Los biodigestores, una tecnología altamente necesaria de salud pública
Hablar de agua en México suele centrarse en la escasez, pero rara vez se coloca en el centro el saneamiento. Desde mi experiencia en proyectos de tratamiento y reúso, el mayor rezago no se encuentra en la disponibilidad del recurso, sino en lo que ocurre después de su uso. En amplias zonas rurales y periurbanas, el agua residual doméstica no recibe tratamiento alguno, lo que genera impactos directos en salud pública, dignidad y desarrollo.
En México solo el 46.7 por ciento de las aguas residuales son realmente tratadas, mientras que el resto termina en suelos, ríos y mantos freáticos sin control, lo que expone a millones de personas a riesgos sanitarios cotidianos. Detrás de esa cifra existen comunidades donde el drenaje no llega, donde las fosas sépticas colapsan o donde simplemente no existe infraestructura. Esta realidad no responde a falta de tecnología, sino a un modelo que históricamente dejó fuera a los territorios con menor capacidad de inversión.
La ausencia de tratamiento incide en enfermedades gastrointestinales, parasitarias y dermatológicas, afecta la calidad del agua para consumo humano y limita oportunidades productivas. El saneamiento deficiente reproduce desigualdades, ya que las poblaciones con menor ingreso suelen vivir más cerca de descargas sin control y carecen de alternativas para proteger su salud.
Frente a este escenario, los biodigestores surgen como una solución concreta, probada y de impacto inmediato. No se trata de una innovación experimental, sino de una tecnología con décadas de aplicación en distintos países y contextos.
Un biodigestor permite tratar aguas residuales domésticas en el sitio, sin necesidad de redes complejas ni consumo eléctrico constante. Su operación responde a principios biológicos simples y confiables, lo que lo convierte en una alternativa viable para comunidades dispersas o de difícil acceso.
Un biodigestor reduce la carga contaminante del agua residual, disminuye olores, evita infiltraciones nocivas y mejora las condiciones sanitarias del entorno inmediato. Además, genera lodos estabilizados que pueden manejarse de forma segura. Este impacto no depende de grandes presupuestos ni de obras prolongadas. La solución se instala, entra en operación y comienza a generar beneficios desde el primer día.
Desde Rotoplas, creemos que cuando una comunidad accede a saneamiento básico, mejora su salud, su entorno y su relación con el agua. El biodigestor actúa como un instrumento de justicia sanitaria, ya que lleva tratamiento donde antes no existía ninguna alternativa. No sustituye a los sistemas centralizados en zonas urbanas, pero sí resuelve un vacío histórico en miles de localidades.
El saneamiento descentralizado debe ocupar un lugar prioritario en la política pública y en los esquemas de inversión social. Apostar por biodigestores significa reconocer que la salud pública también se construye desde soluciones locales, adaptadas a la realidad de cada comunidad. La infraestructura no siempre requiere kilómetros de tubería; a veces requiere decisiones que acerquen la tecnología a quienes más la necesitan.
Cada año sin tratamiento aumenta los costos sociales y ambientales. Los biodigestores ofrecen una respuesta inmediata, escalable y digna. Incorporarlos de forma sistemática en zonas rurales y periurbanas representa un paso concreto hacia un país más justo, donde el acceso a un entorno sanitario seguro no dependa del código postal, sino del reconocimiento del derecho humano al agua y al saneamiento.
* El autor es director de Rotoplas Servicios de Agua.
