Ser del Sevilla
Ser del Sevilla es levantarte un domingo de derbi muy temprano, consciente de que el día puede ser feliz, pero acabar dolorosamente. Vestirte de chándal o de camisa, y salir a la calle y, sin saber por qué, sonreír. Ser del Sevilla es llegar a la cafetería y saludar a la parroquia, intentando identificar entre los clientes a los que van con tu equipo o con el otro equipo de la ciudad. Permitirte el capricho de la entera con jamón es ser del Sevilla, porque hay un gusano juguetón que anda saltándote en la tripa y que te dice que hoy hay que disfrutar. Ser del Sevilla es saber que lo mejor del derbi son las horas previas al derbi, la expectativa, y a mediodía ya te esperan en el bar de siempre. Ser del Sevilla es convidar a la primera cerveza nada más llegar, y en la convidada entran también, cómo no, los amigos béticos. Salvo el de siempre, todos te caen bien, y ser del Sevilla implica tener muy afilada la cuchillería, porque enseguida empezarán las pullas. En lo más íntimo, sabes que hay una contra la que no puedes hacer nada, el puñetero Isco y el modo en que dejamos marchar a tamaño jugador. Pero jamás lo reconocerás, y mucho menos al de siempre, que pertenece a la categoría de los béticos malajes, esa especie cargante con la que te ves obligado a convivir pero que en días de derbi puede resultar insoportable. A la hora de la comida, el gusano juguetón se ha convertido en una enorme solitaria, un anfibio descomunal que es difícil mantener quieto. En la sobremesa, ser del Sevilla es tomarte el gintonic o el café echando un vistazo a las redes sociales, esperando que salgan las alineaciones. Los domingos eres muy de siesta, pero ser del Sevilla es saber que la puñetera solitaria no te dejará pegar ojo. Si lo intentas, como una pesadilla, verás desfilar por tu cabeza la coleta de Isco, o la barba de Fekir, cuando en realidad lo que quisieras es ver a En-Nesyri saltando sobre el cielo del Benito Villamarín para cabecear el gol del triunfo. A las ocho de la tarde, la fase plácida del día se habrá evaporado. Porque ser del Sevilla es sentir que la solitaria ha hecho estropicios en tu intestino, y tienes que entrar al baño, otra vez, sí o sí. Con la radio de fondo vas cortando el fuet y el queso, preparando el tapeo, como si dominaras la situación, como si no fuera el derbi el que en realidad te domina a ti. Ser del Sevilla, en la media hora antes de que el árbitro pite el inicio del encuentro, es convertirte en un ser antipático, el más antipático del planeta Tierra según tu mujer. Ser del Sevilla es enfrentarte a un nuevo derbi con yuyu, con más terror que una película de zombis, Freddie Kruger y Jasón y la niña del Exorcista todos juntos, ahí, en la tele, en el estadio verde lleno de criaturas verdes. Mira que te gusta el verde, todos los días del año, salvo cuando hay derbi. Pero ser del Sevilla es asumir que, otra vez, el derbi será un pestiño, un aburrimiento, un peñazo. Te cabrearás con la tele, gritarás como un energúmeno, cuando Isco marque el primer gol y se señale el escudo, pero aún gritarás más, de puro éxtasis, cuando en el segundo tiempo Kike Salas se transforme en En-Nesyri para marcar de cabeza en un córner. Ser del Sevilla es dar por bueno el empate, teniendo en cuenta el papelón del equipo en esta temporada, y acostarte incluso contento. Hoy, lunes, no habrá cambiado nada: las mismas deudas, el mismo tráfico, las mismas caras de perro en la oficina. Muy pocos entenderán tu alegría. Para eso tendrían que ser del Sevilla.