¿Y si todo sale bien?
Los humanos nos asustamos fácilmente, particularmente ante lo desconocido, ante lo que ignoramos. ¿La inteligencia artificial va a destruirnos? Posiblemente. Qué miedo.
Solo puedo imaginar a los primeros humanos que usaron el fuego para pelear. Sus adversarios debieron pensar en un destino parecido al Apocalipsis. Hace mucho de eso y… aquí seguimos. Lo recordé el sábado cuando revisé un momento que no me tocó y a ustedes, tampoco. Ocurrió hace 200 años, coincidentemente 200 años después de otro gran salto que cambió la historia.
Este fin de semana recorrí un pequeño y bonito museo que inauguró Andrés Manuel López Obrador siendo presidente, está dentro del nuevo parque de La Plancha, en Mérida.
En el Museo de los Ferrocarriles exhiben un aparato equivalente al “condensador de flujos”, pieza clave que permitió al ficticio Doctor Emmett Brown inventar un coche que viaja en el tiempo en la saga cinematográfica Volver al Futuro.
Es una pieza que cambió la historia en la vida real: el motor a vapor de James Watt.
Todos sabemos lo que pasa con el vapor en una de esas ollas exprés que usan las abuelas. Él entendió primero que nadie ese efecto y otro individuo lo aprovechó para cambiar el mundo con un invento llamado “The Rocket” o cohete, en español.
La Rocket fue una locomotora de vapor pionera, inventada en 1829 por el ingeniero británico Robert Stephenson. Por su eficiencia, ganó competencias y se utilizó para tirar de vagones en la primera línea ferroviaria interurbana de Liverpool a Manchester, inaugurada en septiembre de 1830. Unos 50 años después en México, un diseño llamado la Veracruzana, basado en la Rocket, movería gente entre Veracruz y la Ciudad de México.
El tren y la comprensión de su maquinaria cambió las relaciones entre las personas y la economía, también la guerra. Debieron ser días de miedo.
La máquina de vapor y el tren contienen un invento muy modesto que revolucionó el mundo poco más de 200 años antes. Pocos hablan de él, salvo cuando vamos al taller mecánico: el cigueñal, un pesado pedazo de fierro que derivó en algo mucho más conocido: el capitalismo.
Ustedes ya están acostumbrados a la pimienta, pero cuando ese y otros ingredientes empezaron a conocerse en el mundo, fueron tan deseados como el alcohol.
Cuando los holandeses decidieron ganar ese mercado mundial a españoles y portugueses, necesitaron construir rápidamente una flota naval capaz de llevar y traer carga y mucha gente entre India y Europa.
Hacer barcos era lento porque había que cortar tablas a mano. Se necesitaba un montón de gente, lo que además hacía muy cara esa fabricación.
¿Han visto esos típicos molinos de viento holandeses? Al carpintero Cornelis Corneliszoon van Uitgeest se le ocurrió usar esa rotación para mover de arriba a abajo sierras mecánicas que terminaron haciendo el trabajo de 30 hombres. Así inventó el cigüeñal que dos siglos después usaron para mover las ruedas de las locomotoras.
Los leñadores se opusieron argumentando que perderían su trabajo, argumentaron que ese sería el final de la gente, que ya no habría trabajo. Pero otros opinaron distinto.
Amsterdam juntó dinero de todos sus habitantes, ricos y pobres, creando una empresa comercializadora llamada Dutch East India Company, que invirtió en aserraderos y barcos, misma que repartió ganancias y enriqueció brutalmente a Los Países Bajos, cuya gente inventó así una bolsa de valores hace aproximadamente 400 años.
Ahora, aquí estamos, 200 años después de La Rocket, viendo precisamente cohetes llamados Falcon, que usando inteligencia artificial, ahora van y vienen del espacio como esas viejas locomotoras que sorprendían a las personas llegando de lugares remotos.
Si todo sale bien, estamos a punto de ver la creación más acelerada de riqueza de toda la historia, motivada por la IA. Tal como los trenes acabaron con el estancamiento y la miseria provocados por monarquías controladoras.
¿Leyeron The Economist esta semana? Anticipa que la “superinteligencia” podría traer un crecimiento económico anual global del 30 por ciento.
Quizás nuestro “condensador de flujos” son esos chips que miden tres nanómetros, que se ven frente a un grano de sal como una canica frente al monte Everest.
Como en los días de la Dutch East India Company, si todo sale bien, las ganancias serán para quienes inviertan. Los países que sigan apostando su dinero –digamos– a fabricar gasolina, estarán al final de la fila. Qué miedo.