Hace pocas semanas trascendía que uno de cada dos jóvenes andaluces de entre 14 y 18 años había dado alguna calada a un vapeador durante 2023, porcentaje que escalaba al 62,7% si se ampliaba la experiencia a su vida en general. Los datos, que pese a no ser recientes no han perdido un ápice de impacto, no hacen sino dibujar un panorama de adicciones que aterriza progresivamente sobre las edades más tempranas, en especial si los chavales residen en zonas en riesgo de exclusión social. En los 12 años, para más señas, una veintena amplia de alumnos de un colegio de Sevilla asumía, sin pelos en la lengua, haber aspirado en alguna ocasión el dulce, que no inocuo, aire. Fue...
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