23J: los dos años imposibles de un presidente acorralado
En política, el tiempo es una dimensión alternativa que no se mide en años, donde una semana parece un lustro y un año una eternidad. La unidad predilecta es la legislatura, ese período de cuatro años en el que las Cortes Generales operan hasta que entran en disolución para que los ciudadanos voten. Y Pedro Sánchez Pérez-Castejón, de 53 años, arriba exhausto al ecuador de la XV legislatura.
Es más, hay quien cree que lo hace demacrado físicamente, incluso muerto políticamente. No es para menos, porque el presidente del Gobierno y secretario general del PSOE llega como Indiana Jones en la película «En busca del arca perdida», escapando de la roca gigante en la que se ha convertido la trama de corrupción que protagonizan Santos Cerdán -en prisión- y Jose Luis Ábalos -sus dos últimos secretarios de organización-, y Koldo García, el existente en el Ministerio de Transportes que ata a ambos en el caso.
El próximo 23 de julio se cumplirán dos años de la dulce derrota del líder socialista. Aquella tórrida noche de verano, Sánchez volvió a lanzar una moneda por una ventana a punto de cerrarse y la coló. Quienes le conocen describen así la personalidad y la baraca del presidente del Gobierno. Llegó a las urnas con todo en contra; con todas las encuestas felicitando al presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo. Pero tiró de especialidad y resistió un capítulo más.
El peaje de la amnistía
Sánchez aceptó una ley de amnistía para los condenados del procés que hasta ese momento dijo que nunca firmaría y se la sirvió en bandeja a Carles Puigdemont a cambio de los siete votos de Junts que le permitieron revalidar el poder.
Y poco más, porque en estos dos años los diputados de Junts se han convertido más en una tortura para el Ejecutivo que en un salvavidas. En estos dos años no ha habido casi un solo pleno sin su particular sobresalto, sin su jugada imposible de última hora que provoca una estrepitosa derrota, además de una disfunción legislativa que, lamentan los propios socialistas y admiten en Moncloa, se veía venir desde el 23 de julio: apenas 19 leyes.
Pero la realidad es que Sánchez lleva más de siete años pilotando el país con un estilo personalista, marcado por una resiliencia política casi inverosímil; una vocación de resistencia asumida como bandera y un modo de gobernar que oscila entre la opacidad calculada y el pragmatismo descarnado -basta recordar que dijo que no le quedaba más remedio que hacer de la necesidad, virtud para justificar la amnistía-.
Los años de los apocalipsis imposibles
Su gestión en todo este tiempo ha estado atravesada por una sucesión de sacudidas que cansa solo con leerla: una pandemia; una nevada histórica que colapsó el centro del país; una erupción volcánica en La Palma; una guerra en Europa y una crisis energética; una devastadora inundación en el Levante y un inédito apagón que dejó a España entera sin electricidad durante casi 24 horas.
Y, aún así, los años de Sánchez al frente del Consejo de Ministros no son solo los de los apocalipsis imposibles. Son, sobre todo, los de decisiones que han reconfigurado el mapa político y territorial de España. Sus críticos, dentro y fuera de su partido, le acusan de mutar la Constitución por la puerta de atrás para pagar los peajes que los independentistas le han puesto en el camino.
El modelo de financiación que pactó esta semana con Cataluña y la entrega del primer ladrillo del edificio de la Seguridad Social al País Vasco, también cerrada esta semana, son las alertas que tanto les inquietan. Por eso, todos le piden que se rinda, que pare el coche y convoque elecciones para sacar al país de la agonía.
Aunque en Moncloa repiten machaconamente que las urnas saldrán a la calle cuando toca: en 2027, cuando las Cortes entrarán en disolución. “Ahora no hay incentivos para convocarlas”, concede un cargo del Gobierno. Y no debe sorprender que el presidente no quiera someterse al escrutinio de los ciudadanos tras el rastro de escándalos que han erosionado su credibilidad, tensionado a su propio partido y alimentado una constante sensación de excepcionalidad en la política española.
Un presidente en un búnker
Lo cierto es que en el PSOE escuece mucho que Sánchez, que llegó al poder gracias a una moción de censura por la corrupción del PP, esté probando la misma medicina.
El presidente, pese a todo, vive en una burbuja, aunque otros lo llaman “búnker”. Quienes le tratan no creen que sufra un síndrome de la Moncloa más acusado que el que pudieron padecer Felipe González o José María Aznar. Y no solo es que lo crean, es que su equipo lo ha analizado en profundidad.
Aunque es cierto que en el último año -y así lo admiten algunos de los suyos- ha dado forma a un liderazgo más introspectivo, más controlado y mucho más personalista. Para el recuerdo queda la carta que envió a los españoles para explicarles que se marchaba a reflexionar durante cinco días sobre su continuidad en el cargo tras la denuncia contra su esposa, Begoña Gómez, investigada por varios delitos igual que su hermano, David Sánchez, que irá a juicio por tráfico de influencias y prevaricación.
Hay quienes interpretaron esa maniobra del presidente como un chantaje emocional al sistema y una forma de blindarse políticamente con un relato victimista que tanto él como su partido han contado día a día, cada vez que el juez instructor del caso que afecta a la mujer del líder del PSOE, Juan Carlos Peinado, ha movido alguna ficha.
En cualquier caso, su decisión de seguir al frente del Gobierno y del partido no ha disuelto las tensiones de fondo, a caso las ha postergado.
Algunos de los ministros más cercanos al presidente admiten que una sucesión del líder sería difícil para el partido. Esos días de reflexión durante el mes de abril evidenciaron que no hay cantera en una formación dependiente por completo de Sánchez.
El PSOE empieza a estar incómodo
Pero el malestar en el PSOE en estos últimos dos años ha ido en aumento, especialmente entre las pocas federaciones críticas que quedan con pulso en la gran familia socialista. Cada vez hay más cuadros medios incómodos con la ausencia de cualquier tipo de contrapeso interno al poder del líder. También sufren por la deriva del partido, por su imagen y su credibilidad.
Todos guardan en su retina la foto el día en que los agentes de la Guardia Civil se personaron en la sede federal de Madrid, en la calle de Ferraz, para clonar el correo electrónico de Santos Cerdán. Toda una bomba que removió los cimientos de la organización.
No obstante, la realidad interna del Partido Socialista es que casi todo siguen siendo aplausos. cuando habla el líder. Apenas unos pocos se atreven a alzar la voz. Se vio en el último comité federal. Solo el presidente de Castilla-La Mancha, Emiliano García-Page, pidió a Sánchez que pusiera fin a la partida. Más allá de él no cabe la crítica, que se tilda de deslealtad.
Y quienes no comulgan con Sánchez no concitan ni el 20% de los apoyos entre las bases, según reconoce un ministro en conversación con este diario. Pero el tiempo pasa y solo se habla de grabaciones, filtraciones, fontanería y cloacas. El presidente ha perdido la iniciativa y eso permite a la oposición, si no anticipar su salida, al menos hablar de ella. Aunque él se ríe de todo eso, porque solo tiene una cosa entre ceja y ceja, terminar la legislatura.