Maurice Pialat cumpliría este año su primer centenario. Un director francés que ha conquistado a generaciones de cineastas y llega a España con una retrospectiva que explora diez de sus obras. Recorrerá cines de Barcelona, Girona, Santiago de Compostela, Ferrol, Vigo, Valladolid y Madrid. Para inaugurar esta iniciativa, Sylvie Pialat aterriza en la capital española. Presentó 'A nuestros amores', primer largometraje en el que trabajó con su marido, y recuerda cómo fue trabajar con Maurice y la importancia de legado. -Cuando le llegó la noticia de esta retrospectiva sobre Maurice Pialat, ¿cómo se sintió? -Me alegré enormemente porque Maurice no es conocido en el extranjero, en España tampoco. Y para mí es una alegría presentar esta película. -¿Cómo definiría la obra de Pialat para aquellas personas que no le conocen? -Son películas que hablan de una forma muy horizontal, nunca mira a nadie desde arriba. Es un cineasta que no sale de la burguesía, que antes de hacer películas trabajó durante 20 años. Pero trabajó de verdad. Y que, por lo tanto, tiene una observación de lo diario, de la gente sencilla. En sus películas tocó los grandes temas de la vida, la niñez, la familia, la pareja, la ruptura, tener un hijo... Aunque también trabajó en la adaptación de una novela francesa, 'Bajo el sol de satán', y un biopic sobre 'Van Gogh'. -Y para usted, ¿la humanidad también radica en las relaciones entre las personas? -Yo sí, desde luego. Es algo que los dos teníamos muy en común. Es alguien para quien no había jerarquías, nunca. La becaria era tan importante como el director de fotografía. Daba igual. Y yo también trabajo así. -Y cuando reciben premios, ¿son de todo el equipo o lo ve más personal? -No es mi Palma de Oro, ni mi César. Personalmente creo que siempre te gusta que te quieran, que te reconozcan. El problema de Maurice es que creía que nadie le quería. Como todos los niños que no fueron muy queridos de pequeños. Eso se lleva después. Eso se ve en toda su obra. -¿Llegan a ser sus películas autobiográficas? -Sí, a menudo hay algo autobiográfico. El arranque de la película tenía parte de él, sale de él, para llegar a alcanzar algo que hable a todo el mundo. No diría universal, pero sí algo que hable a todos. Esa es la particularidad de su cine. No hay un juicio, él no emite juicios. Enseña a personas que intentan vivir lo mejor posible, dentro de lo que cabe. -¿Hay algún largometraje que refleje estas complejidades? -El primero. La película de los dos niños abandonados, 'La infancia desnuda'. Hay que aclarar que él no fue abandonado, ni mucho menos. Tuvo padres, pero tuvo la sensación de abandono. -¿Cree que hay alguna característica del cine de Pialat que falta en el cine actual? -No, pero yo tampoco busco... no busco un heredero. En Francia hay muchos, sin embargo, en el extranjero hay autores que no le conocen en absoluto y que me hacen pensar en él. Por ejemplo, Cristian Mungiu es un director de Rumanía que, para mí, tiene la misma forma de contar una historia, de rodar. Y ahora, cuando coproduzco a Jonas Trueba también encuentro algo. Una humanidad. Hay un amor hacia los personajes, aunque no sean héroes. -Maurice empezó a la vez que la Nouvelle Vague -Sí, empezó a la vez. -¿Cómo trabajó con esta ola? -Es muy diferente. Ellos eran muy intelectuales, críticos, periodistas, personalidades del cine... y él no venía de ahí. Se conocían, sí, pero nunca tuvo la sensación de pertenecer a un grupo. -¿Y llegó a colaborar con ellos de alguna forma? -No, él nunca colaboró con ellos. Pero, Truffaut y Godard, le ayudaron a hacer su primera película. Él se inspira mucho más en la vida, como hemos podido hablar. -Usted trabajó con él en las ya mencionadas 'Bajo el sol de Satán' y 'Van Gogh', estos largos son un poco diferentes al resto de sus películas, ¿cómo fue trabajar en ellas? -No, francamente son lo mismo. La misma forma de rodar. Es decir, encontraba algo con lo que conectar, y por ahí hace entrar la vida. Del mismo modo que cuando hacía una película contemporánea, lo importante era que esté viva y que la gente de la que se habla sean personas que existan. -¿Cómo era trabajar con Pialat? -Particular, porque no le gustaba escribir, solo filmar. Entonces, como había que escribir algo, había que escuchar lo que decía. Lo que escribes no le encantaba, y vas avanzando a trompicones, hasta conseguir un guion, y que se pueda rodar. -¿Has podido trabajar con otros directores como con él? -No, no, no, menos mal. Pero también es porque viví 20 años con él. Hay cosas, digamos, que estaban en su cabeza, pero sobre todo, también el sufrimiento que padece, que vive un director, lo que le hiere, lo que le duele. Y como productora intento ser un poco como un escudo de los directores. -¿Qué cree que su cine significa para los franceses? -Creo que es uno de los más grandes directores que existió en Francia. Tuvo muchísimo éxito, aunque sean películas de autor, además, también gustaba a la crítica. Y hoy es una inspiración para muchos jóvenes cineastas franceses. -¿Cómo animaría a los españoles a acudir a los cines a ver las películas de Maurice Pialat? -Las películas de Maurice tienen algo especial. No envejecen. Entonces, lo que me gusta sobre todo es que vayan jóvenes y tengan la sensación de que la película les habla. Que les comunique algo todavía hoy, a pesar de haber pasado tantos años. -¿Por qué cree que no envejecen? -Hay algo en su cine que cruza el tiempo. Mientras que otras películas se quedan en la época, las suyas permanecen en el tiempo. Hay una anécdota sobre 'A nuestros amores' (la primera vez que trabajamos juntos) que me gusta especialmente. La película se escribió para que ocurriera a finales de los 60, principios de los 70. Incluso 65. Entonces, el decorado, el vestuario, el maquillaje… todo estaba pensado para ser en esa época. Un día llega Maurice y ve a Sandrine Bonnaire -la protagonista- llegar con su ropa moderna. Al verla pregunta, «¿por qué no está vestida así en la película?», y le contestan que transcurre hace 20 años. Su respuesta fue «no, no, no, ahora la película ocurre hoy». Se cambió todo, menos el decorado. Jugando con ese hoy, pero del ayer.