Santiago Niño Becerra, economista, aviva la polémica sobre el cambio de hora: “Oporto y Vigo deberían tener la misma”
<p>El Gobierno de Pedro Sánchez ha vuelto a poner sobre la mesa <strong>un debate que regresa puntualmente</strong> con cada cambio de hora: la posibilidad de poner fin a la costumbre que altera los relojes de los españoles dos veces al año. La propuesta, que el Ejecutivo pretende elevar a una discusión en el ámbito europeo, busca acabar con una práctica que muchos consideran anacrónica y perjudicial para el día a día de los ciudadanos.</p>
<p>De hecho, los argumentos esgrimidos desde Moncloa apuntan a que las razones que en su día justificaron esta medida, principalmente el ahorro energético, han perdido gran parte de su peso en el contexto actual. A esta mermada eficacia se suman, según la postura del Ejecutivo, <strong>los trastornos que los cambios horarios</strong> provocan en los biorritmos de la población, afectando al descanso y al rendimiento diario de millones de personas.</p>
<p>Asimismo, la discusión reaviva la conciencia de una anomalía histórica y geográfica que acompaña a España desde hace más de ochenta años. El actual sistema horario español no responde a nuestra posición en el mapa, sino a <strong>una decisión política adoptada por Franco</strong> en 1940 para sincronizar el país con la Alemania nazi. Geográficamente, a España le correspondería el huso horario de Greenwich (GMT), el que utilizan nuestros vecinos de Portugal o el Reino Unido, y no el de Europa Central (CET), el de Berlín o Roma.</p>
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Entre la lógica geográfica y las costumbres arraigadas
</p><p>En este sentido, una de las voces autorizadas que respaldan la vuelta al huso correcto es la del economista Santiago Niño Becerra. El experto desmonta uno de los principales argumentos a favor del sistema actual al señalar que <strong>el ahorro real para las familias</strong> es prácticamente inexistente, cifrándolo en apenas unos céntimos al mes por hogar. Niño Becerra ha insistido en la incoherencia geográfica del horario español, llegando a afirmar en la red social X que «Oporto y Vigo deberían tener la misma hora», una declaración que subraya la distorsión actual.</p>
<p>Por otro lado, la propuesta del Gobierno ha encontrado un eco diverso en la sociedad española, que se muestra profundamente dividida. Mientras una parte de la ciudadanía anhela recuperar unos amaneceres más lógicos y sincronizados con la luz solar, otra se resiste a perder <strong>las largas tardes de luz</strong> que caracterizan los veranos en España. Este rasgo, casi identitario, tiene un impacto directo en el estilo de vida y en sectores económicos clave como el turismo o la hostelería, que se benefician de jornadas más prolongadas.</p>
<p>En definitiva, el debate está lejos de ser sencillo y plantea un dilema complejo. La decisión final implicará sopesar los beneficios para la salud y la coherencia geográfica frente al <strong>arraigado valor cultural y económico</strong> de las tardes estivales. La discusión, que se pretende llevar al ámbito europeo, pone de manifiesto que la gestión del tiempo es mucho más que un simple ajuste de relojes; es un reflejo de la historia, la economía y las costumbres de un país.</p>
