Ray Loriga: “El que habla de escribir, no es el que escribe”
TIM (Alfaguara) es la última novela del español Ray Loriga. Con un tono poético, marca de la casa, el autor nos lleva a un cauce reflexivo sobre la condición humana en tiempos de velocidades y poca reflexión. Fiel a su estilo, Loriga no es nada ceremonial y es crítico sin proponérselo. La República conversó con este referente de la narrativa contemporánea en español.
-¿Cómo ves al Ray Lóriga de los años 90 al Ray Lóriga de hoy? Novelas como Lo peor de todo de 1992 y Héroes de 1993, te pusieron bajo todas las luces que cualquier escritor joven quisiera tener. Te veo como un león que va por la vida.
-Un león apaciguado. Lo que pasó conmigo fue bastante raro. En esa época, los parámetros lógicos de lo que era la literatura seria, no se movían en esos entornos. Era una cosa más académica, señores con gafas muy serios, pero luego te pones a ver la juventud de García Márquez, la juventud de Mario Vargas Llosa o la Alfredo Bryce, y había también de todo. Viajes, algarabías y disputas. La imagen que solía dar un escritor era otra y a mí se me vio más rockero. Además, no había mucha tradición de escritores jóvenes, sobre todo en el mundo hispano. En el mundo anglosajón sí, tenemos figuras más mediáticas, como Martin Amis, que alcanzaban a la literatura e incluso iban más allá de la literatura. Mis libros empezaron a traducirse. Viaje por toda Europa, a Estados Unidos. Fue un fenómeno lo que pasó. Tenía 26 años.
-¿Cómo te protegiste de tanta fama?
-Siempre estuve pegado a lo que me trajo aquí, que es la propia literatura, sabiendo que todo lo demás es superficial y externo.
-En tus inicios, hiciste uso del fragmento. Esos textos parecían canciones. ¿La poesía influyó en tu prosa?
-Sí, es fundamental. Curiosamente, nunca he escrito poesía per se, ni siquiera a escondidas. Pero sí me ha influido muchísimo la poesía. Soy un lector voraz de poesía. Siempre me fascinó las posibilidades de la poesía desde múltiples ángulos de sentido. La novela que a mí me gusta, también participa de eso. La novela más pegada a la trama, al mero plot, siempre me ha interesado menos que explotar las posibilidades infinitas del territorio poético. Es algo que yo he intentado reproducir en prosa. No digo que sea nada único y original, hay muchísimos novelistas que me apasionan y que también lo han practicado, como Samuel Beckett, Thomas Bernhard, Felisberto Hernández, Juan Rulfo. Había visto que el pulso de la forma y el abanico de posibilidades que ofrecía, era más grande que la narrativa pegada al planteamiento nudo desenlace y a todo con base en la trama, quién hizo qué, qué pasó con quién.
-Debido a tu éxito, la fragmentación, digamos, se puso de moda.
-No soy el descubridor de la fragmentación. Estaba muy presente en la literatura anglosajona previa a mí. Estaban ya los beats, John Dos Passos. Ha estado en la literatura desde que el mundo es mundo.
-Ahora que recuerdo, tú nunca has dicho que eres descubridor de algo.
- No, porque no sería verdad, porque todo lo aprendí. Cuando escribes, eres el cruce de un millón de influencias. Hay que haber leído poco o muy mal para pensar que eres el inventor de algo.
-En tu última novela, TIM, tenemos a un personaje narrador que todo el tiempo se pregunta quién es. Hay una cuestión filosófica y se ha dicho que hay lazos con La metamorfosis de Kafka, pero yo veo más lazos con Bartleby, el escribiente de Herman Melville.
-¿Quiénes somos? ¿A dónde vamos? Son las preguntas más universales de la filosofía y, por ende, de la literatura.
-Son preguntas que hoy no nos estamos haciendo.
-No. Y me da la sensación de que, en general, todas las generalizaciones son estúpidas, incluso esta que voy a decir, como decía Rosa Chacel, pero por lo que vemos alrededor, parece que todo es el aspecto de las cosas. Parece que la definición importante ahora es social o genérica, pero siempre me parece que son cuestiones un poco cosméticas en cuanto al alma, en cuanto a la esencia de las cosas. Por ejemplo, en la identidad, que parece que se diluye en de qué forma nos van a ver los demás, de qué forma somos.
-Lo que hace el protagonista, por ejemplo, es recordar a Tim y a Elisa, y así reconstruirse, saber quién es. Es un proyecto para las distancias cortas.
