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El Tió de Nadal: el tronco que ‘caga’ regalos en Barcelona

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En una región de España, bañada por el Mediterráneo y custodiada por los Pirineos, cada 24 de diciembre, al caer la noche, se escucha con fervor en miles de hogares un cantar catalán muy peculiar que traducido al español dice así:"Caga Tió, almendras y turrón, no cagues sardinas que son muy saladas, caga turrones que están más buenos. Caga Tió, almendras y turrón, si no quieres cagar, te daré con el bastón una vez más", dijo a MILENIO.Quien escucha, por primera vez, estos versos, podría sorprenderse. Pero en Cataluña no hay Navidad sin el Tió, un tronco sonriente, con su inseparable barretina roja y arropado con una manta, que en Nochebuena “caga” regalos y dulces.MILENIO investigó sobre esta tradición que hunde sus raíces en lo más profundo de la tierra y el tiempo, y que hoy late con una fuerza extraordinaria.Del fuego purificador al tronco sonrienteLa historia del Tió se remonta a tradiciones paganas anteriores al cristianismo ligadas al solsticio de invierno y el culto al fuego.“Antiguamente se tomaba uno de los troncos de la chimenea para hacer de Tió”, explican especialistas de la Universidad Rovira i Virgili. Aquel tronco se quemaba en el hogar.“Era la manera de renovar el fuego de la casa que, a su vez, simbólicamente representaba una manera de renovar el tiempo”. “Sus cenizas se esparcían por los campos como símbolo de fertilidad y protección, un ritual mágico para alejar los males y asegurar buenas cosechas”, señala.Con el tiempo, la costumbre de quemarlo se fue perdiendo, peroel tronco navideño sobrevivió. Su transformación en el personaje entrañable que se conoce actualmente llegó en 1975, de la mano de Ferran Margarit, quien por primera vez le pintó una cara sonriente y lo vistió con una barretina (gorro tradicional catalán).Los llevó a la tradicional feria de Navidad de Barcelona, la Fira de Santa Llúcia, donde se convirtieron en un éxito instantáneo. El Tió había encontrado su semblante definitivo.La magia desde un tronco La magia comienza el 8 de diciembre, Día de la Inmaculada Concepción. El Tió llega a casa, a veces de manera misteriosa. “Fuimos al bosque y mi mamá vio algo rojo entre los árboles, entonces fui y ahí estaba. Me cerró el ojo y entonces nos lo llevamos a casa”, relata Roc, un niño de siete años de edad.Otras veces llama a la puerta: “El Tió que vino a casa, picó al timbre, le abrimos la puerta y ahora lo tenemos aquí”, explica Sofía, de la mano de su madre, Laura.A partir de ese momento, los niños lo cuidan con esmero. Lo alimentan para que crezca fuerte.“Le doy cáscaras de mandarina por la noche”, dice Roc.“Agua y mandarinas, pero yo durante el día también le doy galletas”, detalla Sofía. Lo cubren con una manta para que no pase frío.“Con mis hijos comenzamos en casa de mi suegra. Cuanto más comía más grande se hacía y más ‘cagaba’ después (mis hijos cada domingo lo veían más gordo)”, recuerda Begoña.La espera culmina la noche del 24 o la tarde del 25 de diciembre. Los niños se arman con bastones y, cantando la canción, golpean al Tió con energía para que “cague” los regalos. Es un momento de reunión familiar lleno de risas.“A mí me gustaba, más que los regalos, me gustaba el ritual”, confiesa Alex Pintanel.Con sus primos, trece en total, se juntaban en casa de los abuelos la noche de San Esteban.“Nos íbamos a una habitación, o a rezar o a cantar, y entonces lo hacíamos de mayor (edad) a menor. Más que el regalo, para mí, que era más anecdótico, me gustaba todo el ritual”.¿Tió o Reyes Magos?En España, la tradición mayoritaria gira en torno a La Cabalgata de los Reyes Magos, del 5 de enero, y los regalos de la mañana del 6. Sin embargo, en Cataluña, el Tió ha creado un espacio mágico propio que a menudo compite en el corazón de los niños.“¿Qué te gusta más, el Tió o los Reyes?”, le pregunto a Sofía.“¡Tío!”, responde sin dudar.Su madre, Laura, sorprendida lo analiza: “El Tió no se pica solo una vez, se puede picar más de una vez. El Papá Noel viene una noche y se va, los Reyes vienen una noche y se van y el Tió puede estar dos días dando regalos”.Roc coincide: “Me gusta más el Tió que los Reyes, porque al Tió lo puedes ver y estar con él, los Reyes no”.Además de que al personaje le gusta estar con ellos, eso dedujo el pequeño de siete años al confesarnos que “un año no se quería ir de casa, yo lo descubrí, porque estaba escondido en el armario de papá”.Para los más pequeños, la cercanía y el ritual diario lo hacen más tangible. Sin embargo, otras familias viven con igual intensidad ambas tradiciones. “Ellos son muy de Reyes”, dice Alex sobre sus hijos.“Les encanta, yo hasta que me fui de casa, con 20 y pico años, seguía aún, aunque sabía que no eran los Reyes, con la emoción de hacer una lista a mis padres y no saber lo que caía”.Begoña, de pequeña, prefería a los Reyes “porque los regalos eran más grandes”.Pero reconoce el valor único del Tió: “La tradición sigue porque está muy arraigada, es muy catalana, y nos hace mucha ilusión mantenerla”.La magia que resiste al desengañoSí, es “raro de cojones que un Tió te cague cosas”, como admite Alex entre risas, aunque no tiene claro cuando se dio cuenta de que no defecaba chocolates. Begoña lo recuerda: “Un día mis primas mayores me dijeron que era todo mentira y piensas: ‘claro, ¿cómo va a ser que un tronco cague regalos?’”.Pero, curiosamente, el desvelamiento del secreto no mata la tradición. “Es una tradición que resiste al 'desembarco' americano”, apunta la barcelonesa.La prueba es que perdura más allá de la inocencia infantil. “Mi hija de 18 años aún quiere seguir haciéndolo”, comenta Bego. Laura lo atribuye a que “es una tradición muy compartida, también lo hacen en el colegio. Tiene un cuento que permite vivirlo más de cerca, disfrutarlo más”. Alex observa que sus hijos, aunque sabe que Claudia, de siete años, está a punto de entender que los regalos los ponen los padres, disfruta del juego: “Les hace ilusión ver que les caga”.Hoy, el Tió de Nadal es mucho más que un tronco. Es un nexo entre generaciones, un ritual que transforma un objeto simple en un compañero mágico y un canto a la fantasía compartida. Como resume Laura, “es una tradición muy bonita”. Y esa belleza, tejida con cuidado, canciones, golpes y risas, es la que asegura que, cada diciembre, el Tió siga llegando a los hogares catalanes para encender, una vez más, la chispa de la ilusión.Una tradición tan viva que no importa la edad; todos, en el fondo, quieren creer en la magia que nace de un tronco con ganas de cagar.MD














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