La historia de OpenAI: lo que ChatGPT no te cuenta sobre su empresa matriz

El mayor modelo de lenguaje creado, GPT-3, ha disparado los debates sobre cómo la inteligencia artificial (IA) transformará a muchas industrias y hasta cómo puede moldear a la sociedad del futuro. Pero lo que no se ha contado tanto es cómo esta IA ha cambiado la historia de la compañía que la ha creado. OpenAI, que nació sin ánimo de lucro, ya proyecta 1.000 millones de dólares en ingresos para 2024. 

Aunque distintos tipos de inteligencia artificial están presentes en el uso diario de millones de personas, como las sugerencias al escribir e-mails o los asistentes de voz, ChatGPT ha puesto por primera vez al alcance de millones de personas la posibilidad de interactuar directamente con uno de los modelos de inteligencia artificial más avanzado que existe. 

Tras la interfaz de un chat escrito, habla uno de los mayores modelos de lenguaje natural: GPT-3, que con ChatGPT está finamente optimizado para que todo lo que diga suene creíble a un humano. 

Solo en los primeros cinco días, esta IA llegó a hablar con un millón de personas. Su viralidad ha hecho que el nombre de su empresa matriz, OpenAI, y el de su director ejecutivo, Sam Altman, no dejen de multiplicarse en titulares, varias semanas después. El tirón ha sido aprovechado por la empresa, que está valorada en 20.000 millones de dólares. En su mensaje a inversores han dicho que esperan conseguir 200 millones de dólares en ingresos este año. Sin dudas será interesante ver cómo hará OpenAI, creada como una organización sin fines de lucro bajo la promesa de construir una IA segura para la humanidad, para alinear este objetivo con el de sus inversores. 

OpenAI y la historia de una organización sin fines de lucro

Pese a su corta existencia, OpenAI es uno de los laboratorios pioneros en inteligencia artificial a nivel mundial. Ha conseguido hacerse un nombre en un campo solo dominado por pesos pesados, como Google, que después de crear AlphaGo, logró desarrollar un modelo que hace predicciones para las 200 millones de proteínas que existen.

OpenAI fue fundada en 2015 como una organización sin fines de lucro. Nació de una preocupación de mentes precursoras en el campo de la IA en Estados Unidos, que conociendo los sesgos y riesgos que implica una inteligencia artificial general (o IAG), querían asegurarse de que tal tecnología se desarrolle de forma segura y que sus beneficios se distribuyan equitativamente para toda la sociedad. 

Elon Musk fue uno de ellos. El magnate, aun a favor de la inteligencia artificial, siempre ha manifestado su temor a robots cuya inteligencia supere a la de los seres humanos, y cree que la IA es la mayor amenaza para la humanidad. 

Después de una cena junto a Sam Altman (entonces director de Y Combinator) e Ilya Sutskever, hablaron con un grupo de expertos y tecnólogos que compartían esta idea, para juntar apoyos en el proyecto de hacer un laboratorio dedicado a desarrollar IA con fines benéficos. Entre ellos estaban Greg Brockman (ex Stripe), Wojciech Zaremba, John Schulman; donantes como Peter Thiel (cofundador de PayPal y Palantir), Reid Hoffman (cofundador de Linkedin) y empresas como Amazon e Infosys. 

Una buena causa para seducir talentos 

Lograron reunir 1.000 millones de dólares y convocaron a los mejores talentos en el ámbito de la IA en el mundo. Musk y Altman pensaban que la mejor forma de evitar que la IA se hiciera maligna en un futuro no consistía en restringir el acceso a la inteligencia artificial, sino en expandirlo. 

Los principios de OpenAI están recogidos en un acta colgada en su web, un documento sagrado que citan en cada entrevista y confían en que les guíe “para actuar en el mejor interés de la humanidad”. En ella se comprometen a usar cualquier influencia que pudieran obtener de la creación de una IAG en beneficio de todos, y evitar usos de la inteligencia artificial que puedan dañar a la humanidad o concentrar poder indebidamente. 

Con la idea de que están construyendo algo que aún no saben cómo será ni cuándo llegará y que lo mejor es confiar en las mejores mentes de todo el mundo para conseguir el objetivo, esta misión fue parte de lo que atrajo a un equipo de científicos e ingenieros jóvenes idealistas y talentosos.

