Cuenta Marina Bernal que coincidió muchas veces con su admirada Rocío Jurado, a quien conoció en Chipiona, pueblo del que la cantante era oriunda y ella fue nombrada hija adoptiva. «Nunca he conocido a nadie con una pasión tan desmedida por el arte y la belleza», apunta la periodista sevillana en su nuevo libro, Rocío, 20 años contigo, donde varios amigos y conocidos rinden homenaje a una mujer que vendió más de dieciséis millones de discos vendidos y que pasaría a la historia como la mejor cantante folclórica de la segunda mitad del siglo XX. «Rocío no habría podido vivir sin música ni sin amor , Rocío daba amor a través de la música y era amor. Sabia, autodidacta, inteligente y muy perfeccionista. Tremendamente ordenada y con una memoria prodigiosa. No podía soportar las injusticias y se convertía en abanderada de las causas justas sin importarle el precio a pagar. Ella representaba la dignidad y el respeto por el trabajo bien hecho». El ensayo menciona algunos hitos clave de la trayectoria vital de la chipionera: su paso por varios concursos radiofónicos en Andalucía, su viaje a Madrid en busca del triunfo, sus clases en la academia del maestro Quiroga, su trabajo en el tablao El Duende, sus pinitos en el cine, su asociación con los maestros Rafael de León y Juan Solano (que compusieron sus primeras canciones), la decisión de montar compañía propia, aquellas grabaciones discográficas de corte clásico que la ayudaron a darse a conocer, el disco compuesto por Manuel Alejandro que la erigió en una superventas (Señora). Aunque el texto aporta como principal novedad las palabras de algunos allegados a 'la más grande'. Por ejemplo las de su segundo marido, el torero José Ortega Cano. «Yo era muy aficionado a su música, pero nunca imaginé que pudiera conocerla», cuenta en sus páginas. «Un día, que coincidimos, me la presentaron en la consulta médica del doctor Claudio Mariscal». Aquel médico, por cierto, era muy amigo de su primer marido, el boxeador Pedro Carrasco. «A Pedro lo conocí cuando atravesaba una época muy mala» , contaría ella, «me habían operado de un nódulo en las cuerdas vocales y había roto con Enrique [García Vernetta, el empresario valenciano con el que estuvo saliendo ocho años]». Rocío coincidió con Pedro en un festival taurino benéfico en 1974 y se casó con él dos años más tarde. Parece que a su lado encontró la tranquilidad anhelada. El onubense le brindó su apoyo durante aquellas interminables giras por España y América y le dio una hija, Rocío Carrasco. Pero al cabo de un tiempo, según dicen, la distancia física por esos continuos viajes, los rumores de infidelidad por parte de él y los roces entre Pedro y los hermanos de la cantante, a quienes ella siempre defendió incondicionalmente, llevó a que su matrimonio naufragara. Él decidió abandonar el domicilio conyugal, un chalé en La Moraleja (Madrid), para trasladarse a un apartamento, y en 1989 pusieron punto final a su relación. Diferente fue su historia con Ortega Cano. Después de aquel citado encuentro en la antesala de la consulta de un médico, Rocío empezó a dejarse ver en muchas de las corridas en las que actuaba el interfecto, un diestro de familia muy humilde, soltero y sin compromiso y casi diez años menor que ella. Tuvieron ocasión de intimar en los primeros meses del 92, aunque tardaron un tiempo en reconocer a la prensa que lo suyo iba más allá de la amistad . Y no comunicaron su intención de casarse hasta que ella consiguió la nulidad matrimonial. Su boda tuvo lugar en febrero del 95 en su finca Yerbabuena y los siguientes años, a tenor de las declaraciones públicas de ambos, vivieron felices. Hasta adoptaron dos niños (José Fernando y Gloria Camila) en Colombia en 1999. «De Rocío Mohedano, de la mujer, me enamoró su forma de ver la vida, sus valores tan arraigados, cómo hablaba de sus padres… A su padre, Fernando, lo veneraba, y por su madre, Rosario, tenía verdadera adoración [...]