La Rambla ya no puede esperar más

Hace unos días, en una tertulia, nos preguntábamos en qué momento Las Ramblas de Barcelona perdieron su esencia para pasar a denominarse simplemente La Rambla. Se ha convertido en un río de turistas que con su paso han dejado en el olvido cada uno de sus tramos. De los capuchinos, las flores o los estudiantes solo permanecen como testimonio vivo un puñado de floristas. En esa arteria urbana que arranca cerca del mar y que tanto singulariza Barcelona, donde los cafés fueron lugar de encuentro de escritores, y los teatros, la cuna de famosos artistas, resulta difícil encontrar algún resquicio de historia.

Solo el Teatro del Liceu mantiene vivo el recuerdo de lo que fue. Los pintores y bohemios han cedido el testigo a estatuas humanas y retratistas, y de su comercio emblemático solo queda un vago recuerdo en sus fachadas. El resto, ha desaparecido entre establecimientos de souvenires, comida rápida y locutorios.

La Rambla lleva años pidiendo a gritos una reforma. Un proyecto de transformación urbana que, de hacerse bien, haría pasar a la historia a cualquier alcalde avezado capaz de asumir el reto de transformarla para que los barceloneses volvamos a ramblear. Los pocos vecinos que aún quedan y los comerciantes han reclamado a tres alcaldes diferentes la firme decisión de recuperar el paseo.

Ha llegado la hora de tomar una decisión valiente que ensanche sus calzadas, reduzca el tráfico, ordene sus terrazas, mejore la iluminación y la convierta en un paseo seguro que dedique algún rincón al recuerdo de los que allí murieron un caluroso y triste 17 de agosto. Queremos que vuelvan a ella los vecinos, tropezar con los caballetes de los pintores y los artistas y que los paradistas de la Boquería recuperen el trato familiar con sus clientes. Queremos que la Rambla vuelva a ser el paseo de los barceloneses para llegar hasta el mar porque ya no puede esperar más.