Unos que van de independientes
Que varias personas conformen un grupo, con el propósito de dar su público apoyo a una candidatura electoral, no constituye novedad en el panorama político valenciano ni español. Los ha habido en el pasado y los habrá en el futuro, Deo volente, si el futuro no se tuerce por culpa de tanto cabrón como anda suelto, y llegamos a él con la normalidad democrática que sería de desear y agradecer. En la Comunidad Valenciana se acaba de anunciar la creación de una de esas plataformas, con el propósito, así se nos anuncia, de mostrar su adhesión y apoyo al presidente de la Generalitat, Ximo Puig , haciendo público el deseo de los adheridos de que continúe una legislatura más en el puente de mando del Titànic/Botànic. Quienes han anunciado su adhesión (han evitado lo de inquebrantable) no han puesto reparos a figurar como «independientes», pese lo muy difícil y complicado, cuando no imposible del todo les resultaría poder demostrarlo si les fuese requerid certificación en ese sentido. Independiente es un adjetivo tan manoseado que ha terminado roto de tanto usarlo, como el amor que cantaba Rocío Jurado . ¿Independiente, dice usted? ¿De quién? ¿Cuándo? ¿Cómo? ¿Por qué? ¿Para qué? ¿Siempre? ¿Ahora? ¿Sólo la puntita? Desde que el periódico de Polanco usurpó el adjetivo pro domo sua, y lo estampó en su cabecera a diario en miles de ejemplares, pero sin que ni una sola línea de su línea editorial ratificara tal condición, la independencia dejó de ser independiente y la más próxima que conocimos fue la de la guerra contra el francés. Conociendo algunos los nombres de buena parte de los firmantes y firmantas y sus circunstancias; repasando lo más descollante y público de sus currículos, rememorando andanzas, idas y venidas de quienes se han incluido muto proprio en la relación ya hecha pública de miembros de la plataforma pro Ximo Puig , apellidarse «independiente» pide con suma urgencia una rociada de tres en uno para que el chirriar no le resulte tan estridente ni grotesco al espectador de la comedia. Si a partir de ahora, gracias a la última ley engendrada y alumbrada por la podemía, que Pedro Sánchez , sus ministros y grupo parlamentario se ha dejado meter –y nos la ha metido doblada muy a nuestro pesar—, bastará acudir al Registro Civil, confesarse choni, y ser tomada por choni a todos los efectos legales, mucho más fácil es declararse independiente. Y que no pase nada más que levantar alguna que otra carcajada. Hay guiones en el Club de la Comedia que no tienen ese nivel de guasa. Semejante declaración, hecha en otras épocas por parte de quien no siéndole se arrogase tal condición, hubiese provocado sonrojo propio y regocijo ajeno. Hablo de los tiempos en que la palabra era ley, los acuerdos se cumplían, un apretón de manos tenía valor de contrato, y la decencia se tenía por virtud. Condiciones que se han ido desnaturalizando de modo progresivo. Cada vez que un ciudadano manifiesta su pasmo por los modos y maneras que se gasta el actual presidente del Gobierno de España, y recuerda a su interlocutor como ejemplo ilustrativo las tropecientas veces que Pedro Sánchez dijo y repitió que no gobernaría con quienes le iban a provocar insomnio, y el que escucha se limita por toda respuesta a levantar los hombros con indiferencia, se está añadiendo una paletada más de tierra al montículo que cubre la sepultura en la que yace la decencia política y todas las demás decencias. La independencia, visto lo visto y quienes son los que la manosean, ocupa la tumba de al lado.