. Para ella la familia era tan importante como lo era para mí, sus creencias religiosas y sus ganas siempre de que todos los que la rodeaban estuvieran bien. Si primero admiré a la artista, después me cautivó el ser humano que descubrí», comenta el torero en el libro de Bernal, en el que sin embargo no se menciona el rumor de que a la pareja se le acabó supuestamente el amor de poco usarlo. En este sentido, Jesús Mariñas contó en sus memorias que Rocío y Ortega Cano «iban a separarse poco antes de que supiera que estaba malita . Al final, no fueron ellos, se encargó la enfermedad y la muerte». En el documental En el nombre de Rocío, la hija mayor de la cantante dijo que lo de su madre y Ortega Cano era «una relación tóxica. Ella sabe y tiene información de cosas que él hace y no debe de hacer. Ella se iba a trabajar y él tenía una serie de actitudes en España que ella no considera correctas«. Por lo que sea, en ese proyecto no contó lo mal que lo pasó su madre debido a su carácter rebelde, su encaprichamiento de Antonio David y el hecho de que decidiera empezar a vender su intimidad tras liarse con el interfecto, un guardia civil de profesión que en el 97 abandonó el Cuerpo porque otro compañero y él se quedaron con cincuenta mil pesetas de una multa de tráfico que impusieron a un ciudadano francés cuando trabajaban en Argentona. Es de dominio público que lo de Rociíto con Antonio David, padre de sus dos hijos, acabó como el rosario de la aurora y que él demandó en 2000 a la chipionera, que lo abominaba, por unas polémicas declaraciones que hizo en Argentina. Rociíto no ha participado en el libro de Bernal, que sí cuenta con un texto escrito por cada uno de los hermanos de la cantante. Amador Mohedano, que acompañó siempre a Rocío y además fue su representante, asegura que la artista fue «el timón de toda nuestra familia, la luz que nos guiaba» y que «trabajando junto a ella siempre me sentí reconocido, profesionalmente, tanto por ella como por la crítica, el público y el mundo de la música. Fue la etapa más feliz de mi vida, aunque intensa hasta la saturación». En términos parecidos habla Gloria Mohedano, quien destaca de su hermana su «generosidad ilimitada» y el amor que sentía por su trabajo: «cada actuación parecía que iba a ser la única gala que haría en todo el año. Ella siempre me decía 'no puedo dejar el escenario mientras vea sus caras que están tan a gusto, quiero que sigan disfrutando de mí, aunque yo no pueda ya ni con lo que llevo puesto'». De lo que no se habla es de todos los conflictos que asolaron al clan tras la desaparición de la cantante en 2006: peleas por la herencia, la entrada en prisión de Ortega Cano (tras la muerte de Carlos Parra en un accidente de tráfico que el torero causó cuando conducía con más del doble del nivel de alcoholemia autorizado), la adicción a las drogas y problemas de salud mental de José Fernando o la pelea de Rociíto con sus tíos e hijos. Hay quien piensa que, si Rocío levantara la cabeza, pediría un nuevo entierro . Y otros están convencidos de que, si ella no hubiera fallecido, tampoco habríamos asistido a la descomposición de la unidad familiar. «Si Rocío estuviera viva no habría permitido que absolutamente nadie hablara mal de ninguno de sus hijos, pero tampoco habría dejado que se hablara mal de sus hermanos», asegura Bernal a nuestro periódico. « Nunca habría dicho nada negativo sobre las personas que eran importantes para ella: ni de sus hijos y nietos , ni de Amador y Gloria, ni de su cuñada Rosa Benito, ni de sus maridos». A esto añade que, pese a que siempre tuvo una sonrisa y una noticia para un periodista, se mostraba bastante celosa de cierta parcela de su intimidad y pensaba que los trapos sucios debían lavarse en casa. «Todas esas fricciones no habrían trascendido a la prensa, o al menos no de la forma en que se ha hecho, porque Rocío era partidaria de arreglar los asuntos familiares de forma privada», apostilla. «También habría buscado un punto de entendimiento entre las distintas partes, pues era una mujer empática y conciliadora. Además era muy sensata en todo lo que planteaba y la gente la escuchaba. Era magnética».