María Jesús Otero recuerda vivir a sus diez años en un «pequeño paraíso» . Ribadelago era un pueblo de casas de piedra, madera y pizarra rosada de cultivos de lino y cereal. Escondido entre la montaña y el lago de Sanabria, agricultores, ganaderos, padres, madres y niños vivían a la espera del prometido progreso que traerían los embalses y la presa de Vega de Tera que se acababa de estrenar. Un pueblecito sencillo, «de paz», donde las carreteras finalizan y conducen a ninguna parte. «Lo que nunca supimos, hasta que ya fue demasiado tarde, es que la presa era un regalo envenenado », dice Otero cuando rememora lo que sucedió el 9 de enero de 1959. Justo al darse la...
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