Cuartel Los Cabitos: fosas abiertas y memoria inconclusa en Ayacucho
En Ayacucho, las fosas nunca terminan de cerrarse. El pasado 12 de septiembre, en el terreno conocido como La Hoyada —adyacente al Cuartel Militar Domingo Ayarza, más conocido como Los Cabitos—, la Tercera Fiscalía Supraprovincial Especializada en Derechos Humanos halló cinco cuerpos completos.
Los restos corresponderían a dos mujeres, dos varones y un menor de edad. Con los restos, se encontraron prendas de vestir, accesorios personales y vendas a la altura de sus bocas: pruebas mudas de una vida interrumpida.
La diligencia estuvo a cargo del fiscal Reiner Salinas, con apoyo de peritos del Equipo Forense Especializado. Cada hueso será analizado antropológica y genéticamente en el laboratorio, un proceso que demora años por la falta de presupuesto. El objetivo es claro: devolver identidad y, con ello, darles sepultura digna.
Con este hallazgo, en lo que va del 2025 ya son ocho los cuerpos completos hallados. Desde el 2023 son 18, de acuerdo al recuento oficial al que La República accedió. A ello se suman restos fragmentados en espera de análisis. En la primera campaña de exhumaciones (2005-2009) se hallaron 109 cuerpos. La estremecedora cifra total asciende a 127, apenas una fracción de los más de 500 desaparecidos que, según hipótesis forense, pasaron por Los Cabitos.
La canción interrumpida de Arquímedes
Arquímedes Ascarza Mendoza tenía 18 años. Tocaba zampoña, aprendía guitarra, como buen ayacuchano, y soñaba con estudiar Biología en la UNSCH. Su familia lo recuerda alegre. Su historia condensa el drama de una generación cuyos sueños fueron arrebatados.
La noche del 2 de julio de 1983, la tragedia golpeó la puerta de su casa. A la medianoche, militares irrumpieron en su casa del barrio Las Américas. Sacaron a toda la familia, revisaron los cuartos y se lo llevaron junto a otros 14 jóvenes del lugar, pese a no encontrar nada. Todos tenían entre 17 y 22 años. Ninguno volvió.
“Lo sacaron descalzo, con un buzo verde y una chompa de manga larga”, recuerda su hermana Ana María. A su madre, Angélica Mendoza —luego conocida como Mamá Angélica— la empujaron al suelo cuando intentó impedir la detención.
Días después, Ana tuvo la osadía de entrar al cuartel, a visitar a un soldado conocido de la familia. Él le entregó una nota en un trozo arrancado de un saco de azúcar. Era la letra de Arquímedes. Pedía un abogado, le daba tranquilidad a su madre y suplicaba que no dejaran de buscarlo. Fue la última señal de vida.
Ese “tío” militar le confirmó que estaba detenido. Le dijo, además, que no los estaban alimentando. Ana le dio un pan que llevaba en el bolsillo. Arquímedes lo repartió entre los demás detenidos. El soldado le dijo que algunos sobrevivían bebiendo orina y comiendo su propio excremento.
Desde entonces, la vida de los Ascarza cambió. Dormían “con un ojo abierto y el otro cerrado”, por si volvía de noche. Buscaron en botaderos de cadáveres en Puracuti, Infiernillo, Huascahura, levantando cuerpos desfigurados para ver si era él. En la calle escudriñaban los rostros de indigentes, pensando: “quizás con los golpes se volvió loco y no sabe volver a casa”.
Mamá Angélica se convirtió en símbolo de las familias de desaparecidos. Fundó la Asociación Nacional de Familiares de Secuestrados, Detenidos y Desaparecidos del Perú - Anfasep, y también fue víctima de atentados: en una ocasión, soldados la amenazaron en Puracuti y ella respondió: “Mátenme, pero antes díganme dónde está mi hijo”.
“Una desaparición es una tortura diaria —dice hoy Ana María—. Te levantas y piensas dónde estará, qué habrá sido de él”. Recuerda que, pese al dolor, su madre nunca calló. Mamá Angélica falleció en 2017, con la herida abierta de no encontrar a su hijo y con el encargo a sus hijas de no dejar nunca la búsqueda.
