coloca como la primera minoría, el restante 66 %, es decir, dos de cada tres electores no votaron por él. Es consecuencia de que la presidencia se define en una sola elección por simple mayoría.
La sorpresa tuvo lugar en relación con la conformación de la Asamblea Nacional. La bancada de los diputados de libre postulación (independientes) con 20 escaños fue la más numerosa; un resultado insólito no solo en Panamá, sino también en nuestra región.
En esta nueva Asamblea Nacional, altamente fragmentada, Mulino cuenta solo con 16 escaños (14 de Realizando Metas y 2 de Alianza) del total de 71; escenario que anticipa desafíos significativos para la gobernabilidad.
Problemas mayúsculos
Mulino asumirá la presidencia en un ambiente de alta complejidad política, económica y social, probablemente la más desafiante de las últimas décadas.
La situación le impone la necesidad de abordar una agenda saturada de retos críticos que requieren respuestas urgentes. En el ámbito económico, deberá impulsar un crecimiento inclusivo y sostenible que cree empleo de calidad, hacer un ajuste fiscal y recuperar la inversión, resolver la crisis de la Caja de Seguro Social, enfrentar la escasez hídrica que afecta el Canal, gestionar la elevada deuda externa, gestionar el conflicto de la mina de cobre, sobre todo, garantizar la seguridad jurídica y la estabilidad política, mejorar el clima de negocios y recuperar la confianza para atraer nuevamente la inversión extranjera que el país necesita.
Lo anterior debe acompañarse de una agenda que atienda de manera urgente la dimensión social de la democracia, poniendo énfasis en la reducción de la desigualdad (una de las más altas de la región) y dando respuesta a los problemas derivados del alto costo de vida y de los medicamentos, la provisión de servicios públicos de calidad, incluida la salud, el acceso a agua potable, la gestión de desechos sólidos y la mejora de la calidad educativa para una sociedad del siglo XXI.
El descontento social, que desencadenó dos estallidos sociales en el 2022 y el 2023 aún persiste. Mulino es consciente de la delicada situación social. En su discurso durante el acto de su proclamación como presidente electo dijo que la inequidad en Panamá es “intolerable” y que el país es una burbuja que si no se gobierna bien les puede reventar en la cara.
Además, deberá reducir significativamente la corrupción e impunidad, modernizar el Estado con un servicio civil competente, fortalecer las instituciones y la justicia, realizar ajustes a la Constitución y la ley electoral, y abocarse a afrontar los retos de seguridad ciudadana, crimen organizado, narcotráfico y los crecientes flujos migratorios.
En política exterior, debe priorizar y equilibrar estratégicamente sus relaciones con Estados Unidos y China, fortalecer la cooperación con Colombia, Costa Rica y Estados Unidos para un manejo eficiente de la migración con respeto de los derechos humanos, sacar al país de las listas grises en las que figura y promover a Panamá como un destino seguro y estable para las inversiones y el nearshoring.
Esta larga lista de desafíos estaría incompleta si no incluyera dos cuestiones cruciales: las medidas que tomará en relación con la situación judicial de Martinelli y la naturaleza de su relación política con el expresidente.
En cuanto a este último punto, es fundamental que redefina la percepción pública que le ayudó a ganar la presidencia. La fórmula “Mulino es Martinelli y Martinelli es Mulino”, que puede hacerle parecer un títere, necesita ser transformada en “Mulino no es Martinelli y Martinelli no es Mulino” para establecer su propia identidad política.
¿Qué hacer?
En sus primeras declaraciones, el presidente electo dejó claro que solo no podrá sacar adelante a Panamá. Para esta abrumadora agenda, necesitará entablar un diálogo amplio, realizar convocatorias inclusivas y multisectoriales, saber escuchar, fomentar los acuerdos y consensos para responder eficazmente a los retos y apalancarse en las numerosas ventajas del país.
Deberá, asimismo, formar un gabinete con los mejores cuadros, articular alianzas que le aseguren la gobernabilidad y le faciliten responder de manera oportuna y eficiente a las diversas demandas ciudadanas.
Como otros mandatarios de la región, Mulino disfrutará de una breve luna de miel política. Para evitar un desgaste prematuro y navegar con éxito en estas aguas turbulentas, tendrá que lograr un delicado equilibrio entre pragmatismo, eficacia en la gestión y sensibilidad social.
Tales elementos son claves para consolidar su liderazgo presidencial, asegurar la gobernabilidad y ofrecer resultados desde el arranque de su mandato.
Las próximas semanas serán decisivas, pues proporcionarán las señales sobre la formación de su nuevo gabinete, sus prioridades y la confianza que logre inspirar tanto en inversionistas nacionales como internacionales.
Hasta ahora, sus primeras declaraciones y promesas como presidente electo han sido bien recibidas y generado un moderado optimismo, transformando la incertidumbre inicial en expectativa.
@zovatto55
El autor es investigador sénior del Centro de Estudios Internacionales de la Universidad Católica de Chile.
