Cuando los números hablan
Las protestas en Los Ángeles le cayeron como anillo al dedo a Donald Trump. Bastaron unas imágenes —encapuchados, vidrios rotos, tiendas saqueadas y fuego en la calle— para que el presidente hiciera lo que mejor sabe: cambiar la conversación. Ya no se habla de su ruptura con Elon Musk ni de los recortes sociales de su “Big and Beautiful Bill”.
Con la ayuda de medios como Fox News, esas imágenes se amplificaron para apuntalar la narrativa sobre los migrantes que Trump ha impulsado desde el primer día de su segundo mandato, cuando declaró una emergencia nacional, calificó la migración como una “invasión” y autorizó el despliegue de tropas para reforzar barreras, infraestructura y vigilancia militar en la frontera sur.
Trump no necesitaba una insurrección: le bastó una bandera mexicana entre llamas para justificar el uso de tropas, encuadrar la migración como una crisis de seguridad nacional, tomar el control de la Guardia Nacional de California y movilizar 700 marines a Los Ángeles. Poco importó que las protestas fueran, en su enorme mayoría, pacíficas; que los actos violentos hayan sido aislados; y que la policía local tuviera la situación bajo control.
Hasta hace unas horas, todo indicaba que Trump no se echaría para atrás. Las redadas de ICE se ampliaron a centros de trabajo, puntos de reunión, cortes migratorias y cualquier lugar donde pudieran encontrarse migrantes —pues de lo que se trataba era de cumplir la cuota de 3 mil deportaciones diarias—. Este no parecía ser uno de esos casos en los que Trump da un paso adelante y luego dos atrás. Ningún tema es tan importante para él, ni unifica tanto a los republicanos, como la migración.
Pero algo cambió. Este jueves a mediodía, Trump reconoció públicamente que su propia política migratoria está dañando sectores clave de la economía. “Nuestros grandes agricultores y la gente del sector hotelero han dicho que nuestra política muy agresiva en inmigración está alejando a trabajadores muy buenos, de muchos años, con empleos casi imposibles de reemplazar”, escribió en Truth Social. En un evento posterior en la Casa Blanca, insistió: “No podemos hacerle eso a nuestros agricultores. Vamos a tener que usar mucho sentido común”.
Los números hablan por sí solos. Según el Departamento de Agricultura, el 42 por ciento de los trabajadores agrícolas no tienen documentos. En el sector hotelero también hay una alta proporción de trabajadores no documentados que están siendo afectados por las redadas. El presidente admitió que muchos de estos trabajadores “han trabajado durante 20 o 25 años, y han resultado ser muy buenos”.
Los efectos colaterales se multiplican rápidamente. Según datos del primer trimestre de 2025 citados por The Wall Street Journal, la proporción de compradores hispanos que visitan tiendas cayó del 62 por ciento al 53 por ciento. La baja en ventas alcanza tanto a los mercados de La Villita, en Chicago, como a los Home Depot de Los Ángeles o los Walgreens de Houston.
¿Estamos ante un punto de inflexión? La situación recuerda al episodio de los aranceles, cuando Trump tuvo que dar marcha atrás tras la sacudida del mercado de bonos. Pero hay diferencias cruciales. En el tema arancelario, había divisiones dentro del equipo republicano y los mercados financieros ejercieron presión inmediata y brutal. En migración, el consenso entre los republicanos es mucho más sólido, y la presión viene de sectores económicos específicos, no de Wall Street.
Además, dar marcha atrás en materia migratoria le costaría mucho más políticamente que en el tema arancelario. Trump ha hecho de la migración el eje de su narrativa de poder desde 2015 y buena parte de sus votantes lo reeligieron el año pasado justamente por esa promesa. Cualquier retroceso significativo sería visto como una traición a su base más leal. La pregunta es qué salida encontrará y hasta dónde estará dispuesto a retroceder.
Trump ha dominado, hasta ahora, la guerra de las imágenes. Pero las imágenes más poderosas que pueden generar las protestas hoy compiten con otra narrativa: la de sectores económicos tambaleándose. En política, los números duros a veces pesan más que las emociones visuales. Y cuando la economía habla, hasta Trump escucha.
Eso no significa, sin embargo, un regreso al pasado ni un abandono de las deportaciones masivas. Su respuesta será calibrada: lo suficiente para no quebrar sectores clave, pero sin ceder en su narrativa central de la “invasión” migrante. La pregunta no es si cambiará de rumbo, sino qué tan mínimos serán los ajustes.