Probablemente le falló la memoria. Cuando Bill Clinton dijo que una de las cosas que más recordaba de Granada era la puesta de sol que vio desde el Mirador de San Nicolás, seguro que estaba refiriéndose a otro sitio. Por una sencilla razón: desde ese sitio no se ve bien el atardecer. La Silla del Moro, el carril de la Lona, puntos varios del barrio del Sacromonte o, por supuesto, la ermita de San Miguel Alto, que es el punto más alto de la ciudad, son lugares mucho más indicados. Pero el caso es que Clinton dijo lo que dijo. Poco antes de su segunda visita, recordó que había estado en la ciudad cuando era joven, en un viaje de estudios, y que esa puesta de sol le había parecido inolvidable. Ya en Granada, el por entonces alcalde, Gabriel Díaz Berbel , lo llevó allí, a todo lo alto del Albaicín, y hasta puso una placa para conmemorar el acontecimiento. Una placa que poco después desapareció y de la que nunca más se ha sabido, por cierto. Si antes de eso ya era popular el Mirador de San Nicolás, su fama aumentó en progresión geométrica. Ahora mismo no es una exageración decir que es el punto más visitado de Granada , incluso por encima de la Alhambra, aunque como no se contabilizan las visitas, ese dato es imposible de confirmar. Pero para hacerse una idea: si se quiere disfrutar de ese sitio (casi) en solitario, la única forma es acudir a las siete de la mañana. Empíricamente comprobado. A cualquier otra hora, aquello es un hervidero de gente. Lo cual, por otra parte, también tiene su punto. Sabedores de que eso es una oportunidad de negocio , en el mirador nunca faltan cantaores y bailaores de flamenco, puestos de artesanía y bisutería y vendedores ambulantes. Bien mirado, es una buena forma de amenizar la espera mientras se encuentra un momento adecuado para llegar a la primera línea y hacerse la foto de rigor. Todo el mundo se la hace, es prácticamente obligatoria para un turista. El paisaje lo merece, desde luego. El conjunto monumental de la Alhambra , en la cima de la colina de la Sabika, está justo enfrente, tan cerca se diría que se puede agarrar con la mano. Desde el mirador de San Nicolás se pueden apreciar en todo su esplendor la Torre de la Vela, el Palacio de Carlos V, los palacios nazaríes y, algo más atrás, los jardines del Generalife. Todo eso es objetivamente precioso, no sólo por el hecho de que sea Patrimonio Mundial de la Unesco sino porque no hay más que verlo para darse cuenta. La postal perfecta se completa ampliando el campo de visión. Detrás de la Alhambra, a su izquierda según se mira, está Sierra Nevada , que a partir de noviembre, generalmente, empieza a hacer honor a su nombre porque se tiñe de un precioso manto blanco. Le dura más o menos hasta junio o principios de julio y en los meses más calurosos se vuelve, pero siempre transmite tranquilidad, calma y frescor. Mirando a la derecha, el visitante puede observar la parte baja del Albaicín y, más al fondo, la catedral vista desde atrás , otros edificios significativos del centro de Granada y, como telón de fondo, la Vega, que ahora tiene bastantes pueblos diseminados en lo que antaño eran únicamente tierras de cultivos. Pero aún quedan espacios libres para solazarse con su visión. Los más observadores podrán quedarse con más detalles que, opcionalmente, servirán para investigar más a fondo la ciudad. Justo debajo de la Alhambra hay otro mirador, bastante más pequeño, que corona un curioso barrio de nombre todavía más curioso: La Churra . Se accede al mismo por un par de calles a la izquierda de la Cuesta de Gomérez y desde allí se ve el Albaicín con todo detalle, incluyendo por supuesto el mirador de San Nicolás, pero también otros puntos, como el Carmen de la Victoria, desde donde la Alhambra también se puede (casi) palpar. ¿Qué hacer en San Nicolás una vez que ya se ha posado lo suficiente y se ha visto bien a fondo la Alhambra? Pues justo detrás está la iglesia de San Nicolás , recientemente reformada y que tiene como aliciente principal el poderse subir al campanario, donde las vistas son muy parecidas a las de abajo, pero con un poco más de perspectiva. Después, las posibilidades son varias. Una primera parada en la plaza que hay tras la iglesia permite reponer fuerzas en terrazas como la del bar Kiki , que tiene una muy interesante colección de vinos. Allí se inicia además un camino que llega hasta el Arco de las Pesas, la Plaza Larga y, en definitiva, un barrio histórico, también declarado Patrimonio Mundial. En el Albaicín conviene detenerse, ir mirando aquí y allá, con calma y sin apresuramiento. De esa forma, comparando cartas y precios, se puede dar con sitios de calidad y descartar los reclamos engañaguiris , que también los hay. En ese sentido, el bar Los Caracoles, en la Plaza Aliatar, es una apuesta segura. Y si la visita ha sido matutina, los churros de Mariví, junto a la Plaza Larga, no decepcionan.