Alguien a quien admirar

Admirar es algo que solo se puede hacer de lejos. Cualquier forma de asombro exige una direccionalidad y una distancia, un hiato por recorrer entre lo que vemos y lo que somos. Como cuando mirábamos en el colegio a los chicos mayores de otros cursos, siempre inalcanzables. Cada vez que alguien admira está confesando su límite y deseando, al mismo tiempo, que esa limitación desaparezca. Admiramos lo muy grande o lo muy pequeño, pero rara vez podemos maravillarnos con algo que se parezca a nosotros. La experiencia de la admiración es el envés virtuoso de la envidia. El envidioso desea con frustración ser lo que no es, e incluso aspira a que algún mal arruine la fortuna ajena. La envidia es destrucción pura, que es la forma menos sutil de convertir algo en una ruina. La admiración, por el contrario, es una contemplación generosa, es el arraigo emocional de unos principios que se corresponden con la cosa distante y que se observa. De niños admiramos a los héroes y a los padres, porque siempre estaban lo suficientemente lejos como para resultar incuestionables. Y los admiramos a lo lejos, para que no se les hagan visibles los defectos. La distancia que exige la admiración es también su natural aliada y su trampa . Nadie es como lo imaginamos ni los paradigmas se antojan tan perfectos como cuando los soñamos. La proximidad siempre pone de manifiesto los poros de la realidad, sus grietas y sus faltas. No te acerques a lo que admiras si es que quieres seguir creyendo. La proximidad siempre pone de manifiesto los poros de la realidad La admiración fue para los antiguos griegos el origen de la filosofía. Solo los ignorantes podemos maravillarnos y solo el asombro ante lo distinto puede iniciar la conversión hacia algo que todavía no somos. Las desgracias humanas tienden a ser incontables y la fortuna desviada puede alcanzarnos de demasiadas maneras. No obstante, pocas desdichas son tan irreparables como no tener nada ni nadie a quien admirar . Quien se sabe incapaz de admirar a los demás tiene que ser muy cobarde, muy estúpido o muy mezquino. Quien no puede admirar, además, está impedido para hacer una de las cosas más saludables que existen: hablar bien de alguien.