Breve, poético y contundente: “El escarabajo y el hombre” de Oswaldo Reynoso
Si bien es verdad que la obra narrativa de Oswaldo Reynoso (1931 – 2016) es breve, esta no deja de despertar entusiasmo interpretativo y especulativo. Pensemos en sus últimas publicaciones, como En busca de la sonrisa encontrada (2012) y Arequipa, lámpara incandescente (2014), las cuales, más allá de gustar o no a los lectores, posicionaron a Reynoso como un adelantado a lo que hoy en día se escribe y publica, y no me refiero solo a la narrativa latinoamericana.
Ahora que el híbrido/mestizaje genérico parece ser el cintillo editorial, es justo consignar que nuestro autor ya lo venía practicando por urgencia de escritura y sin reclamo de patente. Tengamos en cuenta sus últimas declaraciones, al menos puedo dar testimonio de la que me brindó en una entrevista pública, que le hice en una librería, en la quincena de enero de 2016: “Yo escribo, solo escribo, no me importan los géneros”. En la contundencia de esta respuesta, podemos rastrear luces en el último Reynoso, experimental y quizá por ello irregular.
Una breve mirada nos enfrenta a un autor inacabable, rico en temas y avezado en la tensión lírica de la palabra escrita. En tal sentido, no nos debe sorprender que su obra se esté reeditando, y en esta empresa hay para más de un gusto: el Reynoso sensual del lenguaje, el Reynoso político, el Reynoso social, el Reynoso ideológico…
Uno de sus libros que ya conoce de reediciones es El escarabajo y el hombre, publicado en 1970. Suponemos que se trata de una edición de autor, puesto que esta no nos brinda suficiente información al respecto. Sin embargo, poco o nada importa, porque el libro, sin tomar en consideración su evidente valía literaria, hace alarde de una belleza artesanal que lo convierte en un objeto de culto. Una novelita, a primera impresión, de aliento sicodélico, que vemos en la secuencia visual de sus primeras páginas, a cargo de Jesús Ruiz Durand, seguramente a modo de radiografía de época en que se dio a conocer la publicación.
Sobre esta novela se teje una de las leyendas literarias locales más conocidas y celebradas: fue silenciada por los críticos literarios de la época. En la noche de su presentación, en el bar Palermo, nuestro autor mandó a la mierda a todos, “pero a todos”, los críticos literarios del país. Lo dijo de pie sobre una mesa del bar luego de que su amigo, el estupendo estilista Eleodoro Vargas Vicuña, presentara la novela sin hablar de ella. Se entiende el contexto, la fiebre de la presentación venía pautada por interminables litros de alcohol. El seguidor de Reynoso sabe al detalle de esta presentación y no vamos a negar que era todo un gusto escucharlo cuando la contaba cada vez que podía, sin importar las omisiones y exageraciones de su memoria.
El escarabajo y el hombre se desarrolla en uno de los espacios por excelencia de la poética de Reynoso: el bar, en donde un joven le cuenta a su profesor de lengua y literatura sobre los asuntos existenciales y emocionales que le carcomen a su tierna edad. El profesor (El Profe) escucha, indaga en el relato del joven, pero no escuelea. El Profe es, sencillamente, un amigo, una suerte de hermano mayor al que el joven busca para desfogarse. A la par de este relato, se desarrolla otro: el diálogo entre dos jóvenes “pirañitas” que son testigos del paso de un escarabajo que empuja una bola de excremento de un extremo a otro de la carretera. En este diálogo, participamos de un homenaje del autor a las fábulas de Esopo. No es gratuito este tributo, puesto que, mediante la alegoría, Reynoso puso en bandeja una férrea crítica social que se engarza con la cita de William Blake que sirve de epígrafe. Reynoso, pues, sabía criticar y en estas páginas hay una crítica abierta al sistema de época y que la relectura nos permite ver que esa crítica muy bien puede justificarse en estos tiempos.
Encontramos dos influencias muy marcadas, tanto en lo estructural como en lo temático: nos referimos a Viaje hacia el fin de la noche de Louis- Ferndinand Celine y El guardián entre el centeno de J. D. Salinger. El escarabajo y el hombre es una bendita mutación de ambas novelas, con jóvenes que son y no son jóvenes, que echa luces gracias a un andamiaje narrativo que en su complejidad pasa inadvertido para el lector. Y claro, El escarabajo y el hombre es también una prueba más del mundo que nunca dejó de interesar a Reynoso. Hablamos de un mundo juvenil marginal, que le bastaba y sobraba, muy lejano de la galaxia juvenil rubricada por la plasticidad material. Lo dice en la novela:
“Pero son más sinceros que muchos universitarios que ya tienen hecha su vida con la profesión que siguen y hay que verlos habladorcitos, decididos a todo para cambiar la sociedad, pero luego cuando ya han conseguido su título se olvidan de todo y son capaces de las más grandes traiciones con tal de tener un poquito de plata”.
A sus 55 años, sigue siendo actual.