Columna urgente para Nicaragua
El 31 de enero, en el Centro de Estudios Literarios Iberoamericanos Mario Benedetti, de la Universidad de Alicante, participé en el evento ‘Escritura y libertad de expresión en América Latina. Una mirada a Venezuela, Cuba y Nicaragua’, coordinado por el profesor Ángel Esteban . Me tocó compartir con el dramaturgo cubano Yunior García Aguilera y el periodista español Daniel Rodríguez Moya . A Yunior, promotor de la Marcha Cívica por el Cambio en 2021 y ahora exiliado en España, ya lo conocía de un encuentro parecido en el que participamos en la Feria del Libro de Madrid. En esta ocasión, la actividad central fue la proyección del documental ‘Nicaragua: patria libre para vivir’ que Rodríguez Moya filmó en el contexto de las protestas estudiantiles de 2018 en el país centroamericano y la inmediata represión feroz de la dictadura de Ortega y Murillo . Confieso que fui desprevenido. Me tocaría, como tantas otras veces, hablar de Venezuela. Un tema difícil, para el que no siempre tengo la mejor disposición, pero con el que estoy obligatoriamente familiarizado. Sin embargo, desde las primeras imágenes del documental me sentí destrozado. Ver a aquellos muchachitos lúcidos y valientes enfrentarse con piedras y escudos de latón a militares armados que los masacraban sin piedad, me removió todo. Mientras veía las imágenes me lamentaba de que no existiera un documental así sobre las protestas en Venezuela de 2017, en las que el gobierno de Maduro asesinó a unos 160 estudiantes con idénticos métodos. Quizás, pensé, si tuviéramos un documental así nos creyeran. Quizás así captaran las dimensiones de nuestra tragedia. Cuando concluyó la proyección, ocupamos nuestros asientos. Al momento de hablar, me sucedió algo que nunca me había pasado antes: me quebré. Tuve que tomar aliento para no llorar enfrente de esa treintena de personas que fueron a escucharnos. Lo que rebasó el vaso fue entender que no hacía falta un documental así sobre Venezuela. Bastaba, simple y dolorosamente, entender que donde allí decía Nicaragua podía decir Venezuela, podía decir Cuba . A esa condición de víscera sufriente habían reducido las tres vergonzosas dictaduras del continente nuestra identidad. La reciente decisión de Daniel Ortega de quitarle la nacionalidad a 94 nicaragüenses, entre ellos los escritores Gioconda Belli y Sergio Ramírez , demuestra hasta qué punto el totalitarismo es arbitrario y absurdo. No solo porque, como ya lo señaló el propio Ramírez, «Mientras más Nicaragua me quitan, más Nicaragua tengo», sino que por razón misma de las heridas que infligen, las dictaduras, antes que borrar las identidades las refuerzan, las revitalizan, las resignifican. En su momento, Hugo Chávez intentó también despojarnos de nuestra identidad cuando afirmó que quien no era chavista no era venezolano. Hoy día somos más de siete millones de venezolanos regados por el mundo, expulsados como esquirlas por la cíclica insensatez revolucionaria que cada tantos años viene a desolar América. Pobres, exiliados, refugiados o exitosos, pero siempre venezolanos. Y cuando digo venezolano, digo nicaragüense, digo cubano.