-He situado la novela en un parámetro, en un limbo entre el duermevela que tiene un pie en el sueño y un pie en el día real, que es donde se extiende la pequeña novela. Por eso también pensé que esta era la medida adecuada, porque se trataba de dar una narración que sucediese en breves instantes de lo que tarda uno en despertar y donde todavía lo soñado es parte de lo que eres.
-Hace un momento dijiste que siempre has estado pegado a la literatura para protegerte. Pero hoy en día, el mundo cultural exhibe una dinámica que puede ser distractora.
-De alguna manera, y esto me pasó desde el principio, pensé que tenía que inventar un alter ego que fuera el promocional. Mando de promoción a un tipo que no soy exactamente yo. Intento que el personaje se comporte, o sea, el alter ego que se comporte, que sea educado, considerado con los demás y cumpla con las funciones que le he dado. Tienes que irte a presentar este libro, por favor hazlo bien, no metas mucho la pata. Algo que hablaba con Enrique Vila-Matas, con quien comparto muchas cosas, es lo siguiente: el que habla de escribir, no es el que escribe. El escritor es el que escribe. Si habla de escribir, no es exactamente lo mismo.
-Una lectura de la novela nos lleva a una crítica del uso de las redes sociales.
-No tengo ni teléfono, me ha alejado todo lo que he podido de las redes sociales, porque bastante exposición mediática tengo ya por el mero hecho de tener que hacer entrevistas, cosa que hago con agrado porque es parte del oficio y aparte salen conversaciones interesantes como esta que estamos teniendo, no es algo que me espante para nada, pero como eso cumple perfectamente el deseo de comunicación, que no es en torno a mí sino en torno a lo que hago, no le veo ninguna necesidad a esa otra exposición. Yo recuerdo que en mi infancia no teníamos ni el teléfono móvil, ni nada de esto. Había un teléfono fijo en casa y punto. Uno iba al colegio y tenía que escuchar todo el rato lo que le parecía uno a los demás. Si le parecía gordo, si le parecía feo, si le parecía enano, si le parecías gordo, si me parecías débil, si me parecías tonto. Era constante ese bombardeo. Claro, cuando acababa el colegio, te ibas a tu casa, te quedabas solo, leías y jugabas. Por lo menos tenía unas horas marcadas fuera de esa tortura. Lo que no esperé nunca es que la gente quisiera prolongar eso, que siguieras opinando de todos los demás todo el tiempo y tener que depender todo el tiempo de tu aspecto físico. Mira lo que hago, mira lo que he hecho, mira cómo estoy, mira qué bien voy de fiesta o qué bien hago esto. Esa exposición constante a los demás, sobre la cual yo siempre necesité intuitivamente una protección, requería de una protección que solo me la podía dar yo mismo. No entiendo esa necesidad y ese entusiasmo de poner tu vida en manos de los otros constantemente.
-Ya lo decías en tu novela Rendición y ahora en TIM. Hay mucha reflexión.
-Es una reflexión atónita más bien, una reflexión atónita sobre el curso de las cosas, sobre el curso de las personalidades, sobre cómo nos ubicamos en la sociedad. Trato de escabullirme del hecho de que tu vida esté en manos de los otros, de otros que juzgan lo que hacen otros. Eso me parece poco interesante porque nos quita el tiempo de buscarnos por dentro.
-En TIM hay una atmósfera actual. Pienso en la inteligencia artificial.
-Por mucho que uno quiera meterse para adentro como una tortuga, cada escritor es hijo de su tiempo y un contexto que le supera socialmente y eso influye mucho en lo que escribimos y por qué. Y a mí me influye, claro, me afecta directamente. A mí no me molesta lo de la IA. Que cada quien haga de su vida lo que le dé la gana, pero a mí, como deriva de una sociedad supuestamente inteligente, me asombra, la verdad, y no me encanta la idea de diluirme entre lo tecnológico y lo social. Hablamos de la inteligencia artificial, hay tres caminos frente a esto. Una es aterrarse, temerlo y negar su existencia, cosa que no parece muy razonable. Otra es abrazarlo con entusiasmo, como parece que hace mucha gente, y otra es que nos ayude a reflexionar sobre lo que verdaderamente somos.
-TIM es igualmente un llamado a la pausa.
-Lo de ir más deprisa sin saber a dónde tampoco le da mucho sentido, ¿no? Como decía la canción de los Talking Heads, “We're on the road to nowhere”, vamos al camino de nada, pero venga muy deprisa. ¿Para qué? Si las maletas que nos olvidamos son nuestra identidad, la esencia, incluso darnos el tiempo de dudar, no se hacen preguntas interesantes si no se duda mucho y se piensa mucho lo que se pregunta. Entonces, tenemos un tiempo de respuestas inmediatas a preguntas muy vacuas. Entonces, sí, cualquier cosa puede ser una respuesta.