Hacen falta luz y taquígrafos
NO por obvio deja de ser muy relevante el mensaje –grabado en la sede socialista de Ferraz– con el que Pedro Sánchez vino a anunciar ayer de manera inopinada que se presentará a la investidura en busca de convertir su «mayoría social» en una mayoría parlamentaria. Con su reaparición, Sánchez revela un cambio súbito de estrategia y demuestra ciertas prisas, incluso por adelantarse a Núñez Feijóo. Hasta ayer, el PSOE defendía la tesis de que Feijóo debía someterse a una primera investidura fallida «cociéndose en su propia salsa», para después presentar a Sánchez como salvador de la situación con una mayoría de escaños ya pactada. Algo ha ocurrido para que Sánchez abandonase sus vacaciones y regresase a Madrid con este nuevo mensaje, que apunta a restar cualquier tipo de baza a Feijóo y alimenta la teoría de un intento de cerrar acuerdos próximos con el separatismo cuanto antes. A ese esquema estratégico se apuntó ayer, como novedad, Coalición Canaria, que se presenta ahora como partido clave para el supuesto de que Junts optara por no votar a favor de Sánchez y aceptase una abstención en su defecto. Sánchez reapareció después de responder por carta a Núñez Feijóo con la displicencia de quien cree tener ganada la investidura de antemano y, sobre todo, el manejo de los tiempos. Todo el afán propagandístico de Moncloa consiste estos días en recrear la idea de que, sea cual sea la macedonia de partidos que necesite, y sea con votos a favor o sea con abstenciones, el PP no podrá gobernar ni tampoco habrá una repetición de las elecciones. De momento, es evidente que tanto Arnaldo Otegi como Oriol Junqueras son mucho más que aliados externos de Sánchez. La novedad tras el 23J es que se están comportando como una suerte de partidos apéndices del PSOE y como auténticos mediadores para convencer a otros partidos, en especial a Junts y al PNV, para que actúen con unidad de criterio y lograr así los objetivos separatistas desde una posición común. Que Otegi, con su pasado de 'servicios' a ETA, se erija en un negociador clave para que Puigdemont se avenga a respaldar a Sánchez dice mucho de la confianza ciega que el PSOE ha depositado en Bildu como partido capital y blanqueado de modo irreversible por la izquierda. Sin embargo, y de la misma manera que el PSOE de Madrid se ha empeñado en que la Junta Electoral Central recuente con luz y taquígrafos los más de 30.000 votos nulos que se han producido en esta comunidad tras saberse que el voto CERA adjudicó al PP su escaño número 137, Sánchez debería estar obligado a revelar con lealtad a la Constitución qué límites va a poner en la negociación con los partidos independentistas, si es que pone alguno. Negociar a oscuras, por la puerta de atrás –triste metáfora de la huida de Puigdemont en el maletero de un coche–, y sin un establecimiento de líneas rojas drásticas que el ciudadano tiene derecho a conocer, sería tanto como esconder a la opinión pública el precio real que marquen Bildu, Junts, ERC o el PNV a una investidura prácticamente cogida por alfileres, y que apuntaría a una gobernabilidad muy compleja y repleta de desequilibrios. Sánchez se maneja con la idea de que ha ganado las elecciones, pero no es cierto. Si sumase para lograr su investidura, sería un éxito personal para él, pero cualquier gobernabilidad basada en la cesión constante al chantaje de formaciones que no actúan precisamente para fortalecer a España –un partido de un terrorista, otro de un fugado de la justicia, y otro de un condenado por sedición– sería un fracaso colectivo por más que Sánchez presumiese de su «mayoría social», que en realidad no deja de ser una alianza antinatural.