Los fósiles de Australopithecus muestran que la selección natural favoreció a los machos más grandes y agresivos
Factores determinantes - El estudio compara los restos de dos especies y muestra que la diferencia física en A. afarensis podía incluso sobrepasar la de los gorilas modernos
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Los machos se plantaban frente a sus rivales con cuerpos preparados para luchar. El peso y la fuerza eran herramientas tan decisivas como cualquier estrategia, y cada enfrentamiento podía definir el acceso a recursos y compañeras. En esa época, la selección natural recompensaba a los individuos capaces de mantener su posición en la jerarquía. En este contexto se enmarca la nueva investigación que examina el dimorfismo sexual en especies de Australopithecus.
El estudio, publicado en American Journal of Biological Anthropology, analiza los fósiles de Australopithecus afarensis y Australopithecus africanus para determinar diferencias de tamaño entre machos y hembras. Los resultados muestran que los machos de A. afarensis alcanzaban una talla muy superior a la de las hembras, en un grado que, según el autor principal Adam D. Gordon, de la Universidad de Albany, podría superar incluso al de los gorilas actuales. Esta diferencia se asocia en primates con sistemas de apareamiento poligínicos, donde los machos dominantes monopolizan el acceso a varias hembras.
La distancia física entre sexos variaba mucho entre especies cercanas del género Australopithecus
En humanos modernos, la distancia corporal entre sexos es mucho menor, con hombres aproximadamente un 15-20 % más pesados que las mujeres. En cambio, los machos de gorila pueden duplicar el peso de las hembras. Los resultados sitúan a A. afarensis más cerca del patrón de los grandes simios que de nuestra propia especie, mientras que A. africanus muestra un contraste más moderado. Esta variación entre especies tan próximas sugiere que las presiones evolutivas no fueron uniformes y que las estructuras sociales pudieron ser muy distintas.
Gordon y su equipo sostienen que el tamaño reducido de las hembras habría representado una ventaja en momentos de escasez, ya que su menor requerimiento energético facilitaba la supervivencia y la reproducción. A partir de este planteamiento, el investigador explica que “este estudio proporciona pruebas sólidas de que las presiones evolutivas específicas de cada sexo desempeñaron un papel más importante en la evolución de los primeros homininos de lo que se creía”.
Para superar las lagunas del registro fósil, que en este periodo es fragmentario, se aplicó un método basado en la media geométrica para estimar la masa corporal a partir de restos óseos incompletos. Posteriormente, se ejecutaron simulaciones iterativas que permitieron completar los cálculos. Al comparar los datos con gorilas, chimpancés y humanos, el equipo descartó que las diferencias de tamaño se debieran a cambios evolutivos a lo largo de cientos de miles de años en una misma población.
La conclusión más plausible es que el dimorfismo respondía a factores sociales y reproductivos. En el caso de A. afarensis, se apunta a grupos jerárquicos dominados por machos corpulentos y competitivos. En A. africanus, en cambio, el patrón podría estar más próximo al de especies con menor presión competitiva entre machos, lo que abriría la posibilidad de estructuras sociales menos agresivas.
A. afarensis combinaba adaptaciones para trepar con una marcha completamente erguida
El hallazgo también refuerza la idea de que la evolución humana temprana no siguió un único camino hacia las formas de organización actuales. En palabras de Gordon, “la marcada diferencia en el grado de dimorfismo en estas dos especies extinguidas sugiere que estuvieron sometidas a presiones de selección más distintas que cualquier par de especies de simios actuales estrechamente relacionadas”.
A. afarensis presenta, además, un mosaico anatómico peculiar. Conservaba brazos largos aptos para trepar, un cerebro reducido en comparación con el humano y, al mismo tiempo, era completamente bípedo. Las huellas de Laetoli, en Tanzania, datadas en 3,66 millones de años, prueban que caminaba con una marcha erguida estable. Este conjunto de características, sumado al alto dimorfismo sexual, dibuja una especie adaptada tanto a la vida terrestre como a interacciones sociales marcadas por la competencia.
El trabajo, además de aportar una visión más detallada de la biología de estos homínidos, plantea preguntas sobre cómo se distribuían roles y recursos dentro de sus grupos. Aunque la respuesta definitiva aún requiere más fósiles y análisis, lo que ya está claro es que, para ciertos ancestros lejanos, el tamaño corporal era una ventaja evolutiva con efectos evidentes en su modo de vida.