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Una vida entre minas: de Afganistán al Sáhara Occidental

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Abc.es 
«En México, los grupos narcoterroristas ya están empleando lo que ellos llaman narcominas, artefactos improvisados, tanto contra las fuerzas de seguridad como contra los militares. También recurren ya a los drones y sabemos que algunos voluntarios, de los cárteles de Sinaloa y Jalisco, se alistan en la legión extranjera de Ucrania para aprender a usar explosivos y adquirir experiencia en combate . Todo ese conocimiento, si sobreviven, se lo llevan de vuelta». Es lo que apunta el exmilitar Jordi Martell , técnico en reconocimiento de explosivos (EOR) que, hace unas semanas, junto al tedax de la Policía Nacional ya jubilado José Murria , estableció un convenio de colaboración con la Confederación Mexicana del Blindaje -que agrupa a fabricantes de vehículos, chalecos o cascos, entre otros- para formarles ante eventuales amenazas. La intención de Martell y Murria es emplear sus conocimientos para impartir formación sobre explosivos y así recabar fondos para ayudar a desminar el Sáhara Occidental -una de las diez zonas más minadas del mundo-. Ambos se encuentran ultimando los trámites para inscribir su asociación, Asadesa, en el registro de la Generalitat de Cataluña, y poder así volver a desplazarse, como ya hicieron el año pasado, a los campos de refugiados a impartir formación a los locales. Lo hacen con ayuda de un tercero, Francisco, en su caso, técnico sanitario. La idea partió de Jordi. Hace dos décadas, con 18 años, entró en el Ejército. «Soy un poquito inquieto», confiesa entre risas. Escogió la rama de ingenieros y fue destinado a Zaragoza, al Regimiento de Potoneros (RPEI 12). «Allí estuve en zapadores», cuenta; aquellos especializados en la construcción de puentes, pero también en desminado y apoyo a la movilidad de la tropas. Su labor es vital para facilitar su avance -y entorpecer el del enemigo-. «Hablamos de 2005, estábamos [las tropas españolas] desplegados en Irak y Afganistán, tras los atentados del 11S . Como en terreno estaba todo infestado de explosivos [bombas trampa de los talibanes; en aquella época, mayor causa de muerte para civiles y soldados], se creó la figura del EOR», detalla. Martell hizo el curso en 2007 y, dos años más tarde, se fue «a zona». En su caso, Afganistán. Fue una posibilidad que tuvo clara desde que comenzó su formación. «Otras compañías o no tenían desactivadores o no daban abasto, entonces nosotros proporcionábamos ese apoyo técnico», recuerda ahora. Pasó cuatro meses en Qala-i-Naw -donde se desplegó el Ejército español, liderando el equipo de reconstrucción provincial, que culminó con el traspaso de la base a las fuerzas afganas en 2013-. «Había una problemática tan grande de artefactos explosivos, que no podía salir ningún convoy ni despegar o aterrizar ningún avión en el aeropuerto que estaba fuera de nuestra base» sin realizar un reconocimiento previo del terreno. «Eramos dos EOR [técnicos de reconocimiento] y dos desactivadores. Nos 'empotraban' con operaciones especiales (MOE), para ir en el primer vehículo, el pisaminas , y el otro compañero iba en el segundo o en el tercero. Entonces, cuando había un punto vulnerable, de cruce de caminos, a o un puente, donde artefactos ya habían sido detonados con éxito, teníamos que salir, tomar cotas, y hacer un reconocimiento de esa ruta, y buscar el artefacto si es que lo había ». Entonces Jordi tenía 23 años. No llegó a topar con ningún artefacto, pero sí con algún «remanente de guerra ». «Con información del CNI y de la Guardia Civil, también se detectaron transportes de explosivos caseros», explica, ya que durante el despliegue las tropas también realizaron controles de carretera, con registro de vehículos. Fue una experiencia dura, admite, que ya no repitió y, en 2012, se pasó «a la vida civil». «Justo después de marcharme, murió uno de mis sargentos, el sargento [David Fernández] Ureña », cuando desactivaba un artefacto casero improvisado. Martell se enfocó entonces a la prevención y la seguridad, y se pasó al campo de la docencia en el que aún continúa, pero sin abandonar una de sus especialidades: el desminado . Ese espíritu «inquieto» que lo define, le llevó a contactar, antes de pandemia, con la oficina saharaui de coordinación de la acción contra las minas (Smaco, por sus siglas en inglés). «Me ofrecieron la oportunidad de hacer una pequeña formación online, que hice, y luego decidí desplazarme allí, a los campos de refugiados, con Fran [el sanitario] y José [Murria, tedax jubilado], que fue mi profesor», explica. Fue así como compartieron sus conocimientos sobre desminado, para que la población pueda retirar estos explosivos enterrados, corriendo el menor riesgo posible. Limpiando el terreno de artefactos o munición sin explosionar, para, en muchas ocasiones, volver a hacer habitable una zona. Como las de pastoreo, para que puedan entrar los rebaños, o facilitando el acceso a pozos de agua. Según las estimaciones de la propia Smaco, serían unos siete millones los artefactos distribuidos en la barrera de arena que conforma el muro que separa el Sáhara Occidental , ocupado por Marruecos, de los territorios liberados por el Frente Polisario; siendo así una de las diez zonas más minadas del mundo, según la ONU. «Quizá por un sentimiento de deuda como español», concede Martell, se aventuró a ofrecer sus conocimientos a los saharauis, y celebra que lo acogiesen con los brazos abiertos en una estancia de diez días. La intención, cuando la asociación ya sea una realidad, y consigan financiación suficiente, es volver a los campamentos este 2026. Mientras tanto, además de su actividad como docente en prevención y seguridad, Martell no ha abandonado el trabajo en terreno. Algo que hace «de forma puntual». « Descontaminación de suelos; limpiezas de áreas de batalla, donde se supone que hay vestigios de la Segunda Guerra Mundial o de la Guerra Civil . Aquí en España, nos dedicamos a 'limpiar' zonas donde se va a construir, o donde se ha localizado algún tipo de proyectil, o en zonas militares, nos contrata la propia OTAN y, como civiles nos encargamos de hacerlo en campos de maniobras», detalla. La tarea consiste en «sacar toda la chatarra, y aquellos artefactos que sigan 'vivos', señalizarlos, marcarlos, identificarlos y reportarlos al Ejército para que ellos se encarguen de la desactivación». Un trabajo que le ha llevado incluso a Jordania, bajo el mando de otro militar ya retirado, en este caso, de Infantería de Marina que, tras colgar el uniforme, fundó en Jerez de la Frontera su empresa especializada en la también llamada desmilitarización . Otro de sus objetivos es extender su conocimiento sobre explosivos, acompañado por Murria, a los vigilantes de seguridad privada, así como a escoltas. «Hay muchas carencias», constata, cuando los vigilantes suelen ser los primeros en intervenir, hasta la llegada de las fuerzas y cuerpos de seguridad, en un posible incidente crítico, por ejemplo, en una estación de tren o metro. «Los intervinientes más inmediatos», recalca Martell. Su proyecto, el de alumbrar la asociación Asadesa, encara los últimos trámites. «La hemos creado para autofinanciarnos y volver al Sáhara». En ello están.














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