Viaje a las profundidades sin desvelar del río Guadalquivir
Lo que no se ve. Negro. Sin más. Esperando lo que no se aprecia, el día es noche cerrada en las profundidades de la dársena del río Guadalquivir. Ni siquiera la jornada soleada da tregua. El bullicio de la calle y bares del paseo de Cristóbal Colón contrasta con el silencio del interior, con la Sevilla escondida , con la Sevilla desconocida, con una Sevilla llena de secretos a lo largo de su milenaria historia y múltiples culturas. En una experiencia compartida con la Unidad de Buceo de los Bomberos del Ayuntamiento de Sevilla, ABC escribe hoy debajo del agua buscando y analizando lo que tenemos tan cerca y tan lejos a la vez. Subidos en un barco especializado y diseñado para todo tipo de emergencias, con Mario Arcos , como jefe de la unidad, y con Quique, Rachid y Adolfo, preparados para hacer la inmersión, el recorrido nos prepara tanta sorpresa como expectación, ayudados por una sonda de barrido lateral que nos permite ver lo que el ser humano nunca ha podido: «Llevo 32 años dando vueltas por el río; con esto (señala la sonda) es como si nos hubieran abierto una ventana», dice Mario buscando una mirada de complicidad, y preparado para llevarnos a una experiencia primera para un medio de comunicación con este equipo náutico en el río Guadalquivir. Hace unos meses el interior de las aguas sevillanas se abrió con la tecnología para buscar respuestas, hoy compartidas con este periódico. Lo primero que vemos, nada más salir del muelle del Club Náutico, que es donde duerme el barco de los Bomberos de Sevilla, es una vía oculta en la profundidad parecida a los rieles de trenes que debía servir a los barcos de entonces para llegar a lo que debía ser un varadero. Es lo que se cree porque queda todo por estudiar, un mundo oculto durante tantos que se abre ahora de manera grandilocuente para conocer la otra Sevilla. En la sonda se aprecia los rieles que usaban los barcos para llegar a un embarcadero ya oculto M. G. Los muelles escondidos por el agua son varios a lo largo del río, y el número de pecios es llamativo, muchos con sus esqueletos aún en perfecto estado, caso también de un barco de diez metros que observamos a apenas seis metros de profundidad. Del negro que sólo ve el ojo humano pasamos al brillo que nos provoca ver con la sonda semejante embarcación hundida, posiblemente, de siglos atrás. Nadie lo sabe aún. La Sevilla escondida es asombro y continua búsqueda. Seguimos con el itinerario y vemos numerosos elementos estructurales antiguos, cadenas, y cables de acero inoxidable. Están esparcidos en muchos lugares, situados después de tantos años donde la naturaleza quiso. Algunos fueron arrastrados, y otros duermen donde se quedaron, escondiendo leyendas y memorias de antaño. El interior de la dársena del río Guadalquivir es hoy un escenario abierto, con descripciones y aclaraciones llamativas, para quien pueda y sepa verlo. Pasamos justo por debajo del Puente de las Delicias y observamos como sus pilares no son lo que parecen. Lejos de ser unas estructuras monolíticas las que sostienen al puente, apreciamos que cada una de ellas está dividida en distintos pilares. El trayecto nos invita a pensar que hay mucho qué ver, qué investigar... y que limpiar en el fondo. A la derecha, la estructura de un barco hundido M. G. Pasamos de la imaginación de lo que pudo ser con los objetos encontrados del pasado a la más absoluta decepción con lo encontrado en forma de basura. Vemos innumerables botellas de alcohol y botellines de cerveza a la altura del Muelle de la Sal; vemos vallas publicitarias y monopatines, carritos de la compra y neumáticos; vemos también señales de tráfico y bicicletas. El río, en su oscuridad perenne, tiene en el fondo lo que otros con una actitud deleznable llegaron a pensar que nunca más aparecería. Error. Ya sí se ve. Estamos en la Calle Betis, casi a la altura de la Plaza de Cuba. El silencio se hace en la lancha, y sólo Mario Arcos, león marino del río Guadalquivir, parece tener respuesta. «Lipasam hace una muy buena labor en el río, pero con lo que hay en la superficie, claro. Aquí abajo nunca habíamos sabido lo que había...». Hasta ahora. Continúa Mario: «Vamos a seguir; vamos a ver las tortugas». Apenas unos segundos después, doscientos metros lejos de la suciedad, el escenario es otro. En la sonda apreciamos peces. Vida. Su movimiento nos inspira. Agrupados en bancos, dibujan distintas formas que nos hipnotizan. Durante varios minutos, sólo vemos peces. «Por la salinidad del agua están entrando pequeñas lubinas. También hay lisas, albures, carpas. El agua, a pesar de lo que hemos visto antes, está limpia. Hay varios estudios que demuestran que el agua de nuestro río, a pesar de que hay gente que sigue tirando cosas, es un agua limpia», insiste Mario, que ansia llevarnos a ver las tortugas. «Ahí están; y esas no son de las más grandes. Son capaces de comerse un pato, un pollo. Algunas veces nos han tratado de morder bajo el agua. No se achantan con nada. Se sienten libres y han encontrado su espacio». Tortugas en la dársena del río Guadalquivir M. G. Por un momento, parece que estamos en otro lugar, muy lejos del mundanal ruido que conforman las calles cercanas y el tráfico denso de la capital, metidos de lleno en las tablas de un teatro escondido hasta ahora: la dársena del río Guadalquivir. Un mundo por descubrir.