La historia oficial de la fotografía en México ha tendido a marginar aquello que no encaja en su relato lineal del progreso visual: lo queer, lo nocturno, lo urbano, lo excéntrico. Frente a esta omisión, la obra de Armando Cristeto no solo resiste, reconfigura. A lo largo de más de cuatro décadas, su práctica ha desmontado el mito de la objetividad fotográfica para situarse en una zona crítica, donde imagen, identidad y política se entrelazan como forma de contramemoria.Cristeto ha construido una de las miradas más incisivas y comprometidas de la fotografía local. Retratista de la disidencia sexual, testigo de tránsfugas de la vida nocturna y activista cultural, su archivo se ha vuelto una referencia indispensable para comprender las derivas políticas y afectivas del movimiento LGBTQ+ en México.En sus retratos hay un trabajo con la presencia, con el artificio como forma de verdad, el deseo como material estético. Pero también hay una voluntad de iluminar, una pulsión de rescatar aquello que, si no se nombra, se pierde. A contracorriente de las jerarquías culturales, disloca y entrecruza los usos simbólicos de lo que llamamos baja y alta cultura: lo travesti y lo museístico, el performance callejero y el documento.Su trayectoria —atravesada por la medicina, la gestión cultural y la fotografía autoral— es testimonio de una época en la que lo disidente no se celebraba: se resistía. Esta entrevista en exclusiva para M Revista de Milenio es entonces un ejercicio doble. Por un lado, recoge las reflexiones de un testigo privilegiado en el proceso de construcción de la visibilidad LGBTQ+ en México; por otro, nos enfrenta a las tensiones que aún persisten entre arte e institucionalidad; estética y política; representación y olvido. En tiempos donde lo queer corre riesgo, conversar con Cristeto es recordar que toda imagen —como toda identidad— tiene historia, pero también tiene peso, gesto y dirección.RM: Has construido un archivo visual de la disidencia sexual en México. ¿Cuándo comprendiste que fotografiar también era un acto político?AC: Crecí en un ambiente profundamente politizado, marcado por la UNAM y por las conversaciones que ahí ocurrían. Desde temprano escuché —y adopté— esa frase de que todo acto en la vida es político. La fotografía no fue la excepción. Me tocó vivir el auge del documentalismo fotográfico en los años setenta, cuando se entendía la imagen como un arma contra las estructuras sociales. Desde entonces supe que fotografiar no era simplemente registrar, sino intervenir, participar, incluso confrontar. Nunca he hecho una fotografía inocente.RM: ¿Has sentido que el contexto institucional ha querido despolitizar tu mirada o reducirla a una categoría estética?AC: No ha sido explícito, pero sí he experimentado una especie de invisibilización institucional. Te permiten estar, exponer, incluso circular, pero sin que tu presencia incomode demasiado. En exposiciones nacionales, por ejemplo, mis piezas estaban presentes pero no aparecían en los catálogos. Había un reconocimiento parcial, casi decorativo, y eso tiene que ver con la temática queer, con el cuerpo, con lo que se sale de la norma.RM: Has trabajado con personajes que desestabilizan las normas de género y clase. ¿Alguna vez sentiste que tu cámara no era suficiente para narrar esas vidas?AC: La fotografía, por definición, es fragmentaria. Selecciona, encuadra, aísla. Nunca pretende decirlo todo, y eso es algo que entendí con los años. De joven creía que una imagen debía explicarlo todo, representar una totalidad; hoy sé que una buena fotografía apenas sugiere, provoca, abre un campo de reflexión. No puedo narrar la complejidad entera de una vida, pero sí trato de capturar gestos, intensidades, momentos que estimulen una conversación más amplia.RM: ¿Qué tipo de vínculo sueles establecer antes de fotografiar?AC: Me atrae quien se sale del promedio: por su gestualidad, estética o forma de encarnar una diferencia. No necesariamente por ser bellos en un sentido clásico, sino por tener una presencia que irradia algo distinto. A veces no hay un vínculo profundo previo, lo visual me captura primero, pero sí hay una empatía posterior que sostiene la imagen.RM: Fuiste parte del Círculo Cultural Gay y testigo del nacimiento del movimiento LGBTQ+ en México. ¿Qué piensas del riesgo de que lo queer se vuelva tendencia?AC: Es una espada de doble filo. Por un lado, la normalización ha permitido visibilidad y sensibilización, pero también temo que lo queer se vuelva decorado, que se use como ornamento sin compromiso real. Me interesa más que existan albergues, políticas públicas; redes de cuidado para personas LGBTQ+ mayores, trans, con VIH. Eso es lo verdaderamente transformador.RM: En tu carrera también has sido curador y escritor. ¿Qué tipo de relatos o artistas crees que siguen pendientes de ser visibilizados desde el archivo fotográfico mexicano?AC: Pienso mucho en Agustín Martínez Castro, un artista, editor, gestor y activista extraordinario que murió de VIH a los 41 años. Su obra merece mucha más atención. Más allá de casos individuales, lo que falta es infraestructura: archivos, políticas de memoria, investigación seria sobre la vida queer en México. Este país está marcado por la desmemoria, y en el terreno LGBTQ+ eso se vuelve todavía más urgente.jk