El filandón
Las dos personas normales se encuentran en la estación de autobuses, frente a una de esas cafeterías impersonales y rabiosamente concurridas que emiten más ruido que una fábrica de aluminio. Es la segunda persona normal quien ve (y reconoce) a la primera. —Tú por aquí… —¿Cómo? —Ah, hola. Sí. Estaba buscando al pequeño, ¿lo has visto? —¿Ha venido a buscarte? ¿Os vais a algún sitio? —No, no, veníamos juntos. Ha ido a por no sé qué. —Entonces venís, no vais. —Venimos, venimos. ¿Y tú? —Yo vengo a esperar a mi hija, que viene de pasar unos días en Soria. —Ah, ya. ¿Qué días? —Se ha echado un novio allí, o algo. Un profesor de algo. Un chico muy serio, me parece, pero con guitarra y eso. Con pendiente. —Ahora es así. —Ahora sí. Y tú, ¿de dónde vienes? —¿Yo? De León mismo. Vamos, de cerca. ¿Has visto al pequeño? —Ah, ya, León. Me gusta mucho a mí León. Tengo que ir un día a León. Eso es en Salamanca, ¿no? —Creo que sí. Por Zamora es. Por Asturias. Por Galicia. —Muy bonito, ¿no? Ahí tienen una catedral, me parece. —Me parece que sí. Vamos, sí. Muy nueva la tienen, que parece de marquetería. Se nota dentro un no sé qué, como si hubiera algo, no sabría decirte. Te das un paseo por dentro y te dan ganas de echar la lotería. —Ah, ya. De esas. —Es que la tienen nuevísima. Con cristales de colores y todo. Es como que la luz viene de fuera, pero como que está por dentro. —No te entiendo. —No, si no me entiendo yo. Es como que viene de fuera, pero, como luego atraviesa los colores, es como que dentro vuelve a formarse. —¿Estás bien? —¿Has visto al pequeño? —Yo no. ¿Y por qué has ido a León? —Por el pequeño. Una cosa que hacen en León, que cuentan cuentos. Y como el pequeño cuenta cuentos… —Ah, ya. Que en León cuentan cuentos, ¿no? —Sin parar. Filacteria, me parece que lo llaman. Es como una enfermedad. O filantropía, no me acuerdo. —Me suena. ¿Filomena, era? —Eso es cuando nieva, me parece. Que en León también nieva, ¿eh? —Ya no. —¿Ya no? —Es un decir. Por el cambio climático, decía. —Ah, ya. Pero no, sí que nieva, sí. A nosotros nos nevó. Y claro, se puso la catedral que parecía que había algo dentro. Algo especial. Que daban ganas de operarse, porque es como que iba a salir todo bien. —¿Y estuvisteis en León todo el rato? —No, no. Todo el rato no. Lo de la filigrana era en Villablino, que también se llama Celama, me parece. —Por los romanos, será. —Pues será. Y luego fuimos al Bierzo. —Eso también es Galicia, ¿no? —Igual sí. Pero en León. La primera persona normal está cada vez más inquieta. Sigue buscando a su hijo entre las cabezas que van y vienen, que vienen y van. La segunda persona normal no parece darse cuenta. —Pues dices tú, pero una vez fui yo a Valladolid y allí no contaban nada. Allí no tenían filamentos. —Es que Valladolid no es León. —Ah, ¿no? Pero por muy poco, ¿no? —Por lo justo. ¿Has visto al pequeño? —Lo que tienen en Valladolid es vino. De Toro lo llaman, me parece. —Sí. Me suena. —En León no tienen, ¿no? —No lo sé. El pequeño bebe Coca-Cola. ¿No lo habrás visto? —No sabía yo que tu hijo contaba cuentos. Tengo que acercarme yo a León, al cuentacuentos ese, ¿cómo se llama? —Filetón. —Eso ya me suena más. Filetón. Aunque yo creo que igual me pido un vino, aunque sea de Burgos. Y una buena carne. —¿Eso no era en Ávila? —¿No es Ávila y León lo mismo? —Lo que tendrán en León es muy buen cerdo, supongo, pudiendo tener muy buen león. En casa de herrero, como digo yo… —Un día podíamos organizar un filicidio. —Una fabada. —Eso, un fabadón de esos. Y reunimos a los vecinos y contamos cuentos todos, en la filarmónica. —No es contar sólo. Las mujeres cosen a la vez, me parece, y los hombres hacen arreglos y cosas. —¿Se llevan cosas que arreglar a los fideones? —Antes, sí. Ahora beben Coca-Cola, ya te digo. Y esperan turno. —Será que se hace así en… ¿Dónde era? —En Celama. —¡Mira, tu hijo! —¿Dónde? —No, si no está. Era para hacerte ilusión. Para hacerte agradable el regreso. ¿Dónde estará? —Ni idea. Ha venido raro. —¿Por lo de la catedral? —No, no. Por el estómago. —Ah, ya. Pues yo lo daba por perdido, estas estaciones son muy grandes. Yo me cogía un taxi y le mandaba luego un guasap. Ya irá luego a casa él, con menos presión. —Pues igual sí. —Pues te dejo, que llega el bus de mi hija. —Pues mucha suerte. —No, no. Si en Soria no hay nadie. La veo fijo. —Pues mejor. —Pues por eso. —Pues adiós...