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Апрель
2024

Pingelap, la isla del Pacífico donde reinan los 'vampiros' ciegos al color

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En mitad del Pacífico se encuentra una isla donde el color no es más que una palabra hueca . Sus habitantes desde hace generaciones no perciben el azul turquesa de las aguas que les rodean, el verde intenso de su vegetación tropical, ni el estallido de rojos, amarillos y naranjas que protagonizan los atardeceres. En Pingelap los autóctonos padecen de acromatopsia, una enfermedad rara que afecta la visión y va más allá del usual daltonismo: solo permite a los afectados ver en blanco y negro. En todo el mundo, tan solo una de cada 45.000 personas la padece. En Pingelap, sin embargo, la prevalencia es mucho mayor. No hay otro lugar en el mundo con mayor proporción de personas con esta mutación genética. El día de sus 200 habitantes comienza a las dos de la mañana, cuando la oscuridad es total. En el silencio de la noche y utilizando la luna de guía, los hombres salen a pescar y las mujeres recogen cocos con celeridad. Aprovechan para trabajar lo máximo posible antes del amanecer, cuando tengan que esquivar los rayos del sol como si se tratasen de parientes cercanos de Nosferatu. La acromatopsia los vuelve hipersensibles a la luz , por lo que el reflejo del sol en la arena blanca o en el oleaje marino les deslumbra y ciega por completo. Prefieren entonces resguardarse en sus chozas hasta el atardecer, cuando cae el Sol y la vida vuelve a Pingelap. El neurólogo Oliver Sacks contó esta historia en un libro publicado a finales de los 90, 'La isla de los ciegos al color'. Apasionado por las peculiaridades insulares y por las afecciones que afectan a la vista -desde pequeño sufría de migrañas visuales-, el escritor británico viajó a este rincón de la Micronesia con un equipo de científicos y recopiló testimonios de gente que, paradójicamente, no podían disfrutar de uno de los entornos más coloridos de nuestro planeta. Noticia Relacionada tribunales estandar No Un juez obliga a admitir a un policía nacional al que habían excluido por ser daltónico Pilar García-Baquero Una jueza de lo Contencioso tumba el recurso de la Administración que lo declaró no apto sólo en la prueba de reconocimiento médico Endogamia y aislamiento total El origen de la acromatopsia en Pingelap hay que buscarlo en los libros de historia. En el año 1775, cuando ningún europeo había puesto aún un pie en la isla, un tifón -el lengkieki- acompañado de un tsunami arrasó el atolón y acabó con el 90% de sus pobladores. Casualmente, de los 20 habitantes que quedaron vivos, sobrevivió el jefe de la tribu, Nahnmwarki Mwanenised, que tuvo una gran descendencia. Pero, sin saberlo, era portador de un defecto en el cromosoma 8 asociado a la acromatopsia. Eric, que es daltónico, reacciona a la luz mientras posa para un retrato iluminado con una linterna. En Pingelap solo hay electricidad solar, por eso por la noche todos se desplazan con la ayuda de linternas Sanne de Wilde Los datos históricos, quizá aderezados con algo de leyenda, unidos a la endogamia y al aislamiento total que supone encontrarse en mitad del océano, explican cómo la anomalía genética se ha mantenido en el tiempo. «La Meca» de la acromatopsia Cuando Sacks visitó la isla mencionaba que alrededor del 30% de los habitantes era acrómato. «Ahora la acromatopsia es total. De los más de 100 aborígenes con los que interactué todos la padecían», señala Stefania Pesavento, quien realizó en 2019 un documental sobre Pingelap para conocer «la Meca» de quienes comparten -como ella- dicha enfermedad rara. Tras conseguir viajar en uno de los dos buques que salen anualmente hacía la isla, Pesavento pasó un par de semanas en el atolón, empapándose de las costumbres locales. «Son una tribu muy hospitalaria. La noche que llegué me vistieron de blanco, sacrificaron un cerdo en mi honor y me otorgaron el título de ángel de la guarda del rey», comenta entre risas, mientras puntualiza que la experiencia también tuvo su contraparte negativa. Niños «encerrados» con autismo y retraso cognitivo Por ejemplo, no son reacios a los extranjeros, pero la religión local desalienta el matrimonio o cualquier relación afectiva con alguien externo a la isla, lo que ha permitido que la acromatopsia eche raíces en la Pingelap. «La endomagía ha provocado que muchos niños tengan autismo o retraso cognitivo ». Estos jóvenes, según relata la italiana, los tenían encerrados, totalmente escondidos para que los visitantes de la isla no conocieran «su lado oscuro». Jaynard, que es daltónico, juega con una luz de discoteca que De Wilde se trajo de Bélgica Sanne de wilde También tienen serios problemas para identificar los alimentos en descomposición, y al solo contar con un médico en la isla -que hace en ocasiones como presidente para el resto de islas de la zona- cualquier agravio para la salud puede resultar mortal. «No cuentan con electricidad, medicamentos ni conexión con el resto del mundo. Su aislamiento es su virtud y a la vez su condena», lamenta Pesavento. Ventaja evolutiva Ellos, sin embargo, ven la acromatopsia y su forma de vida como una ventaja evolutiva. Disfrutan de tener una gran visión nocturna , siendo capaces de distinguir con absoluta claridad un pez nadando en las proximidades o percibir ciertos detalles que el resto de los mortales no vemos. «Tienen otra forma de ver la vida, quizás más intensa de la que del resto de personas están acostumbradas. Viven en paz y no molestan a nadie, es un paraíso monocromático». En 2015 la fotógrafa belga Sanne De Wilde visitó Pingelap para realizar una serie fotográfica sobre la acromatopsia. Durante su estancia, descubrió que no todos los afectados por acromatopsia ven igual. No solo la escala de grises podía variar dependiendo de la persona, sino que también podían detectar el rojo o el azul. «Parece ser que algunos de ellos son capaces de percibir ligeras variaciones de colores como el rojo o el azul», explica la fotógrafa, que decidió experimentar con ellos: «Les proponía pintar con acuarelas utilizando colores que en teoría no distinguían bien. Era curioso porque, pese a que no veían el verde, era el color que más utilizaban». La fotógrafa piensa que es algo «innato» de los habitantes de Pingelap, una forma inconsciente que tienen de expresar su amor por la vegetación selvática que los rodea.











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