Peruano con 30 años en EEUU logra ciudadanía, compra casa y envia a su hija a la universidad: "Si no tienes trabajo, no tienes nada"
Durante la época de los años noventa, el Perú era un país con muchos conflictos, mucho más que ahora, bajo el gobierno de Fujimori, muchos jóvenes buscaban emigrar hacia otros países en búsqueda de un futuro mejor. I.M.G. fue uno de ellos: "Yo había sido egresado del instituto como técnico en electrónica. En esos años el país vivía momentos muy difíciles", relató.
I.M.G. decidió mantener su nombre en anonimato, por una decisión personal, pero compartió sin resguardo los detalles de su vida como inmigrante en Estados Unidos, los problemas que lo llevaron a dejar el Perú y cómo logró conseguir la codiciada ciudadanía americana y establecer a su familia en Virginia.
"Mi consejo es si quieren venir acá, a los Estados Unidos, trae a tu familia. Si pueden, véngase todos juntos", reflexiona el limeño al recordar los treinta años que lleva viviendo fuera del Perú, de los que no se arrepiente.
Emigrar de Perú a EE.UU. por un futuro mejor: "Era literalmente un NN"
I.M.G., peruano de nacimiento y chorrillano de corazón, tiene actualmente 55 años y ya ha vivido más tiempo en Estados Unidos que en Perú. "Cerca del 95, en los primeros meses del año, se movió la idea de viajar. Ese tema estaba en la familia. Somos seis hermanos. Yo soy el tercero", cuenta el peruano."La gente emigraba Europa y a lo más cercano, Argentina, Venezuela, Chile, Argentina, Estados Unidos", recuerda. La decisión no fue fácil, él tenía un hijo de cinco años, pero "asumió la responsabilidad del viaje en agosto de 1995".
Logró ingresar, como muchos en esa época, de ilegal a la ciudad de Los Ángeles, una ciudad "llena de mexicanos" y rememora esa época como "muy difícil". "En ese tiempo lo que uno conocía era por las noticias, por la televisión y pues no había más", comenta I.M.G. Al encontrarse solo en un sitio que no conocía, logró contactar a un amigo de la infancia que se encontraba en Virginia, a 3.800 kilómetros.
"No tenía familia, no conocía a nadie", recuerda, y agrega que "era literalmente un NN". Cuando por fin pudo asentarse en Virginia, enfrentó en primera mano los problemas de la vida migrante, trabajando en un restaurante por US$5.25 la hora: "Acá si no trabajas, no tienes ni comida ni techo", contó.
"No pude ir al velorio de mi madre en Perú porque aún no tenía la Green Card en EE.UU."
I.M.G. aceptó un trabajo en construcción sin saber que ese rubro en Estados Unidos era inestable. "Me ofrecieron casi el doble, como US$10 que en ese tiempo era bueno, era muy tentativo". A pesar de ser un oficio completamente nuevo para él, lo asumió sin otra opción, sin embargo, el esfuerzo físico le pasó factura: "Me chocó porque yo era un muchacho de 1.74 con 58 o 60 kg, pues, era un palo”.
Los primeros años en el país norteamericano fueron complejos, con empleos esporádicos y renta compartida, ya que el sueldo apenas alcanzaba para sobrevivir, pero a fines de los años noventa poco a poco fue ganando estabilidad: "Empecé a vivir solo en un apartamento, me compré mi carro, saqué mi licencia". A finales del año 2000, una nueva ley migratoria le abrió la posibilidad de regularizar su estatus: “Gracias a Dios conseguí una compañía que me patrocinara y obtuve mi permiso de trabajo”, afirma.
El proceso legal se vio afectado por los atentados del 11S, lo que retrasó la entrega de documentos. "Mis papeles llegaron hasta el 2005, no pude estar con mi mamá cuando falleció en 2003”, lamenta. Para entonces, ya estaba casado y con una hija. En 2005, con Green Card en mano, pudo volver a Perú luego de diez años. "Fue lindo reencontrarse con la familia, encontrarme con mi hijo que ya tenía 14 o 15 años", recuerda con emoción. La vida le había permitido construir una nueva vida en otro país.
La recesión de 2008, cómo logró enviar a su hija a la universidad en EE.UU. y un mensaje para los inmigrantes
Después de un primer regreso a Perú, I.M.G. volvió a Estados Unidos con la certeza de que el trabajo era la única forma de sobrevivir. "Acá nadie espera a nadie", afirma recordando que si uno no paga el alquiler "pueden echar tus cosas a la calle, literalmente". En 2006, junto a su esposa, dio un paso importante: "Compramos nuestra primera casa. Ella empujó mucho".
La recesión de 2008 golpeó muy fuerte a todos y el peruano no fue la excepción, pero la familia resistió. "Sufrimos mucho, pero salimos adelante", recuerda. En 2011, obtuvo la ciudadanía americana "con la bendición de Dios". Mientras seguía en la construcción, estudió una carrera técnica para conseguir mejores oportunidades laborales.
"No todo es color de rosa", reconoce, pero ver crecer a sus hijas y tener una vida estable le generó una completa satisfacción: "Es grato ver los frutos, mi hija mayor ya está en la Universidad George Mason y espero que la menor siga por esos pasos".
Hoy, a sus 55 años, mira atrás con gratitud y lanza un sabio consejo: "Si vas a venir acá (EE.UU.), trata de traer a tu familia". Advierte que el país del Tío Sam ofrece muchas oportunidades, pero también puede separar vínculos, por ello insiste: "Se lucha por los hijos, no por uno mismo. Lo más importante es mantener a la familia unida".