José Rafael Lantigua: voz y alma que seguirán latiendo en el corazón cultural dominicano
Un espíritu intelectual de lealtad absoluta a la cultura
La muerte de José Rafael Lantigua deja un vacío difícil de llenar en el panorama intelectual dominicano. Como Cervantes, mucho más que un gran maestro en el lenguaje, visionario y original, observador perspicaz, profundo emocionalmente, disciplinado y constante, narrador humilde y comprometido con la verdad; fue un verdadero humanista que entendió la cultura como un bien común y una responsabilidad colectiva.
Ensayista lúcido, crítico literario sagaz, gestor cultural comprometido y amante de todas las manifestaciones artísticas, su vida estuvo guiada por un principio rector: servir a la cultura como quien sirve a la patria.
Su ingreso a la Academia Dominicana de la Lengua fue el reconocimiento natural a su impecable relación con las palabras, siempre defendidas con precisión y belleza, tanto en la creación como en el análisis, de las que se constituyó en un verdadero y ejemplar apostol.
El arte como raíz que nutre y meta que guía
Para Lantigua, la cultura no era una abstracción académica ni un pasatiempo de élites. Era la raíz que nutre la identidad de un pueblo y, al mismo tiempo, el horizonte que lo proyecta al mundo. Su crítica literaria se distinguió por unir el rigor del análisis con la capacidad de revelar la humanidad profunda de autores y obras. No era un censor, sino un lector apasionado que sabía reconocer la fuerza de una metáfora o la estructura de una novela con la misma atención con que un músico escucha una sinfonía.
Esta mirada lo llevó a tender puentes entre lo antiguo y lo moderno, defendiendo con igual fuerza la herencia de nuestros antepasados y las innovaciones de los nuevos creadores.
Ministro de Cultura: gestor de puentes
Durante su gestión como ministro de cultura, Lantigua impulsó políticas que no solo buscaban preservar el patrimonio histórico, sino también abrir espacio a las voces emergentes.
Apoyó proyectos de bibliotecas, festivales, exposiciones y encuentros internacionales que dieron visibilidad a la República Dominicana como una nación activa en el diálogo cultural global.
Fue un gran impulsor y renovador de la Feria Internacional del Libro (FIL) durante su gestión como ministro de cultura (2004-2012) dándole un sello de plataforma cultural integral, un puente con el mundo, un espacio de formación y una celebración popular de la lectura. En palabras suyas, la FIL es “un lugar donde el libro se convierte en fiesta y la palabra se hace puente entre los pueblos”.
Su visión era integradora: para él, las artes plásticas, la literatura, la música, la danza, el teatro y el cine formaban parte de un mismo cuerpo vivo que debía ser nutrido en todas sus dimensiones.
Un amor constante por Moca
Si la República Dominicana fue su patria, Moca fue su hogar espiritual. Lantigua nunca perdió de vista la importancia de su tierra natal en su formación humana y cultural.
No se limitó a recordarla con nostalgia, donde contribuyó en la formación del Centro Juvenil Don Bosco, sino que trabajó activamente por engrandecerla. Su ingreso como miembro del Templo de la Fama de la provincia Espaillat simbolizó su compromiso con el reconocimiento de las grandes figuras de su provincia.
Como hijo también de Moca, tuve el privilegio de compartir con José Rafael Lantigua esa pertenencia entrañable que moldea el carácter y alimenta los sueños.
En su trayectoria se reconoce la disciplina y la sensibilidad que son orgullo de nuestra tierra, pero también un sentido de nación que trascendía fronteras provinciales.
Su amor por la patria fue tan profundo como su devoción por la palabra: la cuidó, la embelleció y la defendió como quien protege un tesoro irremplazable. En su voz y en sus textos, la República Dominicana encontraba un eco de dignidad y una afirmación de su riqueza cultural.
La defensa y preservación de la memoria cultural
En sus escritos, discursos y, con frecuencia, en sus artículos semanales, Lantigua insistía en que la cultura no debía entenderse como algo estático, sino como un organismo vivo en permanente transformación. Sin embargo, advertía que para innovar era necesario conocer y respetar las raíces.
Esta convicción lo llevó a defender con firmeza la preservación de archivos, colecciones, monumentos y tradiciones. Para él, la memoria cultural era un capital que, una vez perdido, empobrece irremediablemente a una nación.
Un maestro de ideas luminosas, pensamiento diáfano y palabra pulida y elegante
Su prosa, tanto en ensayo como en crítica, combinaba profundidad de ideas con una elegancia natural. Hizo del lenguaje un río claro que llevaba belleza en su corriente. Evitaba la pedantería y prefería la claridad y precisión que iluminan.
Sabía que un texto bien escrito no solo informa y persuade, sino que también acaricia el oído y la inteligencia del lector. Esa maestría le permitió dialogar con un público amplio, desde académicos hasta lectores que se acercaban a sus textos por puro placer estético.
La impronta eterna
Quienes lo conocimos de cerca destacamos su autenticidad: no vivía de la cultura, vivía por y para la cultura. Esa entrega se refleja en el respeto que le profesaban artistas, escritores, académicos y ciudadanos comunes.
Su legado no se limita a sus publicaciones ni a las instituciones que creó y fortaleció. Está también en la inspiración que sembró en generaciones de creadores que encontraron en él un ejemplo de coherencia y compromiso.
José Rafael Lantigua deja a la República Dominicana una lección imperecedera: que el verdadero desarrollo de un país no se mide solo en cifras económicas, sino en la vitalidad de su vida cultural. Que el amor a la patria pasa por el amor a sus palabras, sus obras, sus artistas y su memoria.
Inmortal en el acervo cultural dominicano
Hoy, su ausencia se siente en todos los rincones donde se celebra la palabra, el arte y la cultura. Pero también hoy, más que nunca, su figura se agiganta. Sus libros y artículos seguirán hablando; sus ideas seguirán orientando; su ejemplo seguirá inspirando.
José Rafael Lantigua fue, y seguirá siendo, una voz que nos recuerda que la cultura es el alma de la nación y que cuidarla es un acto de amor y de justicia.
En el corazón de Moca, en la memoria del país y en el espíritu de quienes creen en la fuerza transformadora de las letras y el arte, su nombre ya pertenece a la eternidad.
Ejemplo de amor por su familia Su esposa, Miguelina, sus hijos, José Rolando, Elizabeth, Pablo José, Glorinel, María Miguelina y Mithcell y sus nietos, José Gabriel, Diego José, Monserrat, Paula, Emmanuel, Deborah, Mitchell y Laura llevan una herencia que no se mide en bienes, sino en dignidad.
El amor que les entregó no se apaga con la muerte, pertenece al tiempo de lo eterno. En ellos vive el compañero, padre y abuelo que abrazó con ternura como el patriota que sirvió con nobleza.
En su memoria permanecerán, entrelazados para siempre, su devoción por la familia y su pasión por la patria.
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