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«Soldador de día y humorista de noche»

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Ángel García Mesa nació en Manacas, provincia de Villa Clara, en 1953. De origen campesino, siempre se interesó por el humor y participó como aficionado en múltiples fiestas y eventos culturales de su zona.

Luego de una audición a finales de los años 80, comienza a trabajar en el cabaret Cubanacán, de Santa Clara. Por esos años se integra al dúo Los Píos, y se convirtió en un nombre reconocido en el circuito humorístico santaclareño. 

Este logro le abrió las puertas a los destacados centros nocturnos de la ciudad y municipios vecinos. 

En 1991 viajan a La Habana en busca de nuevos horizontes. Luego de un tiempo presentándose como dúo, finalmente Ángel García comienza una carrera en solitario apoyándose principalmente en sus personajes de la Pía y Antolín el Pichón, que el reconocido escritor y guionista Alberto Luberta bautizara en el portal de la emisora Radio Progreso, según narra la historia.

Su insistente trabajo y simpatía lo llevó a la televisión en programas como En la viva, Sabadazo, Palmas y cañas… 

El espacio No quiero llanto, el cual protagonizó en varias temporadas, fue el colofón de una ascendente carrera en la que se ganó el cariño y el aprecio de todo el pueblo.

El carisma y la cubanía de su personaje Antolín el Pichón lo ubican entre los grandes hacedores del género en Cuba.

En 2007 recibió la Distinción por la Cultura Nacional. Actualmente vive en Estados Unidos donde mantiene el trabajo con sus personajes.

 

(Fragmentos de la entrevista realizada a Ángel García en 2014 para el proyecto de la serie audiovisual Vivir y morir de la risa).

 

—¿Cómo se convierte Ángel García en Antolín el Pichón?

—Yo desde chiquito era muy bruto. En la escuela repetí como tres veces 5to. grado. Llegué a ser el pionero más viejo de Villa Clara, y no es mentira. Siempre me gustó hacer chistes y cuando finalmente terminé el pre, que pasé el servicio militar, hice algunas presentaciones muy simples en los eventos culturales del barrio, las fiestas del pueblo, el Día del manaquense ausente… 

«En una ocasión, el actor Luis Alberto Ramírez, que entonces protagonizaba la telenovela El hombre que vino con la lluvia, me dijo que yo tenía fibra para el humor. Quizá eso me motivó a tomar más en serio mi afición y a partir de ahí, por las noches, hacía mis rutinas en cuanto lugar me invitaran.

«Pasó el tiempo, y en una actividad del periódico Vanguardia, Pedro de la Hoz, que era periodista de allí, me presentó a un director artístico que me convocó a una audición en el Centro Provincial de la Música en la que estaba presente Chaflán —Argelio García Rodríguez—, ¡tremendo humorista cubano!

«En aquel momento yo solo hacía el personaje de la Pía. También se usaba mucho la fonomímica, doblando a los cantantes famosos: Camilo Sexto, Roberto Carlos, José José… Al terminar la audición le pregunté a Chaflán y me dijo que no necesitaba llenar al personaje de la Pía de tantas gangarrias, que el fuerte del personaje estaba en la voz, que me salía muy natural. Finalmente quedé contratado por aquella institución musical y pasé a ser soldador por la mañana y humorista todas las noches, de martes a domingo, por 136 pesos.

«Ya era un artista profesional. Comencé a leer libros sobre la preparación actoral y otros temas relacionados con el humor. Nunca terminé ninguno de esos textos, pero sí me tomé muy en serio mi trabajo. Un tiempo después vine a probar suerte a La Habana y fui contratado para trabajar en el show del hotel Capri. Además de la Pía, hacía otro personaje que había creado Alberto Luberta: Antolín el Pichón. Alberto me dijo que si quería hacer ese guajiro tenía que ser diferente a los que ya se conocían como el Melecio de Reinaldo Miravalles. 

«Incorporé el personaje a mi repertorio, pero solo lo hacía cinco minutos, la mayor parte de mi presentación encarnaba a la Pía. En una gira nacional del dúo Los Píos, que hacía con Marcos Medina, el director de televisión Pedraza Ginoris fue al camerino y me dijo que el personaje realmente bueno era el guajiro, que con el tiempo la Pía se convertiría en un comodín de Antolín y así fue. Con Pedraza me presenté en la tele, en el programa En la viva. El personaje comenzó a tomar fuerza y descubrí que a quien yo imitaba era a mi padre. Antolín es mi papá».

—¿Cómo fue ese momento en que confrontas el Antolín que traías de Manacas con lo que se hacía de humor en esos  años en La Habana?

—Aunque había espacio para todo fue difícil porque venía con fuerza un humor intelectual bueno, pero también había humor intelectual malo. Entre lo mejor había grupos como La Seña del Humor de Matanzas, Nos y otros, La leña del Humor de Santa Clara, Salamanca, que estaba pegado… y eso fue lo que me interesó. Quizá yo me pude colar porque mi humor, el de mis personajes, era muy cubano, muy natural, sin vulgaridades, no era chabacano y por eso el movimiento de humor joven me fue aceptando.

«Antolín y la Pía eran personajes frescos, con lenguaje popular. Yo nunca intenté hacerlos muy elaborados ni insertarles chistes intelectuales porque yo no me considero un intelectual, no me iba a quedar bien, se vería forzado... no iba a ser yo. Quizá por la transparencia, por la pureza de ese humor que es parecido al de Chaflán o Enrique Arredondo, que viene del vernáculo, me pude colar en La Habana. 

«En aquel momento había mucho y buen humor, y todo era diferente; no como ahora que gran parte de los humoristas hacen lo mismo. Con mucho respeto, es lo que yo pienso. También la televisión me ayudó con programas como En la viva o Sabadazo».

—Creo que Sabadazo fue un programa importante para ti donde te relacionaste con lo mejor del movimiento de humoristas. ¿Piensas que fue importante ese intercambio?

—Fue muy importante. Yo venía de los cabarés del interior del país donde se hacían cosas regulares y cosas horribles. Cuando comencé a trabajar con ellos me dije que tenía que seguir haciendo lo mismo, pero tenía que tratar de hacer cosas menos cursis, menos banales. El trabajo de ellos me obligaba porque tenía al lado a un ingeniero, un graduado del ISA, otro de Artes y Letras… y sabes que tienes que hacerlo bien. Importante fue además el nivel de amistad y colaboración que existía.

«Luego vino la fundación del Centro Promotor del Humor y ahí sí no podías inventar porque te obligaban a superarte, a mostrar buenos guiones. El Centro exige disciplina. No es una empresa donde llegas, marcas la tarjeta y ya. Tu trabajo tiene que corresponder con las exigencias de esa institución».















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