La alargada sombra de Auschwitz, John Boyne publica la secuela de 'El niño con el pijama de rayas'
Si no hubiera sido escritor, a John Boyne (Dublín, Irlanda, 1971) le hubiera gustado ser terapeuta infantil. Le encantan los niños y no puede evitar implicarse con aquellos que están pasando por experiencias duras. «Supongo que es algo que me ha faltado en mi vida porque yo no tengo hijos y en un mundo distinto me hubiera gustado mucho ser padre, habría sido muy importante para mí», confiesa. Por eso los pequeños de unos nueve-diez años que se enfrentan a traumas propios de adultos son recurrentes en sus libros. Su fórmula dio en el clavo al publicar 'El niño con el pijama de rayas' y de ahí también sale su secuela, 'Todas las piezas rotas' (Salamandra), que recorre la vida de Gretel, la hermana de Bruno, el inolvidable pequeño que cruza la alambrada del campo de concentración de Auschwitz. Boyne dice que Gretel le ha acompañado durante todo este tiempo. Que supo que tenía que contar su historia en cuanto terminó 'El niño con el pijama de rayas'. «En el ordenador he tenido una carpeta con su nombre a lo largo de estos años y he ido recogiendo notas de quién podría ser, cómo podría ser». No pudieron frenarle ni las críticas que su mayor 'best-seller' recibió por las inexactitudes históricas o por su supuesta laxitud en el tratamiento del Holocausto, ni siquiera las expectativas generadas en torno a su secuela. «Yo confío en mi instinto como escritor, mucho . En la pandemia sentí que era el momento de escribirla y dije 'Pues venga, va'», afirma con la rotundidad de quien sabe que ha escrito un libro que se lee del tirón . Espacio del trauma En cuanto empezó, supo exactamente dónde estaba ella y dónde iba a llevar esa historia. «Tuve la sensación de que dejé a Gretel en el espacio del trauma al final del primer libro. Bruno había desaparecido y sus padres entendieron que eran responsables no solo de lo que le había pasado a su hijo, sino también del destino que corrieron todos los demás, pero ella se queda ahí con 12 años», explica. En ese punto, Boyne conectó con otro tema que cruza toda su obra, la de los adultos acechados en el presente por un error que cometieron en el pasado. «¿Se siente Gretel culpable, avergonzada, cómplice o piensa que aquello no tuvo nada que ver con ella? Yo quería saber cómo era estar en su piel. Existen hijos e hijas de personas que trabajaban en esos campos y me interesaba saber qué puede causar psicológicamente este hecho», indica. Esa es una de las razones por las que adelantó unos años el libro cuando llegó la pandemia, pese a que su intención inicial era escribirlo cuando fuera a retirarse. Le agradaba la idea de que Gretel, si hubiera sido una persona real, todavía podía estar viva . «Me gusta este ir y venir entre lo histórico y lo contemporáneo -prosigue-. Además, en 'El niño con el pijama de rayas' el protagonista era el hijo del comandante y ahora es su hija ya anciana. Uno habla desde la ingenuidad y la otra habla desde la experiencia ». Bruno se metió dentro de la alambrada; ella estaba al otro lado y salió de allí, pero no logra escapar de su sombra. Bruno, su hermana Gretel y la madre de ambos en una escena de 'El niño con el pijama de rayas' En un trepidante juego entre presente y pasado , la complejidad de emociones que envuelven a Gretel se despliega en 'Todas las piezas rotas'. Ese también era el objetivo de 'El niño del pijama de rayas': «El subtítulo del libro era 'Una fábula'. Es decir, una obra de ficción con una moraleja final. Nunca imaginé que se iba a tomar como una obra de no ficción. La mayoría de las novelas no las vemos así, ni las novelas históricas tampoco. Aceptamos que la ficción se toma libertades con los hechos. Como escritor de ficción no siento la responsabilidad de que todo sea fiel históricamente . Si, como lector, prefieres esa precisión, busca la no ficción; si prefieres precisión sobre las emociones , vete a la novela», zanja. Con Gretel, Boyne explora la culpa, la complicidad y el duelo a través de un pasado que le persigue por el París recién liberado, a través de Sídney y en su vuelta a Londres. «No puede escapar de él. Estuvo allí. Era una niña, pero sí es culpable de no haberse dirigido a los libertadores y a los aliados después de la guerra para facilitarles toda la información que hubiera podido. Hubiera sido útil para los supervivientes y para las familias de las víctimas ». Por más tierra que ponga de por medio, la protagonista no logra desvincularse de los crímenes cometidos por sus seres queridos. El escritor relata en una nota del autor que creció en Irlanda en los ochenta, en una generación cuya infancia y adolescencia fue mancillada por las personas a las que habían confiado su educación . «Quizá por eso no resulte sorprendente que me interesen menos los monstruos que quienes sabían qué estaban haciendo los monstruos y miraron deliberadamente para otro lado ». Frente al espejo A pesar de que intenta convencerse de que el Holocausto no tuvo que ver con ella, la culpa lleva hasta el delirio a Gretel, en contraste con otros personajes que tuvieron una implicación mucho más directa, pero que, sin embargo, no parecen sufrir tanto e incluso añoran los viejos tiempos. En este capítulo destaca Kurt Kotler , el teniente del comandante del que Gretel se encariña en Auschwitz y con el que se topa en Australia. «Siempre fui consciente -continúa- de que podía parecer que yo estaba humanizando a los nazis . Evidentemente, esa no es mi intención, así que necesitaba un personaje como él, antisemita y cruel , un hombre horrible al que le encantaba el uniforme, el poder, y recuerda su vida en el campo como la única vez que se sintió como un dios. Eso lo echa de menos. Y tiene que haber habido mucha gente como él». El autor relata que los dos capítulos en los que recrea el encuentro entre Gretel y Kurt en las antípodas de Auschwitz fueron los que más disfrutó escribiendo: «Le pone frente al espejo. A pesar de ser un monstruo, tiene razón cuando le dice que ella no es mejor que él y que tampoco pretendiera serlo». MÁS INFORMACIÓN John Boyne: «Se debe permitir a un joven adoptar el género que le parezca adecuado cuando lo vea oportuno» La advertencia del Memorial de Auschwitz: «Hay que evitar leer «El niño con el pijama de rayas»» Gretel tiene que esperar toda una vida para enfrentarse a todo ello. Y eso ocurre cuando está a punto de cumplir 92 años, cuando debajo de su apacible piso londinense con vistas a Hyde Park se muda una familia con un niño de 9 años, Henry. Y estalla la tormenta. «No es un personaje que caiga bien, es una persona difícil y no es una víctima de nadie, pero yo quería darle ese momento de expiación o de reparación . Si el destino no le hubiera brindado esa oportunidad, si ella hubiera escogido ignorar lo que ocurre en el edificio, el libro hubiera sido demasiado deprimente. Como decir que no hay esperanzas para la humanidad«.