Olvide todo lo que sabe de Cleopatra: ni sexy, ni única, ni Marco Antonio fue el amor de su vida
Lloyd Llewellyn-Jones tiene claro que hay un mito que “parar”, afirma. “Cleopatra no fue una loba solitaria que llegó de la nada. Ni tampoco es cierto eso de que no hubiera nada antes de ella. Ni fue una persona que se formó a sí misma por completo”, enumera el historiador británico. Cleopatra fueron muchas. En concreto, siete. Y es precisamente ella, la séptima, la que terminó llevándose la fama de lo que Llewellyn-Jones define como “una larga tradición de mujeres muy capaces”. Las mismas que él recoge en su nuevo libro: ‘Las Cleopatras. Las reinas olvidadas de Egipto’ (Ático de los Libros).
Un libro que se ha publicado ahora en España y que un compañero de profesión como Simon Sebag Montefiore ha resumido como “una auténtica delicia para los amantes de las historias épicas”. Bien lo sabe él, que escribió sobre otra dinastía de leyenda como fueron los Romanov; ante lo que el autor de ‘Las Cleopatras’ añade que “hay algo de ellos” en esta historia: “Personas excepcionalmente ricas, rebelde y fuera del contacto con su gente”. Aun así, Llewellyn-Jones ve más paralelismos con los Austrias y los Habsburgo por su “alto nivel de incesto, pero también por su idea de ser una familia claustrofóbica que está al frente de un imperio, como si fuera un negocio familiar”, dice de la dinastía ptolemaica.
La única comprometida con el Imperio romano
Y fue precisamente la archiconocida Cleopatra VII la encargada de cerrar este linaje. Su última reina. Una mujer, para el historiador, que sí guarda una notable diferencia con sus antecesoras: “Se comprometió de forma muy activa con el mundo romano y tuvo un papel importante en él. Cuando ella llega al trono, Roma estaba expandida por todo el Mediterráneo y Egipto estaba bloqueado, encajonado, por las provincias del Imperio. Tuvo que lidiar con ello y fue un paso más allá en los juegos de poder que sus predecesoras”.
Lejos de presentarla como esa “femme fatale” llena de sensualidad que ha recogido el arte durante siglos (alimentado por los relatos romanos), ahora se muestra a una política hábil y estratega, además de una trabajadora nata y una mujer de gran inteligencia. “Su historia es fascinante, pero lo es más cuando la pones en contexto y ves que no es una figura solitaria, sino que hubo varias generaciones de mujeres poderosas que contribuyeron a hacer de ella lo que fue”. Llewellyn-Jones está convencido de que “la Séptima” conocía su pasado y que decidió honrarlo con, por ejemplo, su sobrenombre: se hacía llamar Nueva Isis probablemente porque su bisabuela se identificó con esa diosa de la magia y la fertilidad.
El mito se construye tras seis mujeres del mismo nombre por la desidia de los hombres a gobernar
En Cleopatra VII se puede reflejar cada época. “Una especie de pantalla negra en la que cada sociedad se ha proyectado a sí misma y hemos perdido la imagen de la mujer real”, justifica el historiador. En el siglo XVI se la dibujó como una mujer rubia de rasgos europeos; luego, Shakespeare la subió a los escenarios con corsé y miriñaque; y finalmente el mito actual la ve en el cuerpo de Liz Taylor en aquel largometraje de Mankiewicz de los años 60.
“No era una gran belleza, pero tenía carisma”. Según Llewellyn-Jones, fue “ese tipo de mujer que te hace mirar cuando entra en la habitación”. Eso fue lo que vio en ella Julio César, con quien vivió un “flechazo intelectual”. Otro tema es su relación con Marco Antonio... “Uno de los mayores mitos de Hollywood”, sentencia. Culpa directa de Taylor y Richard Burton: “Nunca fue el amor de su vida. Le usó para sus propósitos y él estaba encantado de que así fuera porque era tan simple como un soldado con poca cabeza”.
Ambición de poder vs. desidia
Por lo demás, el libro sí traza unas líneas comunes entre estas gobernantas repletas de “ambición de poder”, señala. “Todas gobernaron de una manera muy eficiente”. Un hecho que habla del “problema”, sostiene, que tenía la dinastía ptolemaica con sus reyes. “Tenían muy poco interés en el gobierno. Eran reyes bastante inútiles. Se dedicaban a vivir. No eran políticos natos. No tenían la ambición de extender el Imperio egipcio ni de ser militares”. Así se les abrió la posibilidad de salirse de la etiqueta de “consorte” y convertirse en las personas que manejaban las políticas del país; “a la altura de Isabel la Católica, en España, Evita Perón, en Argentina, y Margaret Thatcher, en Reino Unido”, defiende el experto.
Y fue en ese supuesto “vacío de poder” en el que crecieron las Cleopatras, esas mujeres que sí tenían “la voluntad de gobernar y pudieron hacerlo”. De este modo forjaron 150 años en los que establecieron sus colonias y donde intentaron articular su poder de manera bilingüe adaptando las lenguas (y las tradiciones) griegas y egipcias, “también en temas de arquitectura y de religión”, puntualiza Lloyd Llewellyn-Jones.
