El camarada Trump, gran gestor de la unidad latinoamericana
Hace cuatro años fundé, junto a algunos amigos latinoamericanos, el canal Prisma Latinoamérica, con el propósito de recuperar los ideales de autonomía, soberanía, cooperación y unidad regional, herencia del siglo pasado. Fue una quijotada, como me dijo un amigo, de la cual no me arrepiento.
Pueden verse nuestros productos en YouTube y en la página www.prismalat.com. A pesar de que difundimos los videos en México y Colombia, e incluso tradujimos algunas publicaciones al portugués, no obtuvimos más que unos pocos miles de likes.
Agotamos en este esfuerzo nuestros escasos recursos frente a una gran indiferencia de masas desesperadas, interesadas ante todo en migrar hacia el llamado sueño americano. Hemos sobrevivido por tenacidad y por la convicción de lo justo de nuestras metas, mientras la realidad mundial da vuelcos inesperados.
Nuestro planteamiento retoma la historia de subordinación de América Latina frente a la potencia del norte y la forma en que esto ha condicionado nuestro devenir histórico. En ese contexto, reconocemos que los cambios geopolíticos actuales abren nuevas oportunidades para la región. La Doctrina Monroe (“América para los norteamericanos”), que durante décadas propició golpes de Estado, sanciones e invasiones, difícilmente podría sostenerse hoy sin generar desequilibrios en la seguridad continental.
Confiábamos en que las nuevas condiciones internacionales llevaran a una revisión de la política de Estados Unidos hacia América Latina, haciéndola, por su propia seguridad, más abierta al diálogo frente a las demandas de soberanía e integración de los gobiernos de la región. Sabíamos que esto no sería sencillo, dada la persistente inercia mental neocolonial y los intereses económicos en juego. Sin embargo, éramos conscientes de que el nuevo clima multipolar podía crear condiciones favorables, pese a las turbulencias.
Nuestra propuesta de reivindicación de la autonomía latinoamericana podría incluso despertar un interés continental si hallaba eco dentro de Estados Unidos. Una posibilidad lejana, sin duda, dada la visión discriminatoria predominante en el Partido Demócrata –suavizada en lo discursivo por las reivindicaciones woke, pero que en la práctica mantenía la subordinación a las políticas de sanciones–.
Aún menos esperábamos algo distinto de los republicanos, cuya visión ideológica, racista y hegemónica, descartaba fácilmente cualquier acercamiento. Pero no imaginamos que el presidente Trump, ya instalado en el poder, actuaría literalmente como un emperador del mundo: reclamando Groenlandia, el canal de Panamá y emprendiendo una feroz persecución contra los migrantes latinos.
Esa política se tradujo en redadas callejeras, deportaciones masivas y humillaciones públicas –incluyendo el uso de grilletes– contra personas cuyo único “delito” era buscar una vida mejor. El impacto fue inmediato, no solo en los migrantes, que vivieron con miedo y terror, sino también en los gobiernos del continente, que reaccionaron con repulsión y solidaridad.
En cuestión de meses, la violencia y los prejuicios impulsados por Trump alteraron radicalmente el panorama político dentro de la comunidad latina asentada en Estados Unidos, incluyendo a quienes incluso habían apoyado su candidatura.
Se hizo evidente que no bastaba con hablar inglés: el acento, el nombre, el apellido y el color de piel delataban al latino y lo exponían a la persecución racista. Ser un buen pocho ya no era suficiente.
Este despertar identitario llevó a miles de latinos a organizarse y salir a protestar en las calles de varios estados. Paralelamente, en América Latina, la reacción fue primero de incredulidad, y luego de acercamiento e integración en torno a organismos como la Celac y a nuevas alianzas con el bloque de los BRICS. Con la excepción de Argentina –que aplaude todo lo que Trump y Netanyahu hacen–, los gobiernos latinoamericanos comenzaron a reconsiderar seriamente su posición geopolítica.
Así, la unidad en torno a la soberanía y la cultura –que nosotros promovimos con humildad y recursos limitados pero sin mayor eco, hace apenas cuatro años– se ha empezado a concretar gracias al brutal realismo del presidente Trump.
Él se encargó de arrancar los trapos que cubrían, con pudor hipócrita, el racismo latente en los anglosajones. El reciente golpe arancelario a Brasil –del 50 %, el mayor impuesto a país alguno– que entra en vigor este 1.º de agosto, es una muestra más del intento por doblegar a nuestros países y debilitar a los BRICS, interfiriendo incluso en decisiones judiciales de la nación suramericana. Este acto ha colmado el vaso y ha despertado al gigante dormido.
Muchas gracias, presidente Trump, por despertar a nuestra América y sacarla del letargo y la impotencia. Tal vez ahora comprendamos que no necesitamos recorrer miles de kilómetros detrás de sueños quiméricos, que nuestros países son ricos, y que podemos salirnos de la órbita neocolonial para abrirnos al mundo multipolar naciente.
La búsqueda de nuevos mercados y alianzas por parte de los gobiernos latinoamericanos contribuirá también a reorientar –por razones de seguridad y economía– la política estadounidense hacia el mundo y hacia nuestra región.
miguel.sobrado@gmail.com
Miguel Sobrado es sociólogo.