Cada hallazgo en La Hoyada renueva la esperanza de encontrarlo, aunque la familia maneja la versión de que fue incinerado. Para Ana, la indignación es mayor con la ley de amnistía promovida por el fujimorismo y promulgada por Dina Boluarte: “No se puede construir un país sobre muertos. Quieren reconciliación, pero ¿cómo nos vamos a reconciliar con los asesinos si no sabemos dónde están nuestros familiares?”.
Su pregunta es la de cientos de personas que, varias décadas después, no dejan de buscar a los suyos.
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Las cifras del horror
El caso Cabitos sigue abierto. No se sabe exactamente cuántos detenidos ingresaron al cuartel ni cuántos fueron ejecutados allí. Hasta hoy siguen llegando denuncias.
En más de 20 años de exhumaciones se han recuperado 127 cuerpos completos y decenas de fragmentos. La CVR calculó que solo entre 1983 y 1984 al menos 136 personas fueron víctimas en Los Cabitos. Pero el hallazgo de un horno crematorio confirma lo peor: decenas o cientos fueron incinerados para borrar evidencia.
La hipótesis forense es que allí desaparecieron más de 500 personas, no solo de Huamanga sino también de pueblos de provincias como Huanta y Cangallo, trasladados a un destino final de tortura y ejecución. Testimonios de víctimas que pasaron por Los Cabitos incluyen también violaciones sexuales.
Militares como Clemente Noel (fallecido en 2005), Wilfredo Mori (prófugo desde 2016, condenado por la matanza de Accomarca), Pedro Paz Avendaño (prófugo, exjefe de la Casa Rosada) y Humberto Bari Orbegoso (jefe del cuartel, prófugo condenado en 2017 a 30 años de cárcel) figuran entre los responsables en procesos judiciales.
El santuario inconcluso
En 2022, tras años de reclamos de Anfasep, el Gobierno Regional inició la construcción del Santuario de la Memoria en La Hoyada. Tres años después, es símbolo del abandono.
La obra comenzó en agosto de 2022, con un presupuesto inicial de S/ 34 millones y un plazo de 12 meses. Debería entregarse en agosto de 2023. Hoy, con S/ 47 millones invertidos, apenas alcanza el 47% de avance, según Invierte.pe.
La Comisión de Infraestructura del Consejo Regional advirtió que el proyecto corre riesgo de no concluir por problemas legales en el terreno, hallazgos óseos, deficiencias técnicas y falta de presupuesto. El avance mensual debía ser 3,62 %, solo llegó a 1,95 %.
“Los restos necesitan un lugar digno —resume mamá Juana Carrión, presidenta de Anfasep—. Pero el santuario está paralizado. Nos dicen que lo terminarán en ocho meses cuando haya presupuesto, pero ya llevamos tres años esperando. Las madres se están muriendo sin ver concluida la obra”.
La paradoja es brutal: mientras se siguen encontrando huesos en La Hoyada, el espacio que debía honrarlos se convierte en monumento al olvido. Cada vez que una retroexcavadora mueve tierra, el subsuelo devuelve huesos, dientes, pedazos de ropa.
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Los hermanos de Mamá Juana
Juana Carrión perdió a sus dos hermanos. Ricardo, el mayor, fue detenido en 1984. En las exhumaciones de 2005-2009, Juana reconoció su camisa hecha a medida por un sastre. Treinta años después pudo enterrarlo.
Teófilo desapareció en 1989. Testigos lo vieron en Los Cabitos, con un brazo y una pierna torcidos por la tortura, usado como “escudo humano” y advertencia de lo que a otros les podía pasar “si no colaboraban”. Nunca regresó.
Hoy, Juana acompaña cada hallazgo con esperanza y dolor: “Posiblemente uno de los restos sea de mi hermano. Ojalá tenga vida para encontrarlo y despedirlo”.
Los Cabitos sigue siendo una herida abierta. Cada fosa confirma que la tierra aún guarda secretos y reaviva el drama de las familias. Mientras tanto, el régimen busca blindar a militares acusados de crímenes de lesa humanidad con una ley de amnistía.
Pero las madres de Anfasep no callan. Mientras haya huesos bajo La Hoyada, habrá memoria que se resista al olvido. En Ayacucho, la tierra sigue hablando.