En la pacificación, Chiapas se juega su futuro y su destino
En esta entrañable tierra, a finales de los años noventa, con algo más que discursos, restablecimos la paz, el Estado de derecho y el crecimiento económico de la entidad. Se cambió el modelo económico y la forma de estructurar y ejercer el presupuesto. Se determinaron prioridades específicas e instrumentos eficaces para lograr reactivar la economía y generar ocupación e ingreso para la gente.
Con esta nueva concepción, el presidente Zedillo destinó importantes recursos federales a acciones productivas. En mi opinión, sin precedente. La realidad es testimonio de esta afirmación. En infraestructura productiva, en instalaciones industriales, en educación, en salud y en el campo se desarrollaron programas trascendentes y de impacto social y económico.
Para muestra, un botón: en comunicaciones, más del 45% de la totalidad de los recursos federales se destinaron a construir vías de comunicación modernas. Dejamos la autopista Chiapas-CDMX con un 80% de avance y la de Tuxtla-San Cristóbal, con 70%. El gobierno panista las concluyó con los recursos destinados para tal fin.
La frustración atávica de los políticos y su adicción a desechar todo lo del pasado inmediato anclan al país y a los estados. La falta de continuidad en los programas exitosos conduce a la parálisis y a la falta de oportunidades para el desarrollo humano.
En Chiapas, el tiempo se detuvo. La noche se hizo eterna. Se frenó este impulso renovador. Un antes y un después. Ninguna autopista más. Han transcurrido más de dos décadas y aún están pendientes San Cristóbal-Ocosingo-Palenque y San Cristóbal-Teopisca-Comitán-La Trinitaria-Ciudad Cuauhtémoc. China construye una autopista cada mes; nosotros, apenas una ampliación cada 25 años.
Tiempo después, se soltaron los fantasmas de la inseguridad y la delincuencia. Se apoderaron de la tierra santa y la política olvidó su compromiso de garantizar desarrollo y seguridad a las y los chiapanecos, así como brindarles oportunidades para hacer realidad sus sueños y esperanzas.
Las consecuencias están a la vista. Chiapas, tierra promisoria, rica en recursos humanos y naturales, convertida en suelo de pobreza y disputa de delincuentes. En varias de sus regiones flota la atmósfera de la Comala de Juan Rulfo.
Por esta razón, celebramos la gestión política del gobernador Eduardo Ramírez ante la presidenta Sheinbaum con el fin de obtener recursos federales para la construcción de la supercarretera Palenque-Ocosingo. Es una forma de apoyar la pacificación, reactivar la economía y fomentar el turismo.
Chiapas es el estado que, al inicio de este sexenio, puso en operación un cuerpo de policías profesionales, los Pakales, para enfrentar la inseguridad y, con una estrategia específica, alcanzar la pacificación del estado. Al discurso se le acompañó con acciones concretas y debemos reconocer este trabajo.
En tiempo récord, el avance ha sido significativo. Las cifras oficiales deben dar constancia de esta afirmación. Sin embargo, el problema no es sencillo; tiene aristas y ramificaciones complicadas. La frontera con Guatemala y su porosidad la hacen territorio propicio para la presencia de múltiples intereses y violencia. Además, la pobreza es carne de cañón para las actividades ilícitas. Por otra parte, el combate a la delincuencia no es sólo un tema de policías y bandidos. Se debe acompañar la estrategia de seguridad estatal con recursos federales para generar empleo e ingresos. Sólo con el garrote es patear el avispero.
Lo importante es que existe voluntad política para afrontar el problema, lograr la paz y restablecer el Estado de derecho.