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El PP zanja el relevo de Mazón y aleja el congreso a 2026

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No hay sorpresas. Juan Francisco Pérez Llorca, secretario general del Partido Popular y portavoz en las Cortes, será el próximo presidente de la Generalitat Valenciana. Como estaba previsto. Confirmado ya como relevo de Carlos Mazón tras su dimisión la semana pasada por la gestión de la dana más trágica de la historia en la región. Queda algo de ruido, seguramente. La escenificación final de un pacto que, por más que pueda parecer que se tensa la cuerda, está al caer. Alberto Núñez Feijóo ha tirado de metrónomo para pilotar una transición pacífica en una región clave.

Una vez que consiguió la renuncia del todavía president, optó por ir sobre seguro. Desde el primer momento, el único nombre posible era el de Pérez Llorca. Pero si «la forma es la garantía de las cosas», había que cumplimentar cada trámite con decoro. Primero, la reglamentaria llamada a Santiago Abascal, en la que todo quedó encauzado; después, el inicio de los contactos a nivel autonómico; ayer, la designación oficial del candidato, en el plazo previsto. Y, ahora, el paso final: investidura y votación.

Entre medias, Vox pondrá sus exigencias encima de la mesa y el futuro president tendrá que acatarlas. En realidad, el PP cree que el peaje no será tan costoso, porque se centrará en cuestiones con las que están parcialmente a favor. Caso de la inmigración ilegal o el rechazo a las políticas climáticas de Bruselas. No hace mucho que Feijóo habló de «dogmatismo medioambiental», y menos aún de cuando presentó un plan migratorio que endurece, y mucho, el discurso. Aun así, hay cierta preocupación por el impacto que el acuerdo de investidura pueda tener en las primeras elecciones a la vista: las extremeñas.

Pero, como publicó ayer LA RAZÓN, los populares se curarán de que no incluir las minas que activan a la izquierda. Esto es, sobre todo, la violencia de género, que Vox niega. En los últimos días, empezaba a cundir cierto nerviosismo en las filas del partido verde, donde apremiaban al PP a comunicar de una vez quién era la persona elegida para la investidura.

Ayer, el anuncio cogió por sorpresa a Ignacio Garriga, secretario general de Vox y responsable de pilotar las negociaciones, que supo de la decisión de Feijóo mientras ofrecía una rueda de prensa. «Veremos en los próximos días las conversaciones y negociaciones que abriremos con el PP», se limitó a decir. «Si ha de comparecer o no, y qué medidas ha de defender, lo hablaremos en los próximos días». Ante la insistencia de los periodistas, zanjó: «Van a entender que nosotros hagamos gala de la prudencia negociadora, de la discreción negociadora».

El plazo termina el próximo miércoles, 19 de noviembre. No obstante, el deseo de Génova es acelerar todo lo posible la investidura, para que el pleno se celebre en cuestión de días. Los mensajes de los principales dirigentes del PP a Vox son los mismos: «Altura de miras», que no priorice los «cálculos electorales» ni el «tacticismo», que prime la estabilidad del pueblo valenciano y, sobre todo, la recuperación de las zonas afectadas por la catástrofe.

Las sensaciones son positivas. Sobre todo, porque las señales que lanza Vox no hacen prever un escenario distinto al del entendimiento. Con las consiguientes contrapartidas, sí. Pero entendimiento al fin.

Un tiempo de silencio

Una vez que la Generalitat estrene nuevo president, el PP pretende poner cierta sordina a la Comunidad Valenciana y abrir «un tiempo de silencio» en el que la gestión se sitúe en lo alto de la pirámide. Son muchas las heridas que la crisis política de la dana ha dejado en la formación y, de consumarse la investidura de Pérez Llorca, Génova habrá ganado una tregua hasta 2027 para poner orden interno.

Los movimientos de las direcciones provinciales en los días previos a la dimisión de Mazón, una suerte de toma de posiciones, de órdago a Madrid, enfadaron a Feijóo, que en ningún momento tuvo la tentación de pujar ahora por María José Catalá, alcaldesa de Valencia y predilecta en Génova para liderar la Generalitat en futuro. La intención siempre fue la de poner a un perfil de consenso y de transición, que tenga experiencia en las negociaciones con Vox, para dar continuidad a la legislatura y poder abordar con calma el verdadero reto: un congreso regional que, cuando llegue, seguramente en 2026, tendrá que lidiar con innumerables tensiones.

Por lo pronto, salvada la investidura, no habrá que tomar una decisión sobre futuribles candidaturas. He aquí un gran dilema: la cúpula nacional del partido tiene potestad para designar candidatos, pero no para poner y quitar presidentes autonómicos. Para el proceso orgánico, seguro hay un aspirante: Francisco Camps, en su nostalgia por volver, volver, volver. Con pocas opciones. Las suficientes para enredar. Todavía no está escrito qué será de Mazón, si renuncia también a la presidencia del partido, si quiere continuar hasta que se celebre el congreso. Ni Génova ni el PP valenciano dan pistas de por dónde van los tiros.

Lo único seguro es que Catalá será la cabeza de cartel en las próximas elecciones valencianas. Cuestión distinta es que logre el respaldo requerido para hacerse con el control del partido y concurrir como baronesa. Tocará hacer equilibrios, especialmente con un territorio, el de Mazón: Alicante. Pero... como se suele decir: «Cuando lleguemos a ese río, cruzaremos ese puente».

La respuesta oficial del PP es simple. «Eso, cuando toque. Ahora mismo, el primer objetivo es garantizar la estabilidad en la Comunidad Valenciana, uno de los motores económicos de nuestro país y tiene una tarea entre manos de una gran envergadura como es la reconstrucción», dijo Cuca Gamarra en estas páginas.















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