Eligió el día de la epístola a la ciudadanía con Serrat en las televisiones. El día del homenaje a un artista muchos años íntegro, tuvo los santos teclados de la arenga y la lástima. Un helicóptero sobrevolaba a la aristocracia del barro (sic), el sábado, en Ferraz. El mundo se acababa por encima de los ocho pisos de mi bajo, a 400 metros del lugar de autos, y yo escuchaba a Serrat con la pasión del recuerdo. A cierta hora, cuando ya abandonaban esa nueva plaza de Oriente de adhesiones que es el garaje de Ferraz y alrededores, Madrid era un desfile de paraguas, de simpatizantes sonrientes, ufanos de haber hecho algo, botar, estrechar las manos espídicas de Achilipú Montero,...
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