Fernando Aramburu y su comando etarra de risa
Sostenía Baudelaire que la Doxa no soporta la risa, e l más destructivo de los mecanismos de contrapoder. La risa es liberadora, lo sabe bien la gente común al imaginar de continuo tantos chistes o parodias como puede, para mantener en pie la libertad o para decir lo que no puede o teme decir en serio. Nunca el totalitarismo, sea político o religioso (o ambos a una, como suele ser) soporto el humor. Terry Eagleton , muy recientemente, y, entre nosotros, Luis Beltrán y María José García-Rodríguez, han teorizado sobre los distintos géneros de la risa : la caricatura, la parodia... que aparecen siempre que hay una situación de ruptura de paradigma. Cuando algo es objeto de risa es que ha comenzado a perder poder o vigencia. La lección literaria de Fernando Aramburu en 'Hijos de la fábula' quizá solo podría emprenderla él, puesto que en diferentes obras de distinta factura trágica, ha venido dibujando el rostro del terrorismo 'abertzale' desde la premonitoria 'Años lentos' a 'Los peces de la amargura', ese impresionante cuento incluido en 'El vigilante del fiordo' titulado 'Chavales con gorra' y, por último, la aclamada 'Patria'. Recuerdo esto porque en 'Hijos de la fábula' hay hilarante comicidad de los dos personajes, protagonistas, los jóvenes Asier y Joseba, etarras que llegaron tarde a la lucha armada de ETA. NOVELA 'Hijos de la fábula' Autor Fernando Aramburu Editorial Tusquets Año 2023 Páginas 312 Precio 20,90 euros 4 Quedaron colgados de la brocha cuando en Octubre de 2011 conocen, desde su refugio en una granja de Albi (Francia), que ETA había abandonado la lucha armada. Pero la línea que define la maestría de Aramburu queda firmemente tensada en la tenue diferencia que existe entre lo jocoso y lo ridículo, o por decirlo de otro modo en el cuidado por no despreciar de modo innoble a las criaturas que ridiculiza, pero lo hace sin faltarles el respeto. Otra vez valiente, que hace reír con humoradas escritas desde el serio respeto Lo cervantino que posee Aramburu de modo natural y que ejecuta al modo picaresco en escenas varias de entrenamiento y hambre, nace de la diferencia que habría entre Avellaneda y Cervantes. Por dura que sea la caída del héroe el de Alcalá no lo desprecia, como si ocurría con el aragonés (si acaso lo era) Avellaneda. Si marco esa diferencia es porque la línea de fuerza de 'Hijos de la fábula' está en que Asier y Joseba terminan resultando simpáticos, y hasta podría decirse que Fernando Aramburu los mira con cierto cariño. El lector así lo hace. Eso está por encima de ETA, de las ideologías o de la fe religiosa (no declarada así) que las anima. Que así ocurre se demuestra con la tercera figura que al final de la novela emerge poderosa: la zaragozana Cristina, rebelde de una causa que no sabemos muy bien si tiene clara, pero que aúna juventud, idealismo y una alocada pérdida de horizontes, como si de un juego se tratara. Pregunta En Cristina o por ella conocen Joseba y Asier que su lucha no tiene futuro, que únicamente lo tendría como juego, pero está el amor, está la pareja, el hijo no conocido, que Aramburu sitúa como eje del fin de la aventura. La novela tiene tres escenarios, Albi, Toulouse, Zaragoza, previos a una Donosti ya otra vez burguesa entregada a disfrutar sus pintxos. La granja de Albi ha visto la edificación de lo jocoserio, pues los militantes entregados a entrenarse conviven con un matrimonio trágico que muestra el fondo amargo del que los jóvenes todavía carecen. Toulouse, lugar de arribo de todo exilio español, mezcla y contrasta el ideal comunista y el etarra, Zaragoza con Cristina, la rebeldía juvenil frente al padre burgués y militar. Todos los escenarios terminan siendo tablados de una representación que tiene como fondo la pregunta de si había derecho a inculcar en jóvenes idealistas, l lamándoles 'gudaris', tanto odio y una maldad que de modo natural no tenían. Es la pregunta que se hace un escritor vasco, otra vez valiente, que hace reír con humoradas escritas desde el serio respeto a una juventud vasca que ama.