Todos somos Tamara
Tamara ha roto su compromiso por un ataque de cuernos, por una traición a la debida confianza y lealtad que conlleva el amor y España se pone de su lado como si fuese un poco hija de todos, el lado débil de una historia en la que se ha revelado como una mujer fuerte. España se pone de su lado como si no supiese, no sintiese, que todos somos un poco Tamara, sobre todo cuando cada cuatro años nos toca pasar por las urnas atraídos por las promesas y los cantos de sirena de seductores profesionales que adquieren un compromiso con cada ciudadano que debería ser sagrado pero nunca cumplen. Vivimos esa calma chicha que precede a las elecciones, esa calma que nos mete de lleno en una nueva campaña que aún no está marcada en el calendario pero es ya total de facto. Sólo hay que ver los movimientos de cada partido. Los candidatos ya buscan a quién echarle el guante, a quién ponerle el anillo. Y los ciudadanos, que deberíamos estar ya descreídos de todo, que deberíamos ser Tamaras escarmentadas, nos dejaremos seducir. Nos volveremos a ilusionar, acudiremos a votar con la ilusión de poder cambiar las cosas, con la convicción de que ejerciendo nuestro derecho ciudadano asentimos a ese compromiso, esa lucha por la tierra, por nuestra gente, por el futuro, con la que se desgastan en campaña. España se vuelca con Tamara sin saber que todos somos Tamaras de la vida. Tamaras a las que Pedro Sánchez prometía que jamás pactaría con bildus y demás morralla que hoy se sienta en el Gobierno; Tamaras que le otorgaron a Igea la llave para cambiar el gobierno de Castilla y León porque jamás pactaría con Alfonso Fernández Mañueco y lo hizo presidente a la vuelta de la esquina, dejando a Luis Tudanca en el banquillo, con mayoría, compuesto y sin novia. Casos hay para empapelar una habitación a columnas. Somos Tamaras de memoria frágil que una y otra vez regresamos al redil sabiendo que nos van a poner los cuernos en un santiamén, que una cosa son las promesas y otras los pactos, donde venden su alma al diablo si es preciso, todo por el poder. Tamaras que queremos creer en el amor porque solo el amor nos salva, y nos quedamos como náufragos en tierra de nadie cuando nos estrellamos con la cruda realidad. Al menos la Tamara de verdad ha podido mandar a freír monas al impostor. Nosotros, nosotras, nosotres, Tamaras del mundo, nos los comemos con patatas cuatro años en la poltrona sin decir ni mú, por mucho que nos piquen los cuernos en la testa.