Contratarlos no era algo menor. Pocas empresas se dedican a la investigación en IA a este nivel. Google, que compró DeepMind por más de 500 millones, también está enfocada en la apuesta por la inteligencia artificial de propósito general. La escasez de puestos especializados en IA hace que los pocos expertos en esta área sean captados por grandes tecnológicas, como Google o Meta, que ofrecen salarios altos. El coste de un investigador top en inteligencia artificial ya había eclipsado al de un quarterback de la Liga Nacional de Fútbol Americano en 2014, según el vicepresidente de Microsoft Research, Peter Lee. 

Uno de sus fundadores, Ilya Sutskever, trabajaba en Deep Learning entonces en Google Brain, un gran proyecto para crear sistemas artificialmente inteligentes que pueden aprender a realizar tareas analizando cantidades ingentes de datos digitales, y dejó lo que era una carrera prometedora para unirse a OpenAI como director. Su sueldo en 2016 era de 1,9 millones de dólares. 

Un artículo del New York Times advertía de que la remuneración de los científicos de OpenAI estaba siendo posiblemente subestimada, ya que como organización sin ánimo de lucro no podía ofrecer acciones. Estos sueldos fueron conocidos gracias a las cifras que figuran en los formularios fiscales, que organizaciones de este tipo están obligadas a publicar. 

Elon se va de OpenAI, llegan GPT-2, GPT-3 y DALL-E

El laboratorio pasó unos años sin dar noticias hasta que en febrero de 2018 Elon Musk renunció a su puesto en el consejo de administración. Dos de sus empresas (Tesla y Neuralink) usaban IA en sus productos, lo que constituía un posible conflicto de interés. Musk continuó siendo donante. 

Fue un año más tarde cuando OpenAI saltó a la fama al presentar GPT-2, un modelo de lenguaje muy avanzado, capaz de generar párrafos enteros en un mismo estilo partiendo solo de una frase. Algunas demostraciones de GPT-2 revelaron el dominio del lenguaje al que había llegado. La compañía publicó una demo limitada, y no lo abrió a revisión por riesgo de que pudiera ser utilizado con fines maliciosos.  

La evolución del modelo llegaría en 2020 con GPT-3, que tiene una capacidad de 175.000 millones de parámetros de aprendizaje automatizado. Este modelo, capaz de generar discursos más precisos y resumir párrafos en pocas palabras, genera textos con una calidad que los hace indistinguibles de los producidos por humanos. 

A diferencia de GPT-2, no fue puesto a disposición pública. Para GPT-3, OpenAI optó por una distribución comercial, donde los desarrolladores pueden comprar el acceso a través de una interfaz de programación de aplicaciones o API. 

Unas ilustraciones curiosas de aguacates convertidos en sillas fueron en enero de 2021 la presentación de DALL-E, un modelo que combina procesamiento del lenguaje natural con reconocimiento de imágenes. El resultado es una IA que puede poner en imágenes lo que le describimos con palabras, de forma creativa. Mientras que otros modelos similares de la competencia como Midjourney y Stable Diffusion estaban abiertos al público desde el comienzo, OpenAI mantuvo una lista de espera para dar acceso, que finalmente se abrió con DALL-E 2 un año después. 

Una empresa con fines de lucro bajo una matriz que no los tiene

La otra cara del éxito de OpenAI eran los costes, que se habían disparado. En este tipo de investigación hablamos de muchos millones dedicados a la potencia de cálculo y el almacenamiento de datos necesarios para entrenar y ejecutar algoritmos, además de los salarios de los científicos. DeepMind, el laboratorio de Google, consumió 442 millones de dólares solo en un año, 2017.

Los directivos de OpenAI consideraron que aquellos 1.000 millones de dólares iniciales no serían suficientes para competir con Google o Meta después de todo, y en marzo de 2019 anunciaron una particular reestructuración para ir hacia un modelo de “beneficios máximos” (capped-profit). 

Crearon un nuevo vehículo de inversión que consistía en la transición hacia una empresa llamada OpenAI LP que, esta sí, tenía fines de lucro. Era una forma de poder conseguir inversiones para la potencia computacional y el personal necesarios para dirigir el destino de la IA. 

Así los beneficios de cualquier inversión en OpenAI LP pasan a una sociedad sin ánimo de lucro que los repartirá como considere oportuno. No todos, sino los que superen una rentabilidad 100 veces superior. Un ejemplo: invirtiendo 10 millones de dólares, el límite de beneficio no entraría en juego hasta que esos 10 millones hubieran generado 1.000 millones de dólares en beneficios. Unos límites ciertamente laxos, como muchos observaron. 

Sutskever y la mayoría de los empleados pasaron a trabajar para esta compañía, de la que Altman se convirtió en el CEO, tras haber dejado su puesto de presidente en Y Combinator. La entidad OpenAI sin ánimo de lucro original permanece como una especie de supervisor para mantener la misión de la nueva empresa.

La inversión de Microsoft 

Dos meses después de la reestructuración, preguntaron a Altman cómo haría dinero OpenAI, y respondió: “Honestamente, no tengo idea. Nunca hemos hecho dinero, no tenemos planes para hacerlo. No tenemos idea de cómo podríamos hacerlo algún día”. 

Sin embargo, esto no pareció acobardar a los inversores. Microsoft hizo la que hoy muchos consideran una de sus mejores apuestas y en julio de 2019 invirtió mil millones de dólares en la empresa dirigida por Altman. 

Lo que OpenAI no anunció en ese momento y hoy sabemos es que esta inversión se dividía entre dinero en efectivo y créditos a Azure, la plataforma de computación en la nube de Microsoft. 

El acuerdo incluye la adaptación de los servicios de OpenAI para que se ejecuten en Azure, la participación de OpenAI en la construcción de las tecnologías de IA de Azure y que Microsoft se convierta en socio preferente de OpenAI para la comercialización de las nuevas tecnologías de inteligencia artificial. 

Microsoft ofrece acceso a sus clientes a modelos de GPT-3 integrados en sus propios productos, como por ejemplo, un asistente que ayuda a usuarios sin conocimientos de programación a traducir comandos de texto en fórmulas de programación para crear aplicaciones, y ofrece soluciones con DALL-E para clientes con equipos de artistas y diseñadores. 

Dónde está el open de OpenAI

GitHub, filial de Microsoft, y OpenAI también han presentado Copilot, una herramienta que utiliza un nuevo modelo basado en GPT-3 llamado Codex, que ayuda a los desarrolladores de software a escribir código. El anuncio de Copilot fue recibido con críticas porque se había utilizado código abierto de los repositorios públicos de GitHub para entrenar la AI, sin aviso previo a los creadores.  

La preocupación venía desde antes. Tras la inversión de Microsoft y el nuevo perfil de la empresa muchos habían empezado a dudar de la transparencia y la parte open de OpenAI, incluido Elon Musk. Se descubrió que los empleados no estaban autorizados a compartir sus investigaciones ni a dar entrevistas a la prensa. 

Cuando lanzaron GPT-2, en OpenAI dijeron estar muy alarmados por la posible peligrosidad del modelo y decidieron no abrirlo a revisión, publicando solo una versión más pequeña y un informe técnico. La decisión levantó críticas entre la comunidad científica que hablaba de censura en el campo de los algoritmos, consideraba que lo que OpenAI estaba haciendo era todo lo contrario de abierto, y el mismo anuncio de los riesgos no era más que un truco publicitario. 

Cómo ganar dinero con IA en beneficio de la humanidad

Muchos se preguntan cuáles son las intenciones reales de OpenAI en estos momentos. La presión por hacer dinero ha aumentado drásticamente y Altman ha dejado esto claro en varios mensajes internos: OpenAI necesita dinero para hacer investigación en IA, y no al revés. 

Karen Hao analiza el punto en un largo reportaje para MIT Technology Review y explica que la decisión estratégica de alcanzar la IAG antes que nadie le obliga a tomar decisiones que parecen alejarse cada vez más de su intención original. “En su afán por atraer financiación y talento, recurre a la publicidad, protege su investigación con la esperanza de mantener la ventaja y persigue una estrategia computacionalmente pesada, no porque se considere el único camino hacia la IAG, sino porque parece el más rápido”. 

Otra cuestión no menor, como la de la diversidad, es crítica para una organización que planea “distribuir los beneficios” de la IAG “hacia toda la humanidad”. La única mujer entre los fundadores de OpenAI es Jessica Livingston (ex Y Combinator), y entre los empleados de OpenAI sOlo hay un 25% de mujeres o personas no binarias. 

Claro que si lo comparamos con los hombres que fundaron la IA como disciplina académica en 1956 hay un avance (si podemos llamar así a algo que sucede 66 años más tarde): en aquella conferencia no había ninguna mujer.