Aunque la canción de Mecano podía ser una inspiración («Hawai-Bombay es un paraíso que a veces yo me monto en mi piso»), Rosa Villacastín (78 años) quiso para su jubilación un paraíso de verdad , así que cerró su casa, hizo las maletas y se mudó con su marido a Marbella: «La conocía desde los tiempos de Jaime de Mora y Aragón , cuando Alfonso de Hohenlohe traía a sus playas a estrellas como Mel Ferrer o Audrey Hepburn . Pero yo siempre venía por trabajo», comienza diciendo la comunicadora. «Ahora puedo combinar los paseos, si quiero la tranquilidad me acerco al pueblo de San Pedro Alcántara, si quiero el lujo extremo voy por Puerto Banús. Es curioso ver cómo esos dos mundos corren en paralelo y cómo se necesitan el uno al otro». La periodista ha necesitado un tiempo para adaptarse a su nueva etapa: «Estaba como perdida, sin saber qué hacer. Tampoco tenía muchas ganas». Lo que tenía claro es que no pensaba volver, por muchas ofertas que le llovieran: « Risto Mejide me quería como colaboradora fija, pero me daba mucha pereza todo el lío de los viajes. Estoy muy cómoda aquí ». Y tiene la agenda muy ocupada : pilates, masajes, comidas con amigas… «La amistad es la mayor riqueza. Las hay que mantienes hasta el final, otras se pierden por el camino, pero algunas llegan nuevas y descubres que tienes muchas cosas en común, edad, experiencias, gustos. A una amiga le cuestan cosas que no le cuentas a nadie», confiesa Rosa, que reconoce que Miguel , su marido, tiene su propio grupo de amigos: «A veces salimos solos, otras con parejas, pero no vamos de fiesta. Nos sentamos en una terraza, tomamos algo, charlamos». Son 20 juntos, toda una vida: «Siempre dije que no saldría con un periodista, hasta que le conocí. Tenemos muchas cosas en común. Ahora me preocupo por temas, como el deporte, que no me interesaban para que me cuente. Pero luego compartimos la parte política, social. Podemos hablar durante horas. Somos muy apasionados en lo que nos gusta». Rosa se considera una mujer leal: «Siempre he admirado la lealtad en los demás». Le resulta fácil hacer amistades porque sabe comunicar, «creo que se me da bien», y sigue el consejo que le dio la difunta María Teresa Campos cuando alguien se dirige a ella: «Responde a todo el mundo, y siempre con una sonrisa». Como buena Géminis, Rosa Villacastín cambia de planes constantemente «sin motivo aparente, sin más». Y vive pegada a las redes sociales, donde opina de la actualidad que tanto le preocupa: «El tema de los niños en Palestina me afecta más de lo que nadie se puede imaginar. Y mira que yo no he tenido hijos porque no he querido, pero veo a los niños y me los comería a besos. Colaboro con varias ONGs y creo que hacen una labor admirable». Sobre los famosos que hoy en día ocupan las secciones de Sociedad, reconoce que no conoce a la mayoría : «Ni sé quiénes son, ni me gustan. Antes eran actores, cantantes, grandes empresarios. Ahora es gente que sale en 'realities' o son 'influencers', que es algo que no entiendo. En realidad, nadie sabe qué hacen en la vida. No es mi mundo, no me interesan nada». La opinión de Rosa genera polémica, pero a ella no le importa: «Ahora estoy disfrutando de la auténtica libertad», sentencia realmente satisfecha. El 'emoji' que más usa: «Salvo una rosa o un corazón en alguna ocasión, no uso porque me horrorizan. Y mucho menos los audios. Si alguien me envía uno, no lo escucho. Me parece un horror. Quiero que la gente escriba, es una costumbre que se está perdiendo». Se haría un 'selfie' con: «Javier Bardem, me encanta». Un sacrificio por la fama: «En esta profesión, o te entregas al 100% o te marchas. No te tienes festivos ni vacaciones. Menos mal que mi marido, que es periodista, me entiende, pero al final he hecho sacrificios personales, familiares, como perder tiempo con mis padres, algo de lo que ahora que los he perdido no puedo evitar sentir remordimientos». Un momento 'tierra, trágame': «Como hablo mucho, meto la pata. Una vez critiqué la diferencia de edad entre una famosa y su novio sin ser consciente del dolor que iba provocar en ella. Desde entonces, antes de escribir algo, pienso en si mis palabras van a causar daño innecesario. Pero no es redes, ahí no me corto un pelo». Algo que no puede faltar en su día a día: «Mi desayuno. Sueño con él todos los días. Salgo de casa, voy a una cafetería, leo el periódico, me tomo mi tiempo… ¡Ah, y mi ducha de agua fría! Me despeja. Yo es que no puedo tomar nada caliente, ni un caldo, ni un café. Todo bien frío». Un propósito que nunca cumple: «Hacer gimnasia. Estoy empezando. Por lo menos ando mucho, porque no conduzco. Hace 40 años que no subo al metro». Un lugar para perderse: «Ibiza. Estuve yendo muchos años, pero hace poco vi un reportaje y me trajo recuerdos. Me encanta porque conserva esos rincones hippies, esas callejuelas típicas, de pueblo, que tanto me fascinan». Su primer beso: «Fue muy rápido porque estaba pendiente de que mi madre no nos descubriera, así que, con los nervios, no pude disfrutar del momento. Estaba horrorizada pensando lo que pensaría si nos hubiera visto». Tiene miedo a: «A la enfermedad. Soy miedosa, no me muevo por calles solitarias, no lo he superado con los años. Es algo irracional porque nunca me ha pasado nada». Dentro de 10 años se ve: «No me veo. No quiero vivir por vivir. Si estoy sana, perfecto. Pero mis padres murieron a los 90 mientras dormían. Prefiero terminar así que pasar por una enfermedad y depender de los demás». La pequeña Rosa: «Hasta los 10 años, fui niña única y viví en un pueblecito. Fue una experiencia solitaria: aprendí a querer a los animales, pero crecí sin saber lo que era jugar con otros niños. Fui una chiquilla tímida, solitaria. Tuve de todo, porque mis padres me lo daban todo, en eso fui mimada, pero me faltó compartirlo con otros. Todo cambió al mudarnos a Madrid. Fue como el descubrimiento de la Luna: vivir en una urbanización, tener una pandilla para jugar en la calle, hacer amiguitos… El cambio me hizo abrirme al